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 sábado, 06 de marzo de 2004

¿Para qué sirve la institución escolar?
Cuando la escuela se mueve entre el pragmatismo y el espectáculo
La utilidad de los contenidos escolares y las demandas de los alumnos

Cecilia Bixio (*)

Comienzan las clases y, como algo que pareciera inevitable, vuelve la reiterada frase: "La escuela no sirve", o la misma conclusión pero en forma de pregunta que se reitera ya desde hace algunos años: "¿Para qué sirve la escuela?", a lo que podríamos responder: ¿Tiene que "servir" la escuela?

¿Qué hay detrás de esta pregunta? Puede parecer un interrogante pragmático, y en ese caso podríamos responder que la escuela prepara para el mundo del trabajo, para estudios superiores, para la formación cultural general o básica, para la formación de ciudadanos responsables de una sociedad democrática. ¿Lo hace? Ese es el tema a debatir.

A esto bien valdría agregar otra pregunta que los alumnos se hacen a menudo: "Profe, esto que nos enseña ¿para qué nos sirve?". Y volvemos entonces a preguntarnos: ¿Es una pregunta teñida de pragmatismo la que hacen nuestros alumnos?, ¿tiene que haber "utilidad" en los contenidos escolares? o, en todo caso, ¿de qué tipo de "utilidad" estamos hablando?

La escuela -como institución social que informa, educa y prepara a las jóvenes generaciones- tiene un valor social indiscutible. Lo que está en discusión es otra cosa. Es el cumplimiento de esa función social. Y ahí el problema se articula con otros nudos conflictivos: la formación docente, los contenidos curriculares, los criterios de evaluación, los métodos de enseñanza, el compromiso del alumno con sus aprendizajes, el valor que la familia le adjudica a la escuela, las motivaciones, expectativas e intereses de los alumnos y, en un nivel más amplio, el valor que nuestra sociedad le adjudica hoy a la cultura y a la ciencia.

Sabemos que la escuela cumple hoy, más que nunca, una función social irrenunciable y que el valor del conocimiento que la escuela le puede ayudar a construir a niños y jóvenes es y será una de las herramientas más valiosas.

Por otra parte, la celeridad de la transformación de los conocimientos y la enorme cantidad de información y saberes que se generan a diario en el mundo hacen que sea indispensable no sólo acercarles la cultura tal y como la conocemos sino, fundamentalmente, ayudarles a construir genuinas estrategias para aprender hoy y seguir aprendiendo en el futuro, con la certeza de que dichas estrategias los pondrán también en mejores condiciones para ser productores de cultura.


Cuestión de intereses
¿Qué les interesa a nuestros alumnos? Si creemos con real convicción en lo interesante del mundo de la ciencia o del arte que tenemos para compartir con ellos, tal vez podamos buscar nuevos modos para convocarlos, para desafiarlos, para crear en ellos nuevos interrogantes a partir de los cuales problematizar creativamente el mundo y la cultura. De lo contrario quedamos atrapados en la dicotomía entre el espectáculo y el pragmatismo.

No todo tiene aplicación inmediata, utilidad concreta en la vida cotidiana. ¿Qué utilidad puede tener saber que Dalí fue un pintor o que Shakespeare escribió "La tempestad"?

Hoy, las nuevas condiciones sociales han hecho que nuestras instituciones, las llamadas instituciones básicas de la sociedad, estén siendo atravesadas por un fenómeno particular, el de los medios masivos de comunicación; entre ellos, se reconoce una incidencia particular de la TV y de la red Internet. Esto no es necesariamente ni bueno ni malo en sí mismo. Sucede, sin embargo, que aún no sabemos vivir en este nuevo mundo, y hay ciertos efectos de este nuevo mundo que no tendríamos que tolerar.

Tendremos que estar atentos y a la altura de las circunstancias para repensar las escuelas, para reescribir los nuevos proyectos educativos para nuestras jóvenes generaciones. Y también ser capaces de aceptar que lo que quede del proceso educativo sea más intangible, menos evidente que las gruesas carpetas repletas de hojas y de ejercicios, las planillas y boletines de notas, pero no por ello despreciables.

Tal vez debamos aceptar que la formación de un sujeto político, crítico y autónomo sea más incompleto, menos memorioso, más atrevido para jugar con los conceptos, menos lleno de información, más capaz de razonar y producir la que no encuentre.

La escuela, para estar en condiciones de asumir las nuevas funciones sociales, habrá de transformarse, crear una nueva cultura escolar, sostenida en otros valores, en otros criterios, organizada de acuerdo con otras miradas, administrando sus espacios y los tiempos de otras maneras, estableciendo nuevos roles, construyendo sociabilidades diferentes.

No se trata de competir con el mundo del espectáculo para atrapar la atención de nuestros alumnos. ¿Qué tiene de interesante, frente a los chismes de ricos y famosos, de juegos telefónicos por premios y dinero, de novelas de gitanos, una célula, un algoritmo, una revolución o un verbo conjugado?

Hoy, el discurso pedagógico que interpela a un sujeto en formación choca con el mensaje del mercado que interpela a un sujeto en actualidad. Este choque de significaciones puede ser pensado como una situación a trabajar en la institución educativa.

Todo esto nos presenta una situación que sólo puede abordarse desde una mirada crítica y desde una perspectiva institucional. Los docentes, de manera individual, no pueden hacer frente a estas problemáticas, por lo que la alternativa tendrá que presentarse desde lo institucional, trabajando en las franjas que la cultura institucional deja como resquicios para ser revisada y transformada.

Educar es transmitir una experiencia cultural de una generación a otra, abrirle las puertas de acceso a la cultura, ayudarle a pensar y permitirle el espacio de debate y discusión. Aceptar la fuerza de los argumentos de las nuevas generaciones sin llorar la derrota, pudiendo resignificar en cada acto de transmisión el proyecto social, institucional y nuestro propio proyecto de vida.

De esta manera, el sentido de la escuela, el interés por aprender, el esfuerzo que haremos por lograrlo, el que valga la pena intentarlo, implica un trabajo y un proceso, de ninguna manera es algo que pueda darse milagrosamente y de una vez para siempre. Puede ser pensado como una cuestión a construir, un a posteriori y no necesariamente un a priori. Esta construcción implica generar en el aula un espacio "virtual" y dedicarle un tiempo al que llamaremos "lúdico", en el que tendría que suceder algo que podríamos llamar "una experiencia cultural".

(*) Psicopedagoga. Docente de la

Universidad Nacional de Rosario (UNR).

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