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 domingo, 21 de diciembre de 2003

Editorial
El auge de la insolencia

La evolución de una sociedad no sólo es medible por intermedio de las grandes líneas de análisis. Muchas veces son los pequeños gestos aquellos que definen el estado de las cosas. Así, la Argentina contemporánea puede ser auscultada en sus altibajos políticos o en sus oscilaciones económicas, pero también a partir del notorio crecimiento de la insolencia y la descortesía que se percibe en los hechos de la vida cotidiana.

Son sucesos mínimos, ínfimos si se quiere, pero definitorios. ¿O no provoca tristeza el contemplar la pérdida de la civilizada costumbre que es ceder el asiento a las personas mayores en el colectivo? Hoy día, muchas veces ni siquiera las mujeres embarazadas resultan merecedoras de esa bienvenida gentileza, cuya práctica se extendía en épocas pasadas en el país a todas las napas sociales.

Dichas actitudes se enraízan, por cierto, en un consenso social previo, en un pacto no escrito. Ningún varón hubiera merecido ser considerado como tal, en tiempos que hoy parecen lejanos, si no hubiera cedido su asiento a una dama. Hoy, en cambio, resulta usual contemplar a saludables adolescentes permanecer incólumes mientras ancianas que apenas pueden sostenerse hacen esfuerzos para mantener el equilibrio aferradas a la baranda del asiento en que ellos están repantigados.

Pero no se pretende insistir en la anécdota, aunque corresponda considerarla descriptiva. ¿Y qué es lo que describe? Simplemente, a la misma sociedad en la cual el respeto por los derechos se convirtió, demasiadas veces, en letra vacía.

Sin embargo, esa misma sociedad fue la que aprendió -después de muchos sufrimientos- los valores que encierra el sistema democrático, al que hoy nadie se atreve a cuestionar. ¿Por qué razón, entonces, se han perdido o diluido tantos códigos vitales para la armónica convivencia colectiva?

La respuesta no puede ser una sola. El deterioro de la calidad educativa, la disgregación de la familia como unidad de contención y la degradación de las dirigencias -no sólo la política- hasta el nivel de corporaciones sordas y egoístas son elementos que no pueden faltar si se pretende develar el enigma. Pero la brevedad de este espacio no permite el intento de contestar pregunta tan compleja, sino simplemente dejar planteado el problema. Porque los gestos pequeños no son tan pequeños: en muchas ocasiones, constituyen el espejo fiel en que se mira una realidad preocupante.

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