| sábado, 11 de septiembre de 2004 | El horror y el futuro Tres años atrás cambió la historia del mundo. El terrible atentado que demolió las Torres Gemelas, en Nueva York, se erigió como bisagra para Occidente entre una época que terminaba -la de la posguerra fría- y una que se abría -la del terror global, donde el enemigo está en todas y a la vez en ninguna parte-. Los tres mil civiles muertos que quedaron como consecuencia de la inédita barbarie desplegada por los fundamentalistas islámicos suicidas del grupo Al Qaeda, al comando de aviones de línea que habían secuestrado, se convirtieron en el emblema y la justificación de un panorama nuevo, a partir del cual la potencia dominante de un planeta unipolar podía intervenir militarmente en cualquier parte del globo para exterminar al enemigo terrorista.
Así llegaron, en rápida sucesión, las invasiones a Afganistán e Irak. Y así también sucedió, apenas seis días atrás, el desastre de Beslán, en Rusia, donde la masacre de más de trescientas personas -entre ellas, 156 niños- fue el corolario de una toma de rehenes en una escuela protagonizada por rebeldes chechenos, aliados del grupo que lidera Osama Bin Laden.
La gran pregunta que subyace detrás de tanto incalificable dolor humano es si la ruta cuyo recorrido se ha iniciado para enfrentar el fenómeno terrorista -de alcance mundial- es la adecuada. Hoy, en el aniversario de la devastación, el interrogante reviste aún mayor significado.
No resulta sencillo dar una respuesta, pero sí puede intentarse un esbozo. Y no deben caber dudas de que las brutales desigualdades materiales, sumadas a la soberbia y a la sordera cultural, distan de erigirse en una receta adecuada para combatir el odio profundo que está en las raíces del terrorismo islámico.
El trabajo a desarrollar para aislar a los violentos en su propio nido debería constar de tres fases simultáneas, a ejecutar por las mismas potencias que tantos recursos malgastan en guerras letales: apoyo material a países muchas veces carentes de lo más elemental en ese terreno, construcción de fluidos puentes de diálogo entre culturas artificialmente enfrentadas y fuerte respaldo a los sectores políticos democráticos en todo el orbe. No es mediante la ley del ojo por ojo que se logrará solucionar el drama. Por el contrario, de ese modo seguirán pagando -y cada vez en mayor medida- los inocentes.
El futuro se presenta complejo. Es difícil pronunciar, en este contexto, la palabra esperanza. Los hechos recientes anuncian nubarrones aún más negros en el horizonte. Es de esperar que los pueblos -si es que sus dirigentes no son capaces- reaccionen para generar alternativas a la incomprensión mutua y la barbarie. enviar nota por e-mail | | |