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sábado,
14 de
mayo de
2005 |
Yo creo: "Los orígenes arbitrarios de los prejuicios"
¿Por qué una modelo no puede ser actriz o transitar otro camino que no sea una pasarela? ¿O puede, pero despierta todo tipo de suspicacias? Si es rubia y linda, mucho peor para ella. Varias -Pampita ("Doble vida"), Julieta Prandi ("No hay dos sin tres", "El ojo cítrico"), Ingrid Grudke ("Los Roldán", "Soy gitano")- ensayan otro perfil y tienen que pagar un alto precio por intentarlo.
Las categorías, convenciones y generalizaciones aburren y molestan: el gordo siempre es bueno; la flaca, histérica; la rubia, tonta; la pelirroja, pasional; los calvos, viriles; los gays, creativos; Charly, un genio; el rock, cool; Sandro, grasa. Y todo así. Hasta que alguien intenta hacer algo que no se ajusta a un prejuicio casi lombrosiano y la intolerancia aparece disfrazada de ironía. Allí se enciende una luz roja, sobre todo cuando los dardos los lanzan progresistas y librepensadores declarados.
A las morochas parece que les va mejor. Si no fuera así no se entendería el suceso de Sofía Loren, que surgió, justamente, de un certamen de belleza. Muchas estrellas tienen pasado de modelo: Natalie Portman ("La guerra de las galaxias"); Liv Tyler (hija del rockero Steve Tyler y actriz en "Armageddon" y "El señor de los anillos"). Otras como Nicole Kidman o Isabella Rosellini alternan los sets con la publicidad gráfica. En la Argentina se pueden mencionar a Araceli González, Sabrina Graciarena ("Una familia especial") o Florencia Raggi ("La señorita de Tacna"). Nacha Guevara, aunque no es modelo, quedó como un caso testigo de cómo opera el prejuicio: ni bien la nombraron en un cargo público y, pese a su pasado militante, recibió durísimas críticas de sus pares.
En "Mitologías", Roland Barthes se dedica a desmontar las construcciones del lenguaje. Sin pontificaciones, el lingüista francés no deja títere con cabeza. Allí comenta cómo se construyen las mistificaciones y de qué manera la glorificación de lugares comunes y sobreentendidos va minando el discernimiento.
Y no caben dudas de que la historia, entre tantos capítulos absurdos, registra más de una escena trágica a partir de los malentendidos que provocan las mistificaciones y el prejuicio.
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