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 domingo, 10 de julio de 2005  
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Reproducción

Entre la producción y la reproducción hay una danza muy particular en la que a veces juegan sentidos opuestos, en tanto y en cuanto en la producción puede hacerse presente la idea de algo nuevo. Incluso muchas veces la idea de lo nuevo permanece igual aunque el producto que se produce, y que es efecto de esa producción, sea casi exactamente el mismo que miles de productos iguales.

Es el caso de los millones de objetos que se fabrican, como pueden ser los autos, donde de determinado modelo se producen tantísimos ejemplares iguales, y sin embargo se los considera nuevos: el tan ansiado 0 km. vendría a ser el punto y el momento de virginidad de un objeto tan preciado como el auto. Por el contrario la reproducción más bien supone la idea de algo que se repite, como una copia. Reproducir en muchos aspectos es copiar como lo prueban las innumerables reproducciones de pinturas.

Puedo colgar en la pared una reproducción de Las Meninas, reducidas a tamaño departamento tipo clase media, y dicho cuadro será una burda copia del original, o en el mejor de los casos una copia un poco más decente, respecto de la genial obra de Velázquez que está en el museo del Prado de Madrid (una de las mayores pinturas de la historia pintada hace un poco más de 400 años). Otro ejemplo cotidiano de reproducción son las fotocopiadoras: esas incontables máquinas reproductoras de lo mismo.

Pero el término reproducción también tiene un sentido muy fuerte y preciso con relación a la sexualidad, aspecto que la Real Academia no toma en cuenta, y sin embargo la reproducción sexual es algo que tenemos en común con muchos de nuestros hermanos biológicos, si bien con todo tipo de diferencias. Rápidamente hay que decir que el humano aglutina a lo largo de su camino por el planeta un cúmulo de diferencias con sus hermanos biológicos como ninguna otra especie en la historia al punto que a la sexualidad humana no es posible reducirla a las leyes y a las determinaciones biológicas, como es el caso de nuestros hermanos en la escala general de lo viviente.

Es que el ser humano no es un ser biológico. Es verdad que un desajuste importante o grave en la impresionante y maravillosa gestación humana puede interrumpir nuestra llegada al mundo, o que una grave descompensación en nuestro organismo nos puede sacar de circulación, pero aun así, lo cierto es que el ser humano es mucho más social que biológico como lo prueba una diversidad cultural prácticamente inabarcable para realizar, se podría decir, las mismas cosas:

u Comer.

u Dormir.

u Amar.

u Trabajar.

La diversidad es tanta que en rigor no es lícito decir que son las mismas cosas, pues en la conjugación de esos cuatro verbos esenciales se traman enormes diferencias, sutiles y no sutiles, visibles e invisibles, entre seres que tienen básicamente la misma organización anatómica y fisiológica, pero que sin embargo dicha organización biológica en el humano no lo conduce a ningún destino asegurado. No puede decirse lo mismo de la organización social que puede tejer los destinos más graves y del modo más implacable, de forma tal que alguien (millones) puede nacer por la miseria y en la miseria y por la miseria morir sin que la mano de Dios pueda hacer absolutamente nada, como lo demuestra la historia, el presente y por lo que parece el futuro.

No deja de ser curioso que dicho ser (millones) del único lado que puede esperar una mano salvadora es del azar que es con toda probabilidad el único movimiento que Dios no controla, en cambio Bush se considera él mismo un engranaje del movimiento divino y no se sabe hasta la fecha la opinión del cielo al respecto.

En el siglo pasado el psicoanalista argentino Enrique Pichón Rivière, hombre genial en muchos aspectos, situó al ser humano entrelazado en tres esferas: la biológica, la psicológica y la social. El producto de tal entrelazamiento no podía ser otro que un ser bio-psico-social. Lo mismo que en principio podría decirse de algunos de nuestros hermanos biológicos en tanto son seres evidentemente biológicos, también psicológicos pues no hay razones para no imputarles una psiquis, ni tampoco una cierta organización social.

Pero las semejanzas rápidamente se licúan pues las abejas o las hormigas, por ejemplo, pueden tener una organización comunitaria que funciona más o menos perfectamente en tanto se producen y reproducen los mismos movimientos cada vez que se despierta el día y cada vez que los días se apagan, pero dicha organización está muy lejos de ser una organización social en el sentido pleno, es decir con las hiper complejidades y las incontables imperfecciones de las sociedades humanas.

En cuanto a la psiquis humana tiene una más que complicada relación con el cuerpo, relación muchas veces indescifrable, y al mismo tiempo dicha psiquis nunca deja de mostrar, de una u otra manera, una adaptación a la sociedad siempre inestable para la desesperación de las legiones de autoritarios que tratan de gobernar humanos en una misión, finalmente, imposible. Tan ingobernable e ingobernada como la sexualidad humana en tanto se trata de una sexualidad que no es reproductiva, ya que no es precisamente la reproducción de la especie la que enloquece de placer a los amantes, ni tampoco es dicha reproducción la que guía las rutinas sexuales que lo único que reproducen es el aburrimiento.

La reproducción humana ni siquiera es reproductiva cuando cumple su misión reproductiva, pues cada vez se alumbra algo distinto, un ser sobre el que se disputarán los parecidos lo que viene a confirmar que no es igual a ninguno de sus progenitores ni a ninguno de sus educadores. Y sin embargo no cesan los empeños de tantos agentes y de tantas gentes en oscurecer dichos alumbramientos para transformar a los alumbrados en seres apagados con almas suizas inconmocionantes, y a lo sumo, con prolijos y redundantes aleteos.

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