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 domingo, 21 de diciembre de 2003

Trazos de un año que se va
Rosario vio como se consolidaron sus contrastes
La ciudad observo crecer el empleo, el comercio y el consumo. Pero también sufrió la inseguridad y la miseria

Marcelo Castaños / La Capital

Empleo, educación, salud, servicios, higiene urbana, inversión privada, la obra pública, comercio, cultura, seguridad... Hacer un balance anual de la vida de Rosario presupone un análisis amplio desde esferas muy diferentes que hacen la historia colectiva de un millón de habitantes. No obstante, algunos indicadores permiten medir lo que fue el pulso de la ciudad, apuntar sus contradicciones y plantear desafíos. El crecimiento de la economía regional y del empleo, el aumento del consumo, la revitalización de áreas comerciales, algunas obras de infraestructura emblemáticas y la promesa de inversiones públicas y privadas convirtieron al 2003 en un año de transición y de esperanza. Como contrapartida, la ciudad sufrió el creciente clima de inseguridad y enrarecimiento de la vida cotidiana. Una sensación de impotencia que llevó incluso a los vecinos a medidas extremas como amenazar con armarse para defenderse de "los otros".

Por lo demás, la ciudad deberá trabajar para que se dé respuesta a las grandes deudas pendientes: la disminución real de los niveles de exclusión, el aumento del poder adquisitivo y el blanqueo del trabajo en negro, la culminación de obras de infraestructura, una redistribución más justa de los ingresos provinciales y el mejoramiento de los servicios públicos concedidos.


Después de la hecatombe
Esta sensación de esperanza tuvo que ver con variables objetivas, pero también con una necesidad de creer. El 2002 había cargado con el arrastre de la peor crisis y la ciudad había caído en un abismo que sólo se amortiguaba con un par de elementos: el plan Jefes y Jefas de Hogar, la asistencia social en los barrios y la contención de las economías informales (desde el cirujeo hasta el trueque).

Poco a poco, la frase "si el campo anda bien, la ciudad también" empezó a sonar como una certeza. Y los números dieron la razón. Una cosecha récord de 34 millones de toneladas de soja impactó en la economía asociada. La producción de maquinaria agrícola se ubicó en un nivel cercano al 1996, con un 50% concentrada en el sur de Santa Fe.

Mientras tanto, y como se había visto con las aperturas parciales del corralón, la construcción dio muestras constantes de reactivación. Durante 2003 se otorgaron 3.121 permisos de edificación (137 para edificios, sobre el promedio de 83 anuales), el doble de metros cuadrados de 2002. Ya para julio la pregunta era cómo podría absorberse la oferta de ese mercado. La respuesta llegó hacia fines de año, cuando se comenzaron a ofrecer créditos inmobiliarios a tasas más bajas que las de la convertibilidad. Claro, el aumento del empleo no tuvo su correlato en el nivel adquisitivo, y esto también plantea un desafío a futuro.

La construcción fue el mayor motorizador del empleo. Hacia octubre este año la Encuesta de Indicadores Laborales del Ministerio de Trabajo para Rosario daba un aumento del 7,6% de los puestos de trabajo desde el mismo mes del año anterior, y ese sector era el que más había crecido (un 10%). Agroindustria, indumentaria, calzado y otras vinculadas a la sustitución de importaciones fueron algunas industrias florecientes.

La mejora en el empleo se había comenzado a dar a finales del año pasado, y ya en enero de este año la Secretaría de Trabajo contabilizó un saldo de dos mil incorporaciones al mercado laboral rosarino (más de tres mil arriba de octubre de 2002). Y en julio registró tres mil incorporaciones más que en todo el 2002, con 12 mil empleados nuevos.

En mayo, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos medía una disminución de 6 puntos en el índice de desocupación de la región, y lo ubicaba en el 17.6%. Al cierre de esta nota, se esperaban los números de la onda de octubre que, se especulaba, daría un desempleo cercano al 14%.

Hay algo cierto: los niveles de desocupación están tergiversados por programas sociales, tanto que se estima que si se caen esos planes, el desempleo podía dispararse al 23%.

Haciendo esta salvedad, vale destacar que el plan Jefes y Jefas representó un ingreso de cien millones de pesos anuales para la ciudad, que se repartieron en el consumo minorista y en los servicios. También aportó beneficiarios y sirvió de base para uno de los programas más exitosos de contención social: el de las huertas y las ferias comunitarias, que involucran a miles de personas en centenares de emprendimientos.

Este aumento del empleo no sólo se advirtió en los números, sino en la calle. Sin embargo, no se vio acompañado de una mejora en los ingresos, de las condiciones laborales y del cumplimiento de las leyes fiscales. Casi la mitad de los trabajadores rosarinos está empleada en negro. Y ante esto no hay defensa posible ni del salario ni de las condiciones de trabajo, y sus consecuencias sobre el sistema previsional resultan devastadoras.


Las grandes obras
El aumento del consumo abrió las puertas de los negocios. Centros comerciales como el de calle San Luis y algunas galerías revivieron, aunque vivan un momento de optimismo expectante.

El consumo se incrementó también en los servicios como el del transporte público: sólo entre septiembre y noviembre de este año se vendieron arriba de 2,5 millones de pasajes más que en el mismo período de 2002 (unos 27,6 millones contra 25 millones), y la venta mejoró respecto de 2001.

