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 domingo, 11 de abril de 2004

Charlas en el Café del Bajo

-El hombre puede no conciliar con ciertos dogmas, con ciertos ritos religiosos que parecen más ajustados al medioevo que a esta sociedad de nuestros días más necesitada de mensajes que de escenas sacrosantas. Pero aún así no puede permitirse, sin riesgo de caer en la desolación o la pérdida de un sentido trascendente de su existencia, no vivir en religiosidad.

-A menudo se confunde (y lo confunden) el concepto de religión y dejaremos para otro momento el tratamiento de este tema. Recordaremos, al pasar, que según la Real Academia Española religión es un "conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto". Desde este punto de vista religión es, más que cualquier otra cosa, reconocimiento de Dios y acercamiento a El a través de la oración. El culto por antonomasia de la sociedad occidental es el culto judeo-cristiano; y, naturalmente, las dos religiones caminan por separado, pero por senderos paralelos que conducen a un mismo destino: "el Dios único y verdadero y la liberación".

-Los dos pueblos saben de penas y alegrías y los dos, desde este punto de vista, saben que el dolor debe ser trascendido. Hay un paralelismo, una semejanza mucho más profunda de la que habitualmente se cree entre judíos y cristianos. Y esta semejanza se refleja, se hace más notoria, en las pascuas de las dos comunidades: lloran los hijos de Israel en Egipto, azotados por el látigo de los verdugos que los obligan a trabajos forzados; llora Jesús flagelado por los verdugos romanos. Caen exánimes los judíos bajo la dominación del faraón, hay penas y llantos. Muere entre las mismas penas y los mismos llantos este otro judío crucificado por el imperio romano. Estos mismos judíos en Egipto claman a Dios liberación y este judío crucificado por el romano le clama a Dios desde la cruz que cuide su espíritu. Y mientras los judíos cruzan el desierto rumbo a la tierra prometida se descorazonan, se sienten solos y le preguntan a Moisés por qué no los dejó morir en Egipto (Exodo, Parashat Beshalaj de la Torá). De la misma manera Jesús, en la cruz, le pregunta a Dios por qué lo ha abandonado.

-Pero ni judíos ni cristianos se rinden, se resignan ante el dolor. Moisés le dice a su pueblo: "No temáis, fortaleceos y ved la salvación del Eterno". Jesús antes de expirar confía en la divinidad y le encomienda su espíritu. Como se puede observar, hay en el judaísmo y en el cristianismo una avidez de Dios, una decisión inquebrantable de no renunciar a El a pesar de todas las vicisitudes. Y esa fe no es vana, porque la historia encuentra a los dos pueblos también en la alegría. El pueblo de Israel es liberado por la mano de Dios y es llevado a la tierra prometida. Jesús resucita, también es liberado de la cadena del dolor y de la muerte.

-El lector reacio a creer en los prodigios hechos por Dios en estas dos historias podrá negarse a aceptarlos, pero hay algo que no puede dejar de ver y este algo es trascendente: un mensaje.

-Un mensaje que nos está diciendo, advirtiendo, que la vida del ser humano es, desde que comienza a tener poder para reflexionar y hasta su muerte una eterna pascua compuesta de un dolor y de una liberación. El mensaje manifiesta, a través de las dos historias, que Dios no desea la esclavitud ni el tormento para el hombre, lejos de ello lo libera. Siempre, es este hombre el que se inflige el sufrimiento, no a través de su naturaleza, sino como consecuencia de sus circunstancias (egoísmo, ambición, miedos, etcétera). Porque el ser humano es bueno por naturaleza, pero los sucesos sociales lo transforman. La pregunta que deviene es razonable: ¿Pero entonces, la vida es un ciclo de penas y glorias? ¿No hay estabilidad emocional? Esta estabilidad a la que todos aspiramos cobrará vigencia cuando impere el amor en el mundo y cuando el hombre en lo individual comprenda que a través de Dios y del respeto de su perfecta ley se alcanza la paz interior, que es superadora de la felicidad. Felices Pascuas cristianas y judías.

Candi II

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