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 sábado, 11 de septiembre de 2004

Hoy celebran su día los maestros argentinos
Dejaron el guardapolvo, pero no la escuela
Tres maestras jubiladas cuentan cómo se las ingenian para seguir ligadas a su pasión por educar

Marcela Isaias / La Capital

Tienen en común la docencia, esa misma profesión de la que no se pueden desprender aunque ya se hayan sacado el guardapolvo; tienen cierta nostalgia por los chicos, no por la educación, porque de hecho siguen trabajando en ella, cada una a su modo; comparten su condición de maestras jubiladas, con más de 35 años de antigüedad y -como era de esperar- ninguna cobra (en plata de bolsillo) más de 600 pesos de jubilación. Una dedica su tiempo a representar a una importante editorial educativa, otra a estudiar en la universidad y está también quien destina horas ad honórem para la organización de las olimpíadas matemáticas en la provincia. En el Día del Maestro, hablan Graciela, Mercedes y María del Carmen.

"¿Hablar yo?, ¿de qué?", pregunta sorprendida Graciela Mónaco de Biselli cuando se la invita a conversar acerca de por qué una maestra jubilada decide seguir vinculada al ámbito de la docencia. Pero de inmediato toma la iniciativa en la conversación.

Entonces recuerda que fue en el norte santafesino, en Villa Ana, "en una zona de bosques y quebrachales", donde empezó a dar clases; luego pasó a Rosario donde ejerció, mientras empezaba a "deleitarse con Piaget" -según apunta-, en las escuelas 800 y 456, "esa que queda en Empalme Graneros, el barrio que por esa época sufría inundación tras inundación". Hasta que llegó a la Nº69 Gabriel Carrasco, donde se jubiló en 1997 como vicedirectora. "En todas las escuelas conocí gente maravillosa", rescata Graciela de cada aula en la que estuvo.

Ahora dedica varias horas del día y de los fines de semana a representar a una importante editorial dedicada exclusivamente a la educación. Recorre escuelas, participa de cuanto congreso, seminario o jornada hay en Rosario y en localidades de 100 kilómetros a la redonda, con las publicaciones. Lee todas las revistas y libros que pasan por su manos, "por placer, trabajo y curiosidad".

Cuando se le pide hacer comparaciones entre el antes y el presente educativos, contraría el discurso previsible con el que hoy se insiste sobre la educación y afirma: "Son épocas muy distintas. Quizás el docente de ahora defiende más sus derechos que nosotros". Y sólo afirma que si tuviera que aconsejar a los maestros actuales les diría "que no dejen de pensar que es preciso crecer permanentemente".

Al final de la conversación reconoce que le hubiese gustado seguir ciencias de la educación -una asignatura pendiente- aunque no tiene dudas de que siempre seguirá vinculada a la docencia, aunque "ya no tenga el incentivo diario que me dan los chicos"


"Despuntar el vicio"
Y en esto de seguir vinculada a la docencia, para Mercedes Sánchez Negrete no hay secretos: trabajó 42 años como maestra de grado, se jubiló en 1998, estudió y egresó de Ciencias de la Educación y ahora comparte clases de filosofía en la Universidad Nacional de Rosario con quienes eran sus alumnos en la escuela primaria.

Y esto no es todo: también asesora en materia pedagógica en la Dirección de Educación Municipal y entre tiempo y tiempo tiene a su cargo unas horas cátedra en una tecnicatura, "como para despuntar el vicio", comenta entre risas. Igual los títulos y años frente al aula tampoco lograron -como cientos de docentes en este país- torcer la realidad vergonzosa que las descubre con una jubilación "de casi, casi 600 pesos de bolsillo".

Mercedes es "maestra normal nacional" - y transmite en su voz emoción al decirlo- . Se paró frente a un aula a los 16 años, "en un primer grado, porque en esa época estaba la concepción de que el que se iniciaba debía empezar con los más chicos, cuando ahora se sabe que estos cursos requieren de los maestros más experimentados". Esto fue en la provincia de Buenos Aires.

Ya radicada en Santa Fe -hace 27 años-, pasó por las escuelas 60, 527, la 122 de Alvarez y la 661, hasta que se jubiló como vicedirectora.

A los 45 años empezó la facultad. "Me sentía rara, porque mis compañeros eran chicos recién salidos del secundario", comenta. Y ahora, ya en carrera universitaria, estudia el tercer año de filosofía. Lo singular es que en sus clases se encontró, para su sorpresa, con quienes habían sido sus alumnos en la escuela primaria.

"Al principio, cuando intervenía en las clases, parecía que me escucharan como si fuera todavía la maestra: dejaban lo que tenían en la mano y se predisponían igual que si estuvieran en un salón escolar. Uno reconoce entonces que la marca es muy fuerte", cuenta Mercedes.

La marca a la que se refiere la maestra es aquella que fija en el oficio de enseñar su carácter de transmisión, de reconocer en el otro un saber a ser recibido. No es casual entonces que advierta que extraña el papel de muchos directores de antes, y de los docentes que con más antigüedad eran referentes para los más jóvenes. "Quizás este es un valor a recuperar en las instituciones, un valor que se ha perdido a fuerza de ir buscando cosas nuevas".

Mercedes tiene la convicción de que quien fue un maestro verdadero "no se quita el guardapolvo cuando se jubila". "Y -agrega- en mi caso en lugar de ir al gimnasio ahora me dedico al ejercicio intelectual".

Si hay una maestra jubilada que no extraña estar con niños -sí en el aula- esa es María del Carmen Bartoloni. Además de sus nietos, trabaja en cada año escolar con cientos de alumnos que participan de las olimpíadas matemáticas Ñandú en la provincia.

En pocas palabras, es una de las responsables de organizar estos certámenes, diseñar las pruebas y claro está también de reunir fondos para sostener las olimpíadas que no cuentan con financiamiento. Tarea que María del Carmen hace ad honórem.

Durante 39 años trabajó de maestra frente al aula, hasta que se jubiló en 1994. Dio clases en las escuelas Mariano Moreno, en la 181 (Alcorta), en la 233 (Capitán Bermúdez), "en un barrio donde la palabra del maestro era escuchada como algo sagrado" -añade en su relato-; en la Nº 59 que luego se cerró y fusionó con la 1.240 y en la escuela Alem.

Para María del Carmen el afecto entre maestros y alumnos es una condición esencial. Por eso asegura que no le gusta cuando a un chico se le pregunta cómo se llama su maestra y apenas reconoce sólo su nombre de pila. "Eso marca algo", reflexiona en voz alta.

Sin embargo, más que el afecto considera que un maestro debe ser inquieto por naturaleza y entonces cita a un profesor suyo que les insistía con no quedarse sólo con los conocimientos que daba por ese momento la escuela normal. "Y ahora vemos que hay muchos temas que felizmente los chicos dominan mejor que nosotras, tal el caso de las nuevas tecnologías, en las que uno también puede aprender de ellos", advierte.

Basta con que se le pregunte a María del Carmen por alguna cuestión ligada a la educación para que se explaye con ganas. Sin embargo, si se le pide esa receta mágica imposible de calcar sobre cómo ser un buen docente, nombra los condimentos para ella esenciales: "Dar clases con mucho cariño, tener paciencia con los chicos porque no son todos iguales, pero sí todos deben aprender lo mismo, claro que cada uno con sus tiempos".

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Mercedes, María del Carmen y Graciela extrañan a los chicos.

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