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 sábado, 09 de julio de 2005  
Independencia, divino tesoro

Hace casi dos siglos -189 años para ser precisos- los criollos argentinos se declaraban formalmente "nación libre e independiente del rey Fernando VII, de sus sucesores y de su metrópoli". Ciento cuarenta años después, en la década del 50, volvimos a discutir con fuerza la ruptura de cadenas que nos ataban a otras metrópolis de sesgo imperialista, encabezadas por Estados Unidos e Inglaterra. Se gestaba en América una nueva utopía: liberación o dependencia. Hoy, este 9 de julio, engalanado con el más fino artificio del disfraz y del laberinto tramado en el discurso de los políticos nos encuentra en la misma disyuntiva que en 1816 pero con métodos y herramientas mucho más sutiles, confusas, subyugantes y una pizca de "por la fuerza", cuando la obediencia no es debida. Desde San Martín hasta Juan Domingo Perón los intentos liberadores fueron tantos como las frustraciones. Hoy las fuerzas parecen haber flaqueado, parecen extintas y las luces verdes del dinero norteamericano, los cruceros por el Caribe o los espejitos coloridos de Disney suelen atraer la atención de un pueblo que va y viene por los andariveles de la historia como quien recorre la crónica de sus propios fracasos sin advertir al verdadero protagonista, que inexorablemente está parado frente al espejo. Tenemos la bandera más larga, somos los mejores del mundo, somos los campeones en fútbol, en básquet y en tenis; inventamos casi todo lo inventado, hasta el dulce de leche; somos los más corruptos, los más ladrones, aunque los más vivos; pero no podemos ser independientes. Seguimos siendo un proveedor mundial de materias primas: vendemos vacas e importamos zapatos; vendemos oro e importamos alhajas; vendemos carne e importamos picadillo; vendemos inteligencia humana e importamos dependencia tecnológica. El promedio de lo que le vendemos al mundo está por debajo de los 500 dólares la tonelada, en tanto que los países con pretensiones de ser serios posicionan ese valor por encima de los tres mil de la verde moneda. Hace menos de 100 años (ayer, en términos históricos), la Argentina tenía un PBI superior a Canadá y Australia juntos: hoy, cada una de esas naciones nos miran desde un pedestal económico que parece inalcanzable. Pero seguimos creciendo en pobres, en indigentes, en desocupados, en piqueteros y en una pirámide distributiva cada vez más ancha en su base y más estrecha hacia su cúspide. Claro que no todo está perdido. La vida siempre ofrece revanchas, pero hay que salir a buscarlas. El cadáver de nuestro enemigo pasa por la puerta de nuestra casa sólo en los cuentos. En la vida real, lo que pasa es el tren del crecimiento y el futuro. Los argentinos aún estamos en el andén decidiendo si nos colamos, pagamos boleto, o nos quedamos ahí nomás.

Lalo Puccio


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