Y en el medio de este auge reaparecieron los grandes emprendimientos comerciales. De golpe el Centro de Reconversión Urbana Scalabrini Ortiz y el Portal de Rosario volvieron sobre la ciudad con la promesa de reactivación. Así, el 2003 se va con una catarata de anuncios sobre inversiones privadas y públicas: a los dos grandes centros comerciales se suman las obras públicas como la finalización del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez, los accesos de la ruta 34, la reparación de Circunvalación y el aeropuerto, por nombras algunos.

Las consideradas obras fundamentales tuvieron su plataforma: después de un siglo y medio de espera y de años de postergación, la conexión Rosario-Victoria se hizo realidad este año.

El puente significaba una obra clave para y un eslabón fundamental (sortea el segundo peor obstáculo geográfico) de la conexión bioceánica, pero sintetizaba además un montón de slogans, desde "Rosario, centro de un eje económico y geopolítico" a la más grandilocuente "capital nacional del Mercosur". Pero hasta hoy, la concesionaria espera que se convierta en conexión para el transporte de carga internacional más que en un puente turístico y de abastecimiento orilla-orilla.

Por lo demás, la cadena no sólo se arma con la conexión a Victoria, sino con otras obras viales, como la autopista a Córdoba e infraestructura sobre Entre Ríos, porque en medio de autopistas sin hacer y de rutas sin reparar, pierde perspectivas.


De museos y congresos
En lo que hace al vida cultural, una serie de hechos posicionan a la ciudad frente al país e incluso al mundo. Rosario concretó este año lo que quizás sea la colección de arte contemporáneo argentino más importante del país -sin dudas la más variada- y hasta inauguró simbólicamente el edificio donde funcionará el museo que la exponga. También se vio beneficiada por una nueva concepción distributiva desde la Secretaría de Cultura de la Nación, que decidió trasladar a estas latitudes el Museo de Arte Oriental y el Instituto Juan B. Justo. Pero la noticia que más proyección internacional le dio fue el haber sido declarada sede del Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española, algo que la pondrá en la mira de todo el mundo hispanoparlante y de la que nadie quiere quedar afuera.

El espectáculo tuvo un fenómeno novedoso, con el consumo de muchos números que bajaron de Buenos Aires en un flujo inusual para una ciudad, que tuvo su punta en el teatro Broadway.

El año que se va deja también algunas novedades en la cultura del esparcimiento. Hacía años que no se veía, por ejemplo, una peatonal Córdoba tan transitada los fines de semana. Esto fue visto antes que nada por los vendedores ambulantes, que aprovecharon la situación, no sin conflictos.

Más allá de emprendimientos controvertidos como el estacionamiento del galpón Peñaflor, la costa central consolidó su proceso de recuperación y hoy por hoy es el lugar referencial de lo que los rosarinos quisieran de su ciudad. Y en el medio, la Isla de los Inventos cerró un proyecto de recreación para los chicos pensado como experiencia interactiva, creadora, y con la impronta de los artistas de la ciudad.


Todo por hacer
El empleo aumentó pero los salarios no, y la pauperización de las condiciones laborales continúa. La industria creció pero lejos está de niveles históricos, el comercio proliferó pero mira con recelo su propia bonanza. El presente plantea desafíos en todos los niveles.

La ciudad necesita imperiosamente que el subsidio al desempleo se reconvierta en trabajo genuino. Paralelamente, espera una nueva redistribución de los ingresos provinciales y una consideración de su condición de principal contribuyente. Salud y seguridad son sin dudas las dos grandes deudas.

Las intervenciones en la costa central, los centros de distrito y el programa Rosario Hábitat figuran como grandes logros de la última administración. Sin embargo, los barrios levantan las cuentas pendientes.

La recolección y la disposición final de los residuos se convirtió una vez más en botín político, y con el coletazo de la crisis se resintió parte del servicio. Y el aumento de los viajes en el transporte público no se vio acompañado por una mejora visible del servicio. Estas serán a futuro algunas de las tareas a resolver.


Exclusión e inseguridad
Más trabajo, comercio y consumo, inversiones y perspectivas. La ciudad que progresa tiene sus contracaras. Como en un proceso que pondera sus contrarios, el 2003 no consiguió revertir un proceso de crecimiento de la miseria. Mientras una parte de la ciudad respira porque lo peor pasó, un núcleo duro de miles de habitantes pierde perspectivas y se hunde aún más. La asistencia social hace algo en ese entramado, pero las condiciones que generan su estado parecen no modificarse.

Mientras tanto, la sensación de inseguridad se instaló para quedarse, justificada por unos índices de delincuencia que se niegan a bajar, y sobre todo por algo difícilmente mensurable: las cifras negras del delito, lo que no se denuncia y se padece todo el tiempo en las calles rosarinas.

Con una policía cuestionada que no ha cambiado en su estructura ni en su metodología, la población se siente víctima de la impunidad. Algo que no sólo se ve en los delitos contra la propiedad privada, sino también en el vandalismo y la depredación del mobiliario público.

Quizás, el caso más emblemático de esta inseguridad fue el del asesinato del taxista Juan Carlos Aldana, el 15 de septiembre, que sacudió no sólo al gremio sino a toda la sociedad.

Así las cosas, Rosario vio crecer dos ciudades, la de la inclusión y la de la marginalidad. Dos ciudades que cada vez se alejan más.

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Por fin fue inaugurado el puente sobre el Paraná a Victoria.

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