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 sábado, 11 de diciembre de 2004  

candi
Charlas en elCafé del Bajo
-A veces, muchas veces, algunos espíritus necesitan verse reflejados en otros. Es como si en la nostalgia o en la alegría se buscaran para compartir esos instantes, para no sentir que sólo a ellos les sucede la emoción. Casi siempre se vuelve a la poesía por amor a ella, pero también muchas veces se vuelve a la poesía porque se encuentra en el autor a un espíritu elevado que ha sentido lo mismo que nosotros. En la plenitud de la dicha, en la plenitud de la tristeza, siempre la poesía, siempre un espíritu más alto que nos marca un camino y nos invita a andarlo.

-Por eso nos permitirán que hoy sea día de poesía y que como tantas veces recordemos a ese poeta, a ese místico enamorado del amor, un amor que tanto necesitaba. Nos permitirán que volvamos a Francisco Luis Bernárdez ese maravilloso poeta argentino de palabra simple y sentimiento profundo.

-Sí, volvamos a la poesía, porque después de todo ella no es sino ese espejo de plata confeccionado por sublimes orfebres en el que brilla la mirada de las almas enamoradas, de las almas románticas a veces crucificadas. Mas, sin embargo, es allí en esas mismas superficies bruñidas y resplandecientes en las que nosotros, muertos, somos resucitados.

-Hay un soneto de este poeta que él puso por título "La Lágrima" y dice así: "No sé quién la lloró, pero la siento/(por su calor secreto y su amargura)/como brotada de mi desventura,/como nacida de mi desaliento./Quizá desde un lejano sufrimiento,/desde los ojos de una estrella pura,/se abrió camino por la noche oscura/para llegar hasta mi sentimiento./Pero la siento mía, porque alumbra/mi corazón sin esa luz sin tasa/que sólo puede dar el propio fuego:/ Rayo del mismo sol que me deslumbra,/chispa del mismo incendio que me abrasa,/gota del mismo mar en que me anego".

-Y hemos recordado este poema aun sabiendo que alguien nos llamará irremediables románticos. Hemos retornado a esa simplicidad de las formas, a esa dulzura melancólica, a ese lirismo acaso exacerbado, pero sin dudas de exquisita pureza y tan sedante.

-¡Pero qué importa amigo mío! Seamos nosotros mismos. Y después de todo: ¿aquellos que así nos llaman no son los mismos en cuyas almas que ellos mismos niegan se gestan los ríos que arrastran con turbulencia el lodo de la desventura? ¿Y no es por esas lágrimas que, como dice el poeta: "No sé quien la lloró pero la siento".

-Pues sí. A veces me preguntan por qué motivos me duele el dolor del mundo. Y yo respondo: ¿Es posible permanecer indiferente? ¿Es posible seguir impasible ante la injusticia, ante el hambre, ante la angustia que es efecto de tantas y diversas causas? ¿Es posible? Digo que no, porque si es posible tal cosa, pues ¿quién fue el Dios perverso que me arrojó a este tiempo y este espacio? ¿Quién me puso en la existencia en donde el escrúpulo ha sido desterrado?

-"Ya no seré feliz -dice Borges-. Sólo que me queda el goce de estar triste,/ esa vana costumbre que me inclina/al sur, a cierta puerta, a cierta esquina". ¿Se le podía negar acaso a este Dios de las letras, a esta luz de las palabras que sintiera aun la vida en lo definitivo que puede sentir un ser humano devastado, que sintiera la vida en la tristeza?

-Por eso no importa la nostalgia, no importa la tristeza, porque como también dice Bernárdez: "No puede haber nada tan fuerte como una voz, cuando esa voz es la del alma". Por eso, en este día, en esta noche de este día recuerdo su poema y con el digo...

-"Dulce tarea es contemplarte, noche que me has acompañado desde siempre/cuando las penas me agobiaban, tú me tenías compasión y eras más leve./Con tus estrellas numerosas ibas contando mis heridas indelebles./Algunas veces alcanzaban, pero eran pocas tus estrellas otras veces".

-Mas en esa misma noche para Bernárdez surge la luz tan anhelada: "¿Cómo no estar lleno de gozo cuando se sabe la razón de haber nacido?/Por vez primera en este mundo sé que se puede ver la dicha y estar vivo./Dios ha querido libertarme, Dios ha querido rescatarme del olvido". Se había enamorado. A nosotros, como a Borges, al menos hoy, sólo nos queda esa vana costumbre que nos inclina al sur, a cierta puerta, a cierta esquina solitaria, tan solitaria.

Candi II

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