| sábado, 05 de junio de 2004 | Feudalismo de nuevo cuño Existe un feudalismo de nuevo cuño, una serie de mecanismos como el llamado consenso de Washington, la creación del OMC (Organización Mundial de Comercio), el Nafta, el proyecto del Alca (Area de Libre Comercio de las Américas), etcétera, imponen a la mayoría de la población mundial condiciones socioecómicas que deterioran las condiciones materiales de existencia de cientos de millones de personas en todo el planeta. La distribución de recursos se torna crecientemente desigual para los pueblos del Hemisferio Sur, basta con analizar los informes anuales de organismos como Unicef y la FAO para comprobar cómo continúan muriendo alrededor de 1.500.000 niños por enfermedades evitables como el sarampión o la malaria. Hay miles y miles de personas que carecen de agua potable, asistencia sanitaria o un hábitat digno, en una etapa histórica en la cual el desarrollo tecnológico ha alcanzado un nivel que posibilitaría acabar con esta inequidad si existiera voluntad política genuina. En la Edad Media, el pacto de vasallaje entre señores feudales y siervos de la gleba imponía la sumisión de la mayoría a una minoría privilegiada y despilfarradora, que saldaba sus disputas con campañas guerreras que invocaban principios religiosos. Las Cruzadas son un ejemplo de esto. En el presente, las potencias imperialistas hacen lo propio, respondiendo al mandato de los oligopolios petroleros, los laboratorios, los complejos industriales de fabricación de armamentos. Su lema es que la liberalización de los mercados implica expandir el bienestar por todo el orbe. Y esto no sólo no es así, sino que cada paso en ese sentido nos acerca como especie hacia el abismo. Las imágenes de torturas, violaciones y demás atrocidades perpetradas por las tropas norteamericanas en Irak son elocuentes. Es hora de que como ciudadanos del mundo movilicemos nuestras voluntades para detener la barbarie, porque estos centuriones no tardarán en posar otra vez sus zarpas en Latinoamérica a fin de apropiarse de las reservas de agua.
Carlos A. Solero
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