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 domingo, 10 de julio de 2005  
Reflexiones
"El invisible enemigo terrorista"

Lluis Foix / La Vanguardia (España)

Cuando se hayan superado el dolor y la rabia producidos en el mundo por los atentados de Londres habrá que revisar la estrategia a seguir después de los brutales zarpazos del terrorismo de procedencia islámica que ha sacudido a Nueva York, Madrid y ahora la capital británica. Vivimos tiempos de confusión y de intranquilidad. Los autores de estos macabros atentados viven entre nosotros. Trabajan junto a nosotros, utilizan tarjetas de crédito, viajan en el transporte público, estudian en las mismas escuelas y acuden a las mismas tiendas. Se comportan aparentemente como cualquier ciudadano pero tienen obediencias muy sólidas con organizaciones terroristas que deciden enviarlos a la muerte causando la mayor destrucción humana y material posibles. Saben que sus acciones tendrán una repercusión global que será seguida prácticamente en directo en todo el planeta. Ejecutadas sus acciones criminales se vuelven a diluir en la sociedad a la que pertenecen pero a la que odian a su vez.

Su lógica no es nuestra lógica. Para Al Qaeda es vital demostrar que el enemigo no es más que un gigante con los pies de barro y que es posible hacerle tambalear cuando parecía encontrarse en la cima de la gloria y del poder. Occidente tiene más poder que nunca pero nunca ha sido tan vulnerable.

Esta situación tan inquietante no se ha improvisado. Viene de lejos. Empezó a perfilarse en enero de 1979 cuando el ayatollah Jomeiny llegó a Teherán derrocando la monarquía del Sha y poniendo en marcha la Revolución Islámica, uno de los fenómenos más importantes que se produjeron en el final del último siglo. La revolución jomeinista suponía un enfrentamiento radical contra Occidente en general y muy en particular contra Estados Unidos. A los pocos meses de aquel fervor revolucionario, el nuevo régimen secuestró a todos los diplomáticos de la embajada de Estados Unidos prolongando su cautiverio durante 444 días. Fue Jomeiny el principal responsable de la derrota electoral de Jimmy Carter en 1980 y la entrada en escena de Ronald Reagan.

La revolución iraní se extendió con más o menos fortuna por todo el universo musulmán. Occidente vivía inmerso en la Guerra Fría y estaba más pendiente de derrotar a la Unión Soviética que de enfrentarse a la hostilidad de unos revolucionarios islámicos que, en cualquier caso, no pertenecían a nuestra civilización. Cayó el muro de Berlín y se desmembró la Unión Soviética. Occidente parecía haber alcanzado el fin de la historia. Había ganado las batallas y las guerras del siglo XX. Los soviéticos abandonaron Afganistán que recuperó la soberanía a la vez que construía un laboratorio de integrismo islámico que acabó en un régimen de talibanes que practicaban un odio radical a cualquier vestigio de civilización occidental.

EEUU utilizó a Bin Laden para derrotar a los soviéticos en Afganistán. Terminada la operación con éxito, la organización Al Qaeda establecía sus bases en Kabul y en el resto de territorio afgano. Bin Laden estaba del lado de los norteamericanos. Pero al terminar la Guerra Fría se convirtió en un instrumento de terror. Tanto en contra de Occidente como también contra las monarquías corruptas del Golfo y muy en particular de la dinastía de los Saud de Arabia que era aliada de Estados Unidos.

El integrismo islámico fue penetrando en el mundo musulmán desde Afganistán, particularmente en Líbano, Palestina, Pakistán y otros países de la región. El primer choque frontal contra Occidente se produjo el 11 de septiembre de 2001 con los ataques contra Nueva York y Washington. La reacción de la administración Bush fue correcta y rápida. Con el concurso de la mayoría de países del mundo atacó Afganistán y en pocas semanas expulsó y dispersó a los talibanes de Kabul. Era una respuesta lógica. A continuación Bush elaboró la nueva estrategia introduciendo el concepto de ataques preventivos para frenar cualquier intento inminente o lejano de ataques a Estados Unidos.

Con esta teoría de la fuerza se llegó a la precipitada guerra de Iraq. En pocas semanas se derrocó a Saddam Hussein y se emprendía la tarea de democratizar el mundo islámico. Aquella guerra fue un error de grandes dimensiones. No solamente porque ha convertido a Iraq en un gran peligro para todos sino porque la guerra fue planteada al margen del derecho internacional y sobre una mentira manifiesta. Los tres grandes atentados desde el 11 de septiembre no pueden explicarse por la guerra de Iraq. Sus orígenes son anteriores. Pero el fiasco de Iraq ha facilitado nuevos reclutamientos de terroristas que están dispuestos a seguir perturbando a Occidente.

Es hora de reflexionar. Primero sobre la naturaleza de esta amenaza. Segundo sobre la localización de esta red difusa y confusa de terroristas que no sabemos desde dónde operan. Tercero para disponer de una inteligencia más precisa sobre su táctica y estrategia. Sólo entonces se podrá usar la fuerza, con toda la energía, para combatirlos.


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