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 miércoles, 01 de septiembre de 2004

Recuerdo del horror

Marisa Beiró, una cordobesa de 33 años que sufrió serias heridas en el accidente. "Mis hijos me sacaron adelante", sostiene tras relatar cómo las imágenes de la mayor catástrofe aérea de la Argentina vuelven a girar en su memoria una y otra vez. El avión detenido en la pista de Aeroparque. Las ocho jóvenes compañeras de trabajo caminando por la escalinata y acomodándose en las butacas. Había hombres, mujeres y un chico. La demora en despegar. Los insultos del piloto por algo que no funcionaba bien y el sonido irritante de una alarma. La aeronave que despega y que a los pocos segundos se viene abajo. Estruendos, gritos, desesperación. De pronto, oscuridad, lamentos y fuego, mucho fuego, en medio de cuerpos muertos y destrucción.

Las imágenes van y vienen en la memoria de Marisa, una de las sobrevivientes del avión de Lapa que se estrelló en la noche del 31 de agosto de 1999, a poco de despegar desde el Aeroparque porteño rumbo a la ciudad de Córdoba.

La joven, quien trabajaba para una perfumería que la había enviado junto a sus compañeros a un curso de capacitación en Buenos Aires, en el momento del accidente sufrió gravísimas quemaduras en el cuerpo. Durante ocho meses estuvo encerrada en dos institutos médicos, rehabilitándose. Tuvo que soportar numerosas cirugías.

A cuatro años de aquel desastre, Marisa se siente otra. Siente que recién ahora volvió a vivir y a valorar las cosas realmente importantes en su existencia. Mucho en eso tiene que ver el hecho de que se casó hace tres meses con un joven, con quien cría ahora cinco hermosos chicos en una coqueta casa de barrio Argüello. La menor de los cinco es Andrea, una de ocho meses.

"Recién ahora estoy tranquila, mi vida está en calma y valoro las cosas en serio: mis hijos, mi marido, la familia, la vida en sí, las cosas cotidianas de cada día", comenta Marisa.

Sin embargo, las cosas no le fueron fáciles. En la tragedia perdió a su mejor amiga, Jacqueline Rico. Luego, durante su larga recuperación murió su padre Julio y, un año después, su madre Margot.

"Mis hijos me ayudaron a salir adelante. Gracias a ellos, y también a mi esposo, me di cuenta del valor de la vida", comenta Marisa.

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