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 domingo, 11 de abril de 2004

Editorial
El poder de la belleza

Un informe publicado recientemente por un matutino porteño confirmó que un porcentaje de la responsabilidad de que los adolescentes hayan perdido vinculación con la gran literatura pertenece a los planes educativos e, incluso, a los propios docentes. Y no es que desde esta columna se intente cargar las tintas sobre estos últimos, cuyos esfuerzos para enseñar no se pueden poner en duda, sobre todo si se recuerda la baja remuneración que perciben por su trascendental tarea. Sin embargo, la creciente importancia de los medios audiovisuales y el auge de la informática han terminado por generar una equivocada imagen de los jóvenes, sobre quienes se supone erróneamente que no serán atraídos por los clásicos del arte de la palabra.

Por cierto que ese prejuicio constituye un grave error, del cual da acabada cuenta el reciente "descubrimiento" realizado por un grupo de técnicos de lengua de la Capital Federal, quienes compararon el efecto que tenía en los chicos la lectura de un texto supuestamente sencillo con el causado por otro mucho más complejo, extraído del corpus de la gran literatura occidental. Para sorpresa de muchos, se detectó que los adolescentes -aun los de nivel cultural más bajo- hallaban poco atractivos a los primeros y, por el contrario, muy interesantes y estimulantes a los últimos. ¿Subestimación? Desde luego, aunque carente de malicia y ejercida en dos direcciones: por un lado, sobre la sensibilidad e inteligencia de los estudiantes; por otro, y esto acaso sea incluso más grave, del profundo poder que tiene la belleza literaria para conmover el espíritu humano.

Sin embargo, no es tarde para rectificar el rumbo y reinstaurar en las aulas el antiguo y querible reinado de las obras maestras de la literatura, que en muchas ocasiones fueron reemplazadas por textos de nulo valor estético, pese a haber sido escritos por supuestos especialistas. Así, por ejemplo, recuperar "El Lazarillo de Tormes" y fundamentalmente el "Quijote". También, cómo no, la gran poesía española, y hacer hincapié en la producción argentina: Echeverría, Sarmiento, Quiroga, Borges, Cortázar, Conti, Soriano. En síntesis: poner a los lectores en contacto con la materia viva del arte, por fuera de toda intermediación que bastardee la pureza y la intensidad de ese contacto.

Claro que ello no disminuye la importancia de la gestión del docente, quien debe eludir los enfoques eruditos y proporcionar herramientas para la adecuada comprensión y disfrute de las obras.

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