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 domingo, 25 de julio de 2004

candi
-Hace algún tiempo ya, un lector nos envió una carta en la que ensayaba desentrañar nuestro espíritu y en ese texto se atrevió a trazar un bosquejo de nuestro mundo interior. Si mal no recuerdo, Inocencio, decía que hablábamos tanto de la aflicción y de la soledad del ser humano porque evidentemente tales fantasmas nos tenían atrapados y que el amor al que siempre aludimos, como base de la paz interior y de la paz social, era un sentimiento que no nos prodigaban.

-Y nunca falta algún amigo que sabiendo cuantas bendiciones al fin, inmerecidamente es cierto, se derramaron sobre nuestra existencia, se queja de nuestras respuestas, coloreadas de gris otoñal y envueltas en una bruma existencial, cuando nos pregunta cómo estamos.

-Pero... ¿cómo estar bien, cómo ser feliz, cómo no preocuparse cuando en nuestro rededor hay angustia, soledad y desamparo? Ya sé que esto puede sonar a una soberbia y grotesca santificación o a barata demagogia más propia de un político interesado en cautivar a un alma sensible que de alguien que a la sazón un día debió decir algunas cosas en una contratapa. Sí, hemos fallado en muchas cosas, pero jamás pactamos con la falsedad.

-Con Candi creíamos que después de andar por perdidos recovecos del cielo y del infierno, pocas cuestiones podrían ya asombrarnos. Sin embargo, la infinitud de la problemática humana es inimaginable y cuando uno sospecha que ya ningún dolor podrá ser más profundo, ninguna soledad más intensa, aparece un nuevo monstruo que es un reciclaje mejorado de aquel que el hombre creía haber vencido.

-Entonces uno alcanza a comprender a algunos seres atormentados aún en medio de tanta riqueza espiritual. Y acude a nuestra mente aquella primera estrofa del poema de Amado Nervo, "¡Oh Cristo!": "Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;/ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia/sin que yo me angustie y llore;/ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,/¡oh Cristo!"

-Cada día hay más gente en soledad, angustiada y rayanas sus mentes en la melancolía. En la calle, al observar tantas escenas protagonizadas por seres encolerizados, se advierte tras de ellos el espectro del estrés, umbral de la depresión. Y es grave, por cuanto si bien es cierto que la angustia tiene un sentido que es enternecer y sublimizar el espíritu, la cronicidad de ese sentimiento no es deseado por Dios y contrario a la ley natural. Reniego respetuosamente de aquellos que sustentan el principio de que el hombre ha nacido para sufrir. Nada de eso, el hombre nació para ser uno con Dios y en consecuencia gozar de paz. Y cuando este Cristo de Amado Nervo dice: "En el mundo tendrán que sufrir", no lo dice porque Dios así lo quiere, sino porque el hombre poderoso, el hombre imperial traicionó a la divinidad sometiendo a los débiles. Y a fuer de ser insidiosos e insistentes, diremos que esa traición llega hasta nuestros días de la mano de los que imperturbables hieren al prójimo sin misericordia. No nos es posible eludir el sentimiento que proclamamos una vez más, aún a costa de ser lapidados por ver la paja en el ojo ajeno. Pero es que ese ojo, pérfido o miope, es el que nos guía: al menos el setenta por ciento de las causas de aflicción en el mundo se debe a un poder humano hegemónico, arbitrario, falso, inescrupuloso e impiadoso. Y esto sucede en todos los ámbitos sociales.

-Hace un tiempo un político nos decía que en esta columna a veces nos involucramos demasiado con la cuestión religiosa. Sí, es cierto, pero no se trata de un proselitismo tendiente a llevar a la humanidad al templo, sino al menos de despertar la conciencia de que la cuestión social no admite el desentendimiento de los principios de Dios o, en todo caso y por respeto a agnósticos y ateos, de los principios de la moral. Y aún cuando algún religioso nos mire con desdén, diremos que la Sagrada Escritura no es sólo una guía para llegar al cielo, sino una foja de ruta para tener una buena vida aquí y ahora. Cuanta razón tiene ese espíritu excelso que es Sábato: "Mientras los más desafortunados sucumben en la profundidad de las aguas, en algún rincón ajeno a la catástrofe, en medio de una fiesta de disfraces siguen bailando los hombres del poder, ensordecidos en sus bufonadas". ¿Qué nos queda, pues, a los sofocados seres de las profundidades? Todo en el Absoluto que deplora la resignación. Todo en la moral que exalta la virtud de la fe y la fuerza del compromiso.

Candi II

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