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domingo,
08 de
mayo de
2005 |
El caso del tesorero de Sargento Cabral que vació la bóveda para ir al casino
La vida rifada por apostar plata ajena
Un episodio nacional de la semana pasada evoca al de un bancario que en agosto de 2002 sacó 102 mil pesos de su sucursal para pagar deudas de juego. A casi tres años está arruinado y trabaja como remisero en su pueblo
-José Luis, ayer me chorié la plata del tesoro.
-Dejá de decir pavadas y calentá el agua para tomar unos mates.
-Te lo digo de verdad. Avisá a la cana, al banco, yo voy a ver cómo me arreglo.
Pero... ¿Cuánto sacaste? ¿Cinco o seis mil pesos?
-No, José. Me la llevé toda.
Este diálogo se produjo el lunes 26 de agosto de 2002 a las 7 de la mañana en una sucursal del Nuevo Banco de Santa Fe, en el pueblo de Sargento Cabral, a 90 kilómetros de Rosario. Lo mantuvieron el tesorero, Alberto Rubén Aguzzi, y el gerente, José Luis Lauri. Y era cierto: de la bóveda faltaban 102 mil pesos, que el tesorero había convertido definitivamente en fichas de mala suerte en el casino de Corral de Bustos. Un rato después, los mismos custodios policiales que compartían la jornada laboral con los empleados bancarios detuvieron a Aguzzi. "Tenés que venir con nosotros", le dijeron.
Hace unos días, un empleado de la curaduría de alienados de la provincia de Buenos Aires, Juan Carlos Fortuny, sacudía igualmente a la opinión pública tras confesar que había sacado 590 mil pesos de los fondos públicos que administraba, para apostarlos -y perderlos- en el casino flotante de Puerto Madero. Dos situaciones casi idénticas que parecen trasuntar un denominador común: la adicción enfermiza por el juego, más allá de los distintos matices que presentan sus protagonistas y que configuran dos historias de vida que, en algún punto, se funden.
Como Fortuny ahora, Aguzzi reconoció entonces su falta cuando el círculo vicioso de la simulación se cerró inexorablemente. Y de manera casi idéntica también argumentó que su actitud puso a su familia en peligro de muerte. Hoy, también como Fortuny ahora, el ex tesorero está libertad. En su Sargento Cabral natal espera una decisión judicial sobre la acusación de administración fraudulenta que pesa sobre él. Mientras, trabaja como remisero en su pueblo del departamento Constitución. Y aunque está fundido sigue despuntando el viejo vicio que lo llevó a complicar a sus compañeros de 25 años de trabajo primero y después a su propia familia.
"Soy una persona normal, ando en bicicleta por el pueblo, me gusta criar pájaros. Ahora todos me van a ver como un monstruo", le dijo Aguzzi al juez cuando lo detuvieron. Hoy tiene 50 años. La Semana Santa de 2002, según dijo, un par de usureros le facilitaron dinero para que jugara en Corral de Bustos. Luego empezó a recibir presiones y amenazas contra su familia para cancelar la deuda. Un domingo a la noche entró al banco y le dio lo que sacó a unos hombres que lo esperaban en un auto en el acceso a Cañada Rica, a tres kilómetros de Cabral. Dos días después de entregarse, por la naturaleza del delito imputado, quedó libre. Lo acusaron de administración fraudulenta. No fue robo porque no actuó con violencia ni hubo defraudación porque no medió engaño.
Entonces y ahora
En un pueblo tan chico, basta pararse en la esquina del único club y preguntar por Aguzzi para saber enseguida sobre su vida: "Está de remisero, pero parece que el desastre lo persigue. Se le rompió el auto varias veces, no tiene suerte. Al bar sabe venir a jugar a las cartas, pero ahora juega por chirolas, está pelado", contó un parroquiano que, al igual que todos quienes aceptaron la entrevista, puso tres condiciones: sin grabador, nombres ni fotos.
"Después que pasó lo que pasó, Aguzzi se separó de su esposa, aunque sigue viviendo en la misma casa de siempre. Con lo que hizo arruinó a su compañero de trabajo, al que finalmente también echaron también del banco, destrozó a su familia y arruinó su propia vida. Ese muchacho jugaba mucho y el vicio del juego te hace terminar así. Es una lástima", se lamentan en el pueblo.
"Es una pena -insisten-, porque tenía su vida resuelta, una familia, un empleo digno, y por su adicción lo perdió todo. Y lo que es más grave es que casi arruinó a Lauri, un chico buenísimo y querido por todos que gracias a Dios ahora está trabajando en una mutual de J.B.Molina".
En Villa Constitución también conocen al ex tesorero del Nuevo Banco de Santa Fe. En la oficina local del Jockey Club no son pocos los que aseguran que casi todos los domingos despunta allí su amor por los burros.
Hace tres años, en el mismo lugar, contaban que Aguzzi concurría al casino de Pergamino y también a los hipódromos de San Isidro y Palermo. Y lo pintaban como un jugador empedernido. Hoy las circunstancias se alteraron. "Es un buen muchacho, por acá viene seguido, aunque sólo juega un par de monedas por carrera porque se ve que está seco", cuentan algunos habitués de la sala de apuestas. Esa misma enfermiza adicción es uno de los principales argumentos de su defensa en el proceso judicial en marcha. Es que la ludopatía, como se denomina a la adicción compulsiva al juego, genera dependencia, hace perder la noción de responsabilidad por parte del individuo y hasta pone en peligro su propia vida (ver aparte).
Como hace casi tres años, el caso Aguzzi mantiene dividida las opiniones en Sargento Cabral. Mientras para algunos sigue siendo "un buen muchacho al que el juego lo perdió", otros quieren verlo preso "por lo que le hizo a sus compañeros de trabajo y a su familia".
Mientras tanto, el ex bancario espera en silencio que la Justicia decida su destino, y en su calvario interior tal vez hasta tenga tiempo de soñar que una ficha puesta al borde del "no va más" caiga justo en el pleno que lo rescate de tanta deuda con la vida.
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