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 domingo, 29 de mayo de 2005  
Consideran inimputable y absuelven a una mujer que mató a su hija de 7 años
Fue en 2002, en barrio Belgrano. Estaba obsesionada por su ruina económica y asfixió a su hija. Luego pidió ayuda. Para los peritos, lo hizo en medio de una psicosis depresiva momentánea. Seguirá en terapia psiquiátrica

María Laura Cicerchia / La Capital

Un crimen en apariencia inexplicable estremeció a Rosario en septiembre de 2002. "Maté a Roció. La tengo en casa, en el placard. Vengan a ayudarme", le dijo a su cuñada por teléfono Stella Maris González, una mujer que vivía en una casa de barrio Belgrano donde todo parecía transcurrir con normalidad. Allí, donde ella cuidaba con esmero a sus dos hijos, se habían producido señales de alarma que no bastaron para evitar el drama. Un tratamiento psiquiátrico que no llegó a tiempo y la profunda depresión que embargaba a Stella se combinaron para que la mujer terminara asfixiando a su hijita de 7 años y luego la colmara de besos, con la convicción de que su nena había dejado de sufrir. Dos años y medio después, un juez la absolvió al considerarla inimputable y le impuso la obligación de continuar, ya en libertad, con el tratamiento que realiza en el Hospital Agudo Avila.

En los meses que pasaron desde que ese acto de locura conmovió a barrio Belgrano, Stella Maris González estuvo privada de su libertad. La mujer, de 47 años, había sido procesada por delitos gravísimos: el homicidio de su hija, calificado doblemente por el vínculo y la alevosía, y el intento posterior de dar muerte a su hijo Jeremías, de entonces 16 años, golpeándolo con un palo.

Pero al cabo del juicio penal, y tras examinar el resultado de los exámenes psicológicos realizados a la mujer, el juez Luis Giraudo decidió absolverla de la acusación penal por el crimen de su hija Rocío Almonacid. El juez concluyó que una profunda alteración emocional le impidió comprender lo que hacía la mañana del 15 de septiembre en su casa de Chubut 7320. El fiscal Ismael Manfrín estuvo de acuerdo, aunque apeló el fallo por cuestiones formales.

La familia de Stella y Arturo Almonacid había sido alcanzada por los efectos de la crisis de 2001. A fines de ese año, ante la merma de contrataciones en su trabajo de pintor, Arturo se fue a trabajar a Estados Unidos. Pero Stella no pudo soportar su ausencia y le pidió que volviera. Comenzaron a vivir de lo ahorrado por Arturo en el exterior y del trabajo como sereno -sólo en los fines de semana- que él consiguió a su regreso.

La situación económica había desmejorado, pero no era desesperante. Vivían en una casa propia, con los impuestos al día: "Nuestros hijos tenían ropa, no en abundancia pero suficiente -aclaró Arturo durante el juicio-. Nunca les faltó de comer".

No obstante, a Stella la preocupaba sobremanera el futuro de sus hijos. Creía que no podrían garantizarles un buen pasar, que pasaban hambre, que no tenían ropa. Se sentía apremiada por limitaciones económicas más imaginarias que reales. "Decía que estábamos flacos, que íbamos a terminar de cartoneros", contó su hijo mayor. Ella se ocupaba con esmero de los chicos, de su aseo, su alimentación y la limpieza de la casa. Pero fruto de una intensa depresión comenzó adelgazar y su salud y su aspecto desmejoraron.

Así, hablaba de suicidarse para poner fin a sus penurias. "Estaba muy desesperanzada, veía todo negro. No tenía motivación ni veía futuro", reconoció más tarde. En su primera declaración, Stella narró que la noche anterior al crimen se acostó junto a la nena pero no pudo dormirse. A la mañana le peló una manzana y se quedaron un rato en la cama: "Jugamos con un cinto de tela, de una bata mía. Ella me ataba al cuello y yo abría la boca sacando la lengua, me hacía la muerta, y después yo se lo hacía a ella".

Luego Rocío se levantó y Stella comenzó a peinarla. Con la nena de espaldas a ella, le oprimió el cuello con el lazo y le dijo que no iba a sufrir más. "Cuando Rocío no se movió más la acosté en la cama -relató su madre-. Le hacía mimos, le coloqué crema, perfume. La besaba mucho porque la quería proteger. La envolví en una frazadita y la coloqué en el placard. Le puse una almohada para que esté más cómoda".

Al mediodía llegó su hijo mayor. Cuando el chico se fue a dormir la siesta, ella intentó matarlo a golpes. Pero interrumpió el ataque cuando el adolescente se despertó, confundido: "Sentí que esa persona no era mi mamá, era algo chocante, era una extraña".

Stella tampoco durmió esa noche: "Cada dos por tres me levantaba e iba adonde tenía a Rocío. La acariciaba y le decía que ella iba a estar con Dios en el cielo". Recién a la mañana siguiente llamó a su cuñada y le anunció lo que había pasado.

Los profesionales que atendieron a Stella se encontraron con un cuadro de "pesimismo patológico, delirio de ruina e ideas de tipo místico". En su relato, en el que se mezclaban la angustia, la culpa y el alivio por haber apagado el sufrimiento de su hija, detectaron que sufría una "depresión mayor con síntomas psicóticos". Para los psiquiatras se trató de un homicidio altruista, que suele ser cometido por personas con profunda alteración del estado de ánimo".

En este momento, según sus médicos, su estado depresivo prácticamente ha desaparecido y con él su potencial peligrosidad hacia sí misma o a terceros. Con ese diagnóstico en la mano, el juez Giraudo entendió que no era necesario aplicar una medida de seguridad (como una internación), aunque a pedido del juez deberá continuar con la terapia.
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