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 domingo, 21 de diciembre de 2003

Trazos de un año que se va
El mundo vuelve a ser un lugar primitivo
La desigualdad, el fanatismo religioso y la violencia no se detienen

Jorge Levit / La Capital

Los primeros años del siglo XXI parecen confirmar la tendencia de la humanidad de acentuar el enfrentamiento entre las civilizaciones más poderosas con las atrasadas y sumergidas en el empobrecimiento crónico de sus pueblos. Así vemos cómo la tecnología avanza en el mundo desarrollado y está presente en prácticamente toda la vida diaria de la gente mientras que las dos terceras parte del planeta son pobres y millones de personas mueren por día de hambre en el Africa subsahariana, el sudeste asiático o, sin ir tan lejos, en Latinoamérica.

Esta dicotomía, que más que disiparse tiende a acentuarse, es la esencia de los actuales conflictos internacionales, a los que se le suma la correspondiente cuota de primitivismo asociada a lo religioso y fanático. No es casual que en el siglo de la informática, la fe religiosa de casi todas las creencias haya resurgido con fuerza en todo el planeta. Y lo peor es que se han reavivado interpretaciones radicalizadas y violentas ligadas, por supuesto, a lo más primitivo.

Así como en nombre de Jesucristo la Iglesia Católica medieval pudo engendrar el monstruo de la Inquisición, hoy el Islam produce miles de suicidas dispuestos a morir y matar. El judaísmo ultraortodoxo también aporta lo suyo, se olvida de su milenaria historia de persecución antisemita y se convierte en uno de los obstáculos mayores para lograr una paz justa en Medio Oriente. Ninguna de estas tres religiones monoteístas es en esencia negativa, pero sus fanáticos persisten en aferrarse a filosofías de vida retrógradas.

Mientras tanto, la guerra de las galaxias, los aviones espías y los satélites que detectan hasta mínimos detalles del enemigo no sirven para nada. En las luchas armadas actuales se enfrenta la civilización de la tecnología contra guerreros medievales. Esto se advirtió con claridad en Afganistán donde los talibanes -un grupo rayano con el delirio- hicieron una interpretación rigurosa del Islam y sometieron, por ejemplo, a sus mujeres a lo más bajo de la condición humana. Sólo basta ver imágenes de los poblados del interior de Afganistán para poder aprehender la magnitud del choque de civilizaciones. Sin absolutamente ningún servicio esencial, sin escuelas ni acceso a la salud, miles y miles de afganos han visto en las tropas invasoras a una especie de Dios salido de otro planeta. Fue tal vez el mismo impacto emocional de los indígenas americanos cuando se toparon con los soldados españoles que los "descubrieron".

Este contacto entre los extremos de las civilizaciones que hoy habitan el planeta puso más que en evidencia el abismo de desigualdades entre unos y otros. Y mostró la causa de los grandes males de la humanidad, que sigue sin poder resolver cuestiones básicas como alimentación y salud para la mayoría de los pueblos. Se trata, en fin, de algo para nada novedoso: el reparto de los recursos económicos. Los niños del Primer Mundo comen demasiadas grasas que pueden ocasionarles sobrepeso y a muchos de los del Tercer Mundo se los ve con estómagos hinchados, pero por efecto de la desnutrición.


Las mentiras de Bush
Como nunca antes y tras el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos hace prevalecer su predominio mundial en materia militar y económica. Después del devastador golpe de las Torres Gemelas de Nueva York, George W. Bush -también un primitivo, pero de otra clase- lanzó una cruzada mundial por la paz y la democracia. En realidad los sectores más duros de los republicanos norteamericanos se lanzaron a los mares a intentar contrarrestar la locura fanática del fundamentalismo islámico con cientos de miles de soldados. El ataque terrorista al corazón del poder financiero mundial había puesto en peligro la autoridad del más fuerte y su hegemonía económica, que representa un tercio de la actividad mundial. Pero el uso de la fuerza sin entender cuál es el verdadero eje del conflicto no acabará con la orgía de sangre generalizada ya en todo el planeta. Ningún lugar del mundo es seguro y en cualquier momento todo puede estallar por los aires: Estambul, Bali, Buenos Aires o Bagdad. Todo es lo mismo y en cuanto la mente diabólica del fundamentalismo religioso tenga posibilidades, el desastre ocurrirá en las grandes capitales del mundo "civilizado".

En esa cruzada moderna por la libertad que emprendió Bush, Irak puede ser considerado un punto de inflexión y síntoma de que en la Casa Blanca poco se entiende del asunto. Miles de víctimas civiles, chicos destrozados por los bombardeos y familias destruidas para desalojar a un tirano al que se publicitó como un peligro mundial. Nunca se encontraron las armas de destrucción masiva y al líder que ponía en riesgo la estabilidad planetaria lo hallaron hace unos días en un hueco disimulado con basura y ladrillos. Saddam es un genocida, regó con gas mostaza a los kurdos de su país que pedían autonomía y hasta fusiló a sus dos yernos por una intriga palaciega salida de los cuentos de "Las mil y una noches".

Pero algunos de los aliados norteamericanos alrededor del mundo no pueden ostentar un currículum mejor ni tampoco mostrar gobiernos democráticos. En realidad, casi ningún país musulmán del Medio Oriente es absolutamente democrático y, peor aún, algunos del norte de Africa, como Sudán, son denunciados por no impedir el tráfico de esclavos en pleno siglo XXI.


