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 domingo, 10 de julio de 2005  
El cazador oculto
"Las promesas incumplidas de la televisión"

Ricardo Luque / La Capital

Desde los viejos tiempos de Alejandro Romay que a Canal 9 no le va tan bien. Y todo gracias a los buenos oficios de Marcelo Tinelli, quien una vez más volvió a coronarse como "el rey del rating". Y lo más curioso es cómo lo logro. Con más de lo mismo. Con la repetición de la fórmula que allá lejos y hace tiempo lo llevó a la cima del éxito, un lugar que, mal que les pese a los popes de Telefé, parece hecho a su medida. Así fue como, pese a la férrea resistencia que le opuso la competencia, se dio el gusto de ganarle la pulseada a Susana Giménez. Lo que no sería ninguna proeza si no fuera porque "ShowMatch" salió a dar la pelea desde una pantalla, más que fría, congelada. Porque, hay que decirlo, la diva de los teléfonos, más allá de su natural empatía con la cámara, tiene poco y nada que ofrecer. Su carta de triunfo siempre fueron los otros, o mejor, el éxito de los otros. Para que se entienda: el "gran esfuerzo de producción" del programa se reduce a conseguir invitados exitosos, o mejor, conseguir quién pague por los invitados exitosos. Nadie va a creer que Diego Maradona o Floricienta se sientan en el living más glamoroso de la televisión argentina por el cariño que sienten por la animadora. Nada que ver. Negocios son negocios. Más en la pequeña pantalla, donde un punto de rating representa segundos de publicidad que, en el prime time, se pagan a precios altísimos. O alguien cree que una máquina de facturar como Cris Morena va a prestar su gallina de los huevos de oro por amor. Pero una billetera gorda no garantiza el triunfo. Hay otras bajezas que, a la hora de ganar público, también suman. Más en un país donde la codicia, la corrupción y la insensibildad de los gobiernos le robaron el futuro a la gente. Ahí los treinta segundos de fama, un espejismo tan vacío como el discurso de un político en campaña, brillan más que un diamante de 300 kilates. Porque cuando no se tiene nada más que sueños rotos la alegría de saber que hay alguien que se interesa por lo que uno tiene para dar no tiene precio. Y ahí está para probarlo esa larga cola de artistas, locos y soñadores que esperan mansamente poder disfrutar de ese flash de celebridad instantánea que promete la televisión y rara vez cumple. Igualito que los candidatos.


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