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 sábado, 03 de enero de 2004

La filosofía pensada para los niños

Marcela Isaías / La Capital

La idea de formar niños críticos ha desvelado a docentes y profesores desde siempre. Tanto es así que esta aspiración encabeza los programas de cualquier asignatura. Sin embargo, anuncios y prácticas no siempre se encuentran en las aulas. Por eso un programa de "Filosofía para niños" propone poner en ejercicio al pensamiento en el ámbito escolar.

La propuesta tiene a los chicos como protagonistas esenciales y a los docentes como los facilitadores de la misma. La meta es ambiciosa: poner a la filosofía al alcance de todos. Es decir, lograr que una simple cuestión filosófica se despliegue en una discusión propia de grandes pensadores.

La filosofía para niños tiene su historia como programa. Es el norteamericano Matthew Lipman quien en 1969 diseña un programa para los pequeños filósofos. En tanto que la idea se trabaja sistemáticamente en la Argentina desde hace unos diez años. Gustavo Santiago, docente de filosofía de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), es uno de los primeros en unirse a la propuesta y trabajarla en las escuelas argentinas. El docente es es autor de "Filosofía con los más pequeños. Fundamentos y experiencias", editado por Novedades Educativas. El libro es básico para quien desee enterarse del ABC de este programa.

Santiago explica que "hacer filosofía con los más pequeños no significa entablar una charla sobre cualquier tema, menos compartir un diálogo sobre cualquier cuestión, por el diálogo mismo. En este sentido -dice- prefiero hablar de discusión".

-¿En qué diferencia uno y otro -diálogo y discusión- cuando se trata de llevar adelante el programa de filosofía para niños?

-No es una cuestión de compartir opiniones y nada más, tampoco lo es un espacio reducido a la expresión. Si se quiere que los chicos piensen por sí mismos es necesario poner el acento en la autonomía del pensamiento, que es comunitaria y no individualista. Para que eso ocurra lo que debe haber es un trabajo para las distintas posturas, en forma de entramado, donde se refleje la construcción de conocimiento a partir del intercambio. Eso se da en la discusión, mientras que el trabajo de construir ese entramado es el que tiene que hacer el docente.

-Está claro que hace falta un docente abierto a estas discusiones, pero también con ciertas herramientas para manejarlas. ¿Cuáles son esas herramientas?

-Ciertamente hace falta apertura, capacitación docente y prepararse para esto. Las herramientas que (Matthew) Lipman toma tienen que ver básicamente con tres aspectos del pensamiento: la dimensión crítica, la creativa y la ligada a la sensibilidad ética. Son herramientas en un sentido metafórico. Por ejemplo, dar, pedir y evaluar razones permite que los chicos sean críticos, que la clase no sea una charla sino una discusión. Y en este caso, las herramientas son muchísimas: evitar supuestos, no utilizar falacias, dar ejemplos y contraejemplos. Por lo general el docente introduce estas herramientas por medio de preguntas y de esa manera va poniendo en práctica lo que todos los programas de educación enuncian que "el chico sea crítico", pero nunca se explica cómo hacerlo en el aula. Claro que tampoco se trata de algo mágico.

-No es mágico, pero el programa ayuda a un mejor razonamiento en los chicos.

-Sí, pero no es sólo eso. Para pensar mejor no alcanza con atender las cuestiones argumentativas. Una persona puede ser muy crítica, pero tener cero de creatividad o muy poca sensibilidad ética. Por ejemplo, un ministro de economía puede ser muy inteligente a nivel cognoscitivo, pero las medidas que introduce para solucionar los problemas resultan desastrosas para la población. Tampoco se trata de que los chicos sean "buenitos" y luego no puedan resolver un problema cognoscitivo. Se busca un crecimiento relativamente equilibrado en las tres dimensiones, eso permite ver entonces quién piensa mejor. El papel del docente en este proceso resulta central, distinto al habitual: es el que da a los chicos las herramientas, las pone en juego, pero no interviene conceptualmente. Y esto es fuerte.

-¿Está preparado el docente para este papel y para correrse del centro de la escena?

-No, hay que prepararlo. Lo interesante es que cuando el docente encuentra su rol nuevo lo disfruta mucho. Para nada es un lugar pasivo, requiere de un docente que tenga muy buen oído, que pueda escuchar lo que están diciendo los chicos y atender muy bien a lo que está pasando.

-¿Algo así como tener una "oreja verde", como la del señor del cuento de Gianni Rodari?

-Exactamente. Prestar mucha atención y contar con mucha sensibilidad sobre lo que los chicos quieren discutir, además de disposición para problematizar cuestiones y no cerrarlas.

-El maestro polaco Janusz Korzack -quien conducía asilos para niños judíos y católicos y fue asesinado por el nazismo- sostenía en su trabajo con los chicos que había que dejarlos escribir y expresar sus ideas porque "los niños son grandes filósofos". ¿Lo son?

-Los chicos, como los adultos, dicen ciertas afirmaciones o se vinculan con otros de un modo que se puede trabajar filosóficamente. La filosofía no es una cuestión estrictamente espontánea. Mi hijo de dos años -por ejemplo- le preguntó a su madre si siempre sería Julián. Se podría decir que esa es una cuestión filosófica. Y lo es. Pero hay que desplegarla para decir que estamos filosofando. Con que sea una inquietud filosófica no alcanza. Sí creo que los chicos tienen una potencialidad extraordinaria para presentar cuestiones filosóficas. Por eso el programa más que introducir algo novedoso busca resguardar lo que potencialmente está en los chicos. Esto se hace construyendo una comunidad de pequeños filósofos buscando resolver o avanzar en problemas filosóficos.

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Gustavo Santiago junto al grupo de docentes de Amicis.

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