| domingo, 19 de diciembre de 2004 | Interiores: La expansión de la fobia Jorge Besso Desde hace tiempo, en nuestros tiempos, la fobia se viene expandiendo en el occidente cristiano y no cristiano en una expansión que al menos cobra dos sentidos: en primer lugar ha aumentado a un grado superior su magnitud patológica al pasar de fobia a pánico (miedo desbordado o parálisis). En segundo lugar, por lo que parece, hay también una expansión de la fobia en un sentido cuantitativo, y por si fuera poco también en dos sentidos:
* Más fóbicas y fóbicos.
* Más fobias.
El incremento de los fóbicos entre los humanos femeninos o masculinos, parece bastante evidente al punto que en estos días la fobia ha llegado hasta los premios Nobel, ya que la ganadora del máximo premio en Literatura, la escritora austríaca Elfriede Jelinek, no fue a recibir dicho premio (y el correspondiente cheque de un millón de euros) a la ceremonia que este año se hizo en Estocolmo. Y no fue por estar aquejada de "fobia social", razón por la cual le serán entregados en su domicilio de Viena.Mucho Nobel y mucho "miedo" suenan a una contradicción ruidosa, en tanto y en cuanto alguien que puede exponer su obra a los juicios más severos no puede, sin embargo, exponer su ser en una ceremonia que para ella implica un aglutinamiento y una confluencia de las miradas que en su alma son imposibles de soportar. Al mismo tiempo, informes que circulan por estos días hablan de un "crecimiento" de las fobias, es decir nuevos objetos y nuevas situaciones fobígenas que hasta el momento no estaban descriptas por la psiquiatría o por la psicología clínica. Momento quizás oportuno para recordar la clásica definición de la fobia: "Terror continuo e inmotivado de un sujeto ante un ser vivo, un objeto o una situación que en sí mismos no presentan ningún peligro real".
Aún con algunas incorrecciones, pocas definiciones como esta contienen el jugo mismo de la locura que en sus extremos más graves, en tanto terror continuo, implican una destrucción del alma desde el interior. Analizado el concepto de atrás para adelante nos encontramos que la definición remata en la contundente afirmación de que las distintas y variadas cosas que son motivo del terror fóbico, en realidad "no presentan ningún peligro real".
Explicación perfectamente inútil para quien padece por caso fobia a los sapos, y alguien se empeña en tratar de convencer al aterrorizado/a que ese ser húmedo y verde, en su versión más clásica, es alguien inofensivo, muy ecológico por otra parte, y que en el intento de remediar de una vez para siempre ese asco ancestral lo invitara a cenar un excelente plato de ranas en un buen restorán frente al río.
Semejante demostración de racionalidad no convencerá al sujeto atrapado en su temor o en su terror, aunque dicho sujeto panicado venga de ganar la olimpíada matemática. O aunque tengan que llevarle el Nobel a domicilio a una flamante ganadora para evitarle que una multitud de ojos se le peguen a la piel, aunque ella sepa que eso jamás ocurriría, ya que tanto el flácido sapo como la pomposa y pesada ceremonia no "presentan" ningún peligro real.
Es cierto, no lo presentan, pero lo re-presentan. Y aquí está uno de los núcleos de la locura, pues al humano todo lo que se le presenta al mismo tiempo se le re-presenta, pues sin representación no hay presentación posible. Lo que se nota especialmente cuando celestinas o celestinos le presentan alguien a alguien que se les ocurrió que podría ser la pareja ideal, o la pareja tan esperada que vendría a ser lo mismo, y tantas veces los presentados quedan impávidos porque eso que le presentaron no le representa nada. Es decir, tal hombre o tal mujer que les ha sido presentado no les dice nada (o algo peor) independientemente de que hable o no.
De acuerdo a la definición anterior, la fobia se puede expandir por cualquiera de las tres vías en que se organizan los temas fobígenos, es decir los agentes desde donde irradia el miedo o el terror para el sujeto en cuestión:
* Un objeto.
* Un ser vivo.
* Una situación.
El asunto es que se van descubriendo cada vez más objetos que se transforman en el motivo de la fobia y en el agente productor del miedo, del terror o acaso del asco que vendría a ser una variante histérica de la fobia, todas vicisitudes neuróticas del sujeto ya que nada hay en el sapo, animal más bien noble, que justifique los gritos desmesurados del señor o la señora fóbica.
Mucho menos en los objetos como podría ser el caso de los botones que ahora han sido incluidos en el listado de las fobias. O las plumas, que ya más clásicamente forman parte de la familia de las fobias, por la particularidad de las susodichas plumas de ser unos seres a mitad de camino entre los animados y los inanimados.
Aunque bien mirado todos los objetos son animados independientemente de que estén o no vivos. Están animados patológicamente por la espectacular proyección que hace el sujeto. Para muestra basta un botón cuando el mencionado botón más bien parece un ser tranqui. Sin embargo al realizar su ser y su función, es decir cerrar, es capaz de generar claustrofobia, conocida como el temor a los espacios cerrados. Lo contrario de la agorafobia, el temor a los espacios abiertos.
En cierto sentido estos son los dos extremos del aparato psíquico humano en todo lo que tenga que ver con involucrarse. En suma en casi todo, aunque muy especialmente en el amor:
* El extremo claustrofóbico.
* El extremo agorafóbico.
Al amparo de la estabilidad amorosa, pero con asfixias recurrentes. O respirando libertad pero a la intemperie, expuesto a los peligros de un horizonte insondable, o acaso al exilio del desamor. Consejos y consejeros se amontonan para ayudar a alguien a salir de esa de trampa. Casi siempre inútiles. Eso sí, conviene no imputar a quién tenemos a nuestro lado, o a quién no tenemos al lado nuestro: vaivenes de un desequilibrio que en realidad es propio.
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