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 martes, 08 de junio de 2004

Reflexiones
Tenerlo todo

Los piqueteros marchan a pie junto a vehículos estacionados que nunca conducirán. Un fotógrafo gasta en rollos de la boda real lo que vale uno solo de los vasos para el brindis. Una estrella de rock vernáculo festeja su onomástico y consume en una noche lo que una familia gasta en cinco años de ahorros y puchero. Con un segundo de aire de televisión se curan cinco pibes tuberculosos. Un masaje facial de tierra egipcia alivia una cara pero salvaría de una peste a alguien cualquiera. Con una ingesta promedio de cocaína en una bacanal entre cinco perdularios se deshambrearían cincuenta chicos por mes. Y así los ejemplos cunden hasta el infinito.

Una señora avisa sobre un desfile de modelos y de su cuello cuelga el cadáver de un zorrito. El crimen de peletería cuesta una fortuna que evitaría un tratamiento para el cáncer. Ejemplos extremos de un mundo extremo. Una señorita cobra por sus servicios amorosos lo que gana un jefe con el plan jefe de hogar. Y la nafta de un circuito doméstico de turismo carretera curaría a un toba enfermo de gripe y lo alimentaría por meses.

Lo terrible es la naturalidad, la fuerza de la costumbre de estas ecuaciones cuasi demagógicas, cuasi fermentadas, antiguas y prosaicas. "Nunca podrás ser feliz", me dicen mis amigos cuando presento estos cuadros en la mesa pasatista de un café. Luego callo y miro el mar bonito de piernas, una discusión de esquina y las primeras luces del otoño en la ventana. Tener o no tener. Esa es la cuestión. Yo tuve, pienso y no lo repito pues ellos ya saben acerca de mi calvario de los noventa, cuando era un argentino pujante de algo que estaba en el aire y que quise atrapar al vuelo. Oh, añoranzas de aquel empate prodigioso del 1 a 1, con mis tarjetas de plástico, mis incipientes celulares, mis festines en los supermercados. La nostalgia de saber que ganaba siempre igual pero que gastaba el triple, como en una matemática mágica de demiurgo medieval. Oh, santísima anestesia del que compraba en cuotas sin despertarse siquiera ni el final de la pesadilla, porque era tanto lo que habíamos sufrido que cualquier dolor presente comparados con el sufrimiento pasado de incendios y el plan austral no eran nada, nada de nada.

¿Qué hacer entonces ahora, en un rincón de mi memoria herida con el voto que esgrimí, la fiesta que pagué culminada en velorio y mi nombre en el listado de una Afjp? ¿Qué hacer con los sorteos de viajes fenomenales, raspaditas instantáneas, la ropa de India, el queso de USA, la vajilla de China, el perfume francés, los electrodomésticos paraguayos y los preservativos coreanos? ¿Qué hacer con esta añosa gloria de haber tenido tanto y no tener nada? ¿De haberme colado en la cultura shopping, la noche delivery y el trago del happy hour?

"No podrás ser feliz si seguís en esa", dicen mis amigos de la mesa mientras saben, intuyen, que tal vez esté pensando en la época pasada y en aquella mujer que la representó, pues suyos fueron los aromas, los emblemas, los blasones. La conocí rubia reciente, dispuesta a todo y muy relacionada. Habrá visto en mí a un soldado dispuesto a los nuevos vientos de revolución en marcha. Me sugirió un cambio de vestimenta pues mi target no era el conveniente. Propuso una relación muy free. Trabajaba en un brookers de seguros y era especialista en leasing, merchandising y clearing. Descifrarla fue un enigma. Estaba pendiente, como embrujada por el manegement, el work shop y los business. Decía que enloquecía por el marketing y el offshore, por el packaging, por su lifting y su personal trainer. En mi afán de pertenecerla, de florearme con ella y atisbar el aroma de lo flamante, la antesala radiante, epopéyica del Primer Mundo que mullidamente me tendía sus dedos enguantados, asistí a cursos de inglés tan veloces que despisté en varias ocasiones hasta olvidarme la pronunciación de la palabra felicidad, salud o patria. Fueron tantas las abolladuras que sufrí en la carrera hacia la meta anhelada que todavía me duelen algunos huesos. Oh, Dios creí tenerlo todo y tenerla a ella, pero me dejó en stand by y con el cartel de "Sale" repintado en la frente.

Miro la desmesura de todo hoy, yo que fui un descalabrado sin atenuante más que mi afán de entrar a algún sitio diferente del resto de mis pedestres amigos y contar un cuento del que penetró al bosque encantado y supo de sus maravillas y prodigios. Hace frío acá ahora, en el Purgatorio de los Infelices. Sorbo una infusión barata y cuento con religiosidad franciscana las monedas puestas bajo el único jarrón símil japonés que adquirí en un Todo por 2 pesos. Eso y un osito Winnie Pooh que ella hurtara de una partida rumbo a las islas Malvinas fue lo único que me quedó en la madriguera semivacía.

Luego, caminando las 16 cuadras, arribo al bar donde mis amigos amenguan con sus silencios todas mis desventuras. Todo lo mido hoy con una exagerada cautela, todo me parece caro, excesivo, desproporcionado. "Los piqueteros ahora tienen tarjeta magnética", digo ante mis amigos intentando deslizar una ironía, pero ya nadie me lleva el apunte. Soy un fantasma aterrado que está en carne presente por casualidad. Pasé por el corralito y ahora estoy en el jaulón, que es la casa con frente de barrotes que es donde sobrevivo, una especie de Alcatraz invernal que nada custodia pues ya no hay nada para poder llevarse. Si entrarían ladrones, por piedad habrían de dejarme algo seguramente. Espero no se queden con la única foto de mi antigua novia, la de los rabiosos, fulgurantes, caníbales años noventa. "Justamente: no-venta y todo se vendió", arrimo a la mesa pero ya no causo gracia ni aplauden mis reflexiones como antes.

Mi único consuelo es verla hoy retratada para la posteridad en algunas causas non sanctas de aquella época. Paradojas del destino: ella que creía en el fin de las ideologías, declara desde la mazmorra donde esta confinada, que se siente "perseguida por causas ideológicas". Y ya no luce aquel rubio plateado en sus cabellos.

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