La economía desigual
La brecha entre Francia y Alemania con Estados Unidos por la guerra de Irak tuvo que ver más con intereses económicos que con los discursos pacifistas. Las relaciones de Berlín y París con países de la región del conflicto parecen haber sido determinantes a la hora de no apoyar la aventura bélica de Bush. Pero ahora, cuando comienzan a distribuirse millonarios contratos para reconstruir Irak, tanto alemanes como franceses están disgustados por no poder participar de un negocio jugoso. En realidad, toda Europa tiene un discurso contradictorio porque, si bien es el bloque económico mundial que más dinero destina a planes de desarrollo en el Tercer Mundo, los subsidios a sus agricultores perjudican a países que, como la Argentina, necesitan buenos precios internacionales de sus productos. Más de la mitad del gigante presupuesto de la Unión Europea se destina a apoyar a sus productores agrícolas.

La economía europea no atraviesa por un buen momento pese a la fortaleza del euro, que se valuó este año más de un 20 por ciento respecto del dólar americano. Sin embargo este desajuste monetario no favorece las exportaciones del Viejo Continente porque encarece sus productos. En mayo de 2004 se producirá la ampliación de la Unión Europea con diez nuevos miembros y habrá un desafío aún mayor: varios millones de "nuevos" europeos querrán hacer valer su pertenencia al continente y alcanzar un nivel de vida mejor.

Estados Unidos se recupera de una fuerte recesión y las pautas de su crecimiento son optimistas. Pero para ello la Reserva Federal tuvo que fijar una tasa de interés de referencia en torno al 1 por ciento, la más baja en cuarenta años, para promover la recuperación. El déficit fiscal norteamericano, el más abultado del planeta y producido en parte por los recursos para la guerra, complica el mercado internacional.

China es la excepción a la regla porque desde hace más de una década no deja de crecer a menos del 7 por ciento anual. Es gran compradora de cereales y ofrece un inmenso mercado de casi 1.300 millones de habitantes. Si mantiene ese perfil de crecimiento va camino a convertirse en otro superpoder económico.

Latinoamérica es políticamente variable y terriblemente injusta. Brasil, hasta hace poco la octava economía industrial del mundo, ha cedido terreno y no puede resolver su situación social. Millones de brasileños subsisten con ingresos africanos y viven en favelas.

La Argentina ha seguido el camino de pauperización latinoamericana y la mitad de su población es pobre y casi dos millones de personas sobreviven con 50 dólares mensuales.

Chile es un poco distinta. Tras la caída del fascismo más recalcitrante de sus fuerzas armadas ha podido regenerar el tejido social en base a políticas serias e instrumentadas por una clase política madura y mucho menos corrupta. Pero el resto del continente todavía paga las consecuencias de las políticas neoliberales salvajes de los 90 y naufraga en aguas turbulentas. La solución a la exclusión social y la marginalidad está aún muy lejos de resolverse.


El primitivismo
En este contexto de la política y economía internacional aflora lo más primitivo del ser humano. En Europa, por ejemplo, ha resurgido con fuerza un sentimiento antisemita falsamente enancado en el conflicto del Medio Oriente. Europa tiene viejas tradiciones antisemitas que no sólo se remontan a la irrupción del nazismo en la década del 30 del siglo pasado. Lo que ocurrió en la Alemania nacionalsocialista-tal como lo describió el profesor Daniel Goldhagen en una tesis doctoral sobre el Holocausto- es que por primer vez desde el Estado se puso en práctica el deseo "eliminacionista" de parte de su población. Los alemanes no eran más antisemitas que los polacos o los croatas. Sólo que el nazismo supo cómo encarnar y satisfacer anhelos primitivos y odios ancestrales. Hoy, sus víctimas pueden convertirse en victimarios si insisten con los anacrónicos sueños bíblicos del Gran Israel y permiten que grupos de primitivos colonos se instalen en tierras palestinas e impidan que los sectores progresistas de ambos pueblos puedan entenderse.

Ese mismo deseo primitivo es el que seguramente prevalece en el mundo musulmán radicalizado, que ve en lo divino la fuente y razón de su existencia. Las pobres condiciones de vida de sus pueblos parecen estar reducidas a un segundo plano porque lo religioso justifica todo. Justifica hasta el sacrificio de vidas jóvenes con el solo objetivo de generar muerte y daño. Irán, con la revolución islámica del ayatolá Khomeini, lideró ese regreso a lo divino en todo el mundo musulmán. Pero hoy casi 25 años después de ese retroceso resurge una esperanza porque los propios iraníes presionan por reformas seculares.

La Iglesia Católica también tiende a concepciones preconciliares y coadyuva a evitar que se zanje la brecha entre lo primitivo y lo moderno. Tal como ocurrió con el Concilio Vaticano I en 1870, la jerarquía católica se muestra vacilante en cuanto a conflictos que agobian al mundo moderno y pretende retrotraer la conducta de sus fieles a siglos atrás.

La historia de la humanidad siempre se ha caracterizado por el conflicto del hombre y su existencia, pero también por la lucha para alcanzar condiciones de vida más dignas.

En el comienzo del siglo XXI, y aunque parezca increíble, no se ha avanzado demasiado en erradicar del planeta las miserias ancestrales. Y lo peor aún es el regreso de los modelos más primitivos, tanto en el mundo desarrollado y tecnológico como en el atrasado y empobrecido.

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Tras la invasión de EEUU, se destruyen las imágenes de Saddam.

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