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sábado,
14 de
mayo de
2005 |
Ataque a la
costa rosarina
Los clubes de la costa son parte viva de la ciudad pues nacieron y crecieron con ella. Le aportaron a Rosario durante toda su historia un enorme bagaje de actividades culturales, sociales y deportivas y hoy son portadoras de un paisaje de enriquecimiento y belleza que provocan una gran atracción turística. Durante su larga trayectoria casi centenaria miles de rosarinos fueron construyendo día a día, con sacrificio y esperanza, una parte muy importante y significativa de la ciudad. Ningún poder oficial se sumó a esta gran obra, que hoy a pesar de largas y profundas crisis del país, muestran erguidas y orgullosas zonas de esparcimiento para los rosarinos. Pero toda esta gran inversión en obras puede ser destruida si prospera un proyecto trasnochado de un concejal rosarino. Este proyecto, en forma ridícula e insólita, se fundamente en "recuperar espacios para la ciudad", cuando en el trasfondo encierra algún negocio de mezquinos intereses, como ha sucedido en las concesiones del Parque Norte. Lo que brilla con luz propia es el resurgimiento próspero de un sector importante de la ciudad, pero probablemente con el nuevo proyecto pase a transformarse en una zona abandonada e invadida por yuyos y basurales. Cómo es posible que la Municipalidad pueda hacerse cargo de toda la costa, cuando no lo pudo hacer con ese pedacito de playa de La Florida, que tuvo que concesionar y hoy al rosarino le cuesta mucho más que la cuota de cualquier club. Rosario tiene 200 mil ciudadanos viviendo en calles de tierra, tapados con basuras y aguas servidas; carece de emergencia médica, pues las ambulancias no entran en los barrios, ya sea por el pantano o por la inseguridad; la vida en los barrios es toda una aventura por la falta de transporte público y por la carencia de todo servicio. De esto, algunos concejales ni se enteraron o no le dan importancia o "no tienen tiempo", pero sí tienen tiempo para proyectos que destruyen un gran patrimonio de la ciudad realizado exclusivamente por manos rosarinas.
Juan Bressan
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