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sábado,
09 de
julio de
2005 |
Las actas de la Independencia, un enigma
El documento que rubricaron los congresales reunidos en Tucumán en 1816 sigue con paradero desconocido
Armando Alonso Piñeiro (*)
La declaración de la Independencia firmada el 9 de Julio de 1816 en el Congreso de Tucumán ostenta aspectos poco conocidos, entre ellos conocer quiénes fueron sus "cronistas" y el paradero de las actas originales, que hoy aún están desaparecidas.
Entre esos aspectos desconocidos, se encuentra el hecho de que el primer cronista de aquella jornada fue José Darragueira, legislador del mismo Congreso, quien a altas horas de la noche del 9 de Julio le escribió a un amigo.
"Después de una larga sesión de nueve horas continuas desde las 8 de la mañana en que nos declaramos en sesión permanente hasta terminar de todo punto el asunto de la declaración de nuestra suspirada independencia -escribió Darragueira-, hemos salido del Congreso cerca de oraciones con la satisfacción de haberlo concluido y resuelto de unanimidad".
Continuó Darragueira garabateando un par de líneas más con su vieja pluma de ganso, pero debió interrumpir la escritura: "En este momento me manda pedir Pueyrredón esta carta y no me da lugar sino para decirle adiós".
Lo que no pudieron prever ni Darragueira ni Pueyrredón ni nadie, fue que el solemne documento por el cual se juró la Independencia estaba destinado a la desaparición. El episodio se convirtió en uno de los enigmas más persistentes de la poco conocida historia del Congreso.
Los textos que pasaron a nuestra posteridad son meras copias, y en parte la labor de la Asamblea fue reconstruida mediante las páginas de El Redactor del Congreso Nacional, de la Gaceta de Buenos Ayres y de otras publicaciones.
Inmediatamente de declarada la Independencia, se envió al oficial Cayetano Grimau con los pliegos oficiales del Congreso y -según algunas versiones- también con el acta original de la declaración, para ser entregados al director Pueyrredón. En el camino, sin embargo, el mensajero fue asaltado por los enviados del gobernador de Córdoba, coronel Díaz, y despojado de toda la documentación.
El hecho suscitó un escándalo memorable: Grimau acusó directamente al diputado Del Corro de estar implicado en el asalto. Se inició una investigación, pero todo fue en vano. El increíble suceso fue otra muestra de las tensas relaciones que vivían por entonces las provincias.
¿Desaparecieron en ese asalto parte de las actas, inclusive el acta original de la Declaración del 9 de Julio? Algunos sostienen que el Libro de Actas fue depositado en 1820 en la Legislatura de Buenos Aires, de donde habría sido robado más tarde. Imposible saber la verdad, pero lo cierto es que nunca se recuperaron aquellos preciosos documentos.
En 1966, al celebrarse el sesquicentenario de la declaración, el entonces arzobispo de La Plata, monseñor Antonio Plaza, anunció que una persona -cuyo nombre siempre se mantuvo en secreto- manifestaba poseer las famosas actas, teniendo intenciones de restituirlas como adhesión a los festejos.
Se informó que Monseñor Plaza entregaría la documentación al Presidente Arturo Illia, pero de inmediato el episodio tomó un giro imprevisto: el misterioso tenedor de las actas hizo saber que las mismas debían quedar en poder de la provincia de Buenos Aires, no del Estado Nacional.
De todos modos, del examen que se hizo de toda la documentación, aparecieron sí algunos papeles de importancia, pero no las famosas actas de Tucumán, cuyo destino parece estar condenado al enigma.
Es uno de los casos más prototípicos de cuando un fantasma del pasado se agiganta en vez de esfumarse, si bien los historiadores -algo duchos en materia de archivología- nunca perdemos la esperanza del redescubrimiento.
(*) Historiador y presidente de la Academia Nacional de Ciencias de la Comunicación.
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