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 domingo, 16 de mayo de 2004

candi
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-La historia de ayer concluyó con que nuestro hombre, luego de caminar meses y años buscando esa ciudad mágica e ideal, donde la paz era plena y la dicha perenne, advierte que pasó gran parte de su vida andando por el camino equivocado. Llegó no a esa ciudad sino a una gran caverna oscura y sin salida y se sentó a llorar. ¿Cómo termina esta historia, Candi?

-Sigamos. Reflexionó que su pasado estaba irremisiblemente muerto y se le ocurrió pensar que cada instante que se pierde es un pedazo de vida que se muere. "Sólo tenemos el presente", se dijo y añadió: "Porque el pasado es muerto y el futuro sólo una posibilidad". Comprendió que no podía permanecer en la caverna, porque allí se moriría también el presente y el futuro, como consecuencia, jamás nacería. ¿Pero qué hacer? Recordó unas palabras de su padre, palabras remotas, lejanas y se entristeció un poco porque esas palabras las había escuchado en aquellos tiempos de la juventud cuando todo se tenía y donde toda dificultad al fin moría en torno de la mesa familiar. "En la guerra de la vida, mente fría y corazón caliente" le había dicho su papá. Así que como pudo se serenó, tranquilizó su mente y dispuso su corazón.

-Serenidad ante la dificultad.

-La caverna no tenía otra salida, sino la propia entrada, así que volvió sobre sus pasos, hacia el sendero entornado por la espesura de la selva. No podía desandar el camino, ya no tenía tiempo para eso. No podía quedarse en la cueva, pues la muerte lo encontraría en cuestión de días. Y la verdad es que no quería morir, no sin antes haber alcanzado la meta, no sin antes haber cumplido con el rol para el que había venido al mundo (porque él sabía que aún unos segundos antes de la muerte el ser humano puede realizar aquel acto para el que fue llamado). Así las cosas, decidió hacer su propio camino a través de la selva virgen. Escuchó a lo lejos el canto de algunas aves, trató de divisar el cielo a través de la maraña vegetal y tomó una decisión temeraria: "Mi camino formará un ángulo de 180 grados con el sendero por el que venía" -dijo- y se echó a andar.

-Una decisión audaz, pero llena de valor y de fe.

-Tuvo miedo, mucho miedo. Miedo a morir de hambre, de sed, miedo a los animales salvajes, a ser tragado por ciénagas. Anduvo días y meses y más de una vez estuvo a punto de entregarse, de caer vencido. Muchas lágrimas regaron aquella vegetación, pero desde algún lugar recóndito y profundo de su ser salía una voz que lo instaba a seguir, a no claudicar. Un buen día, luego de su regular descanso, al despertarse observó con asombro y temor que un grupo de hombres ataviados extrañamente lo rodeaban y lo miraban en silencio. Suavemente lo tomaron de los brazos, lo incorporaron, invitándolo a que caminara con ellos.

-¿El destino de los que no pierden la fe?

-Caminaron unos días hasta que por fin llegaron a un pueblo. Las casas eran de piedras talladas, había monumentos, obeliscos y algunos templos piramidales. El grupo llegó hasta un anciano, venerado, que parecía ser el jefe de aquella rara sociedad. Todos inclinaron la cabeza en señal de reverencia y él no tuvo más remedio que imitar esa actitud. Para su sorpresa, y sin más trámite, el anciano se acercó, lo tomó del brazo y le dijo: "Te mostraré donde está esa ciudad ideal que buscas donde la paz es plena y la dicha perenne". Sonrió, se puso contento y sollozando le dio las gracias al venerable hombre. Caminaron unas horas hasta que de pronto apareció ante sus ojos un lago, pequeño pero de aguas tan puras como cristalinas. Muchos de la aldea los seguían como sabiendo lo que habría de ocurrir. Todos se adentraron unos metros en el lago. De pronto el anciano levantó la mano y ordenó que se detuvieran y le dijo al amigo de la historia: "Mira hacia abajo, he allí la ciudad perfecta". El miró y sobre las aguas vio reflejada su figura, sólo su figura, no la de los demás. Vio su corazón y una luz que circundaba todo su ser. El anciano agregó: "El mundo perfecto está en vos, sólo en vos, cuando llegues a él encontrarás la gran ciudad que buscas". Mucho tiempo pasó nuestro amigo aprendiendo de este sabio hasta que un día, antes de regresar a su mundo, nuevamente el anciano, junto con los demás, lo llevó hasta el lago. Se maravilló de ver reflejadas en las aguas puras tantos seres, tantos corazones, tantas almas, tanta paz y sonrió.

Candi II
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