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 domingo, 22 de agosto de 2004 edición especial

candi
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-Desde que el hombre comenzó a pensar y razonar buscó, mi querido Inocencio, respuestas para el sentido de su vida. Preguntas fundamentales que son el norte de su existencia: ¿existe la felicidad? ¿Se puede ser feliz y cómo?

-¿Y alguien de los tantos movimientos filosóficos y religiosos que surgieron a través de los siglos y milenios logró una respuesta?

-Yo creo que todos tuvieron aciertos y errores y que el hombre no pudo, por estar sometido a bajas pasiones, aplicar todo lo bueno de cada teoría para lograr eso que se llama felicidad. A mí me parece que hay dos grandes corrientes de pensamientos que por distintos caminos buscaron alcanzar la felicidad. Por un lado las corrientes espiritualistas que, con sus diferencias, sostuvieron que la felicidad consiste al fin y al cabo en el encuentro del alma humana con Dios.

-Pero por otro lado hubo una suerte de hedonismo, es decir la aplicación de los principios de que la felicidad es disfrutar de los placeres. ¿Verdad?

-Claro, pero esta escuela fue a veces mal interpretada, porque el hombre confundió felicidad con placer de los sentidos, de carácter estrictamente material. De hecho no sólo que no está mal la satisfacción de las necesidades materiales que provocan un placer, pero ello por sí mismo no garantiza la felicidad. Ahora: ¿cuándo una persona alcanza ese estado conocido como felicidad tan difícil de lograr? Pues yo creo que cuando comienza a tener paz interior. Y para que esa paz interior se produzca debe haber una confluencia de dos ingredientes importantes.

-¿Cuáles son?

-Siendo el ser humano una conjunción de carne y espíritu, es decir de materia y esencia intangible, no puede sino necesitar para la armonía de su existencia para lograr su paz interior bienes que colmen sus necesidades en lo material y espiritual. Y creo que esto no se ha logrado y por eso dije anteriormente que el hombre no logró extraer de todas las escuelas filosóficas lo bueno de cada una de manera de obtener una conjunción que diera por fin la solución a su problemática. Fíjese por ejemplo que con la Revolución Industrial, es decir con el gran avance de la tecnología y ésta aplicada a la producción, se creyó que el hombre iba por fin llegar a un estado de felicidad. Esto no fue así ni siquiera para quienes lograron riquezas mediante el uso de las nuevas técnicas, porque se relegó la parte espiritual. Ni hablemos de las clases obreras que vieron incrementada su infelicidad porque la máquina los suplantó.

-Siga, por favor.

-Desde siempre el Estado y los operadores económicos tuvieron, por otra parte, una influencia muy grande en el ser humano individual, pero creo que después de esta Revolución Industrial esa penetración se profundizó hasta límites aborrecibles, especialmente en las naciones periféricas. Así llegamos a nuestros días y a esta Argentina en donde la felicidad del hombre depende de manera notoria del Estado y estos operadores. Naturalmente, el hombre argentino no es feliz y no lo es el hombre de otras latitudes, porque jamás se cumplió el lema: libertad, fraternidad igualdad. El hombre pasó a ser en todos los Estados y fundamentalmente en los estados marginales, apenas una identidad, un número, un objeto capaz de tributar y sometido a los caprichos de la egoísta maquinaria del sistema.

-Infeliz porque el estado y los operadores económicos le privaron de uno de los bienes necesarios para la felicidad cual es la satisfacción de las necesidades materiales.

-Así es. Una de las escuelas filosóficas de la antigüedad hizo ver, además, una clara realidad: el hombre es un ser social, no puede vivir aislado de sus semejantes y por lo tanto su felicidad no puede ser abstraida del destino social, no puede fecundarse ni crecer sin la concurrencia positiva del otro. En otros términos: el hombre puede haber encontrado el camino hacia la felicidad, puede estar dispuesto a transitarlo, pero no lo puede hacer si este propósito es impedido por su semejante. Lamentablemente, el sistema ha impedido e impide sistemáticamente el logro de necesidades materiales por parte del individuo. Un sistema conformado por hombres quienes aún teniendo para sí poder y riquezas tampoco logran la felicidad por la ausencia, muchísimas veces, de valores espirituales.

Candi II
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