Año CXXXVII Nº 50062
La Ciudad
Opinión
Policiales
La Región
Información Gral
El Mundo
Política


suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Salud 17/12
Autos 17/12
Turismo 14/12
Mujer 14/12
Economía 14/12
Señales 14/12


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 21 de diciembre de 2003

Interiores: El implante del placer

Jorge Besso

Llegó la prótesis que faltaba. Por ahora el aparato está siendo probado en EEUU El gobierno autorizó a su creador realizar ensayos con humanos, más precisamente con humanas, por lo que comunicó a la prensa que el revolucionario dispositivo ha sido ensayado en una mujer ignota, razón por la cual no se sabe algo muy importante, esto es, cómo le resultó la experiencia a esta humana desconocida. Los experimentadores, por su parte, afirman que el experimento fue todo un éxito. Se trata del "orgasmatrón", un aparato capaz de producir el orgasmo en la mujer, sobre todo en aquellas que carecen de esa sensación top, por lo tanto mujeres que a consecuencia de esa falta son rotuladas como "anorgásmicas", y que ahora podrían acceder a esa explosión mítica, siempre y cuando tengan los 13.000 dólares que se estima costará el artilugio del placer.

La cuestión del orgasmo suele ser un clásico entre las parejas de todos los tiempos, pero cuando se plantea, siempre es del lado de la mujer, pues el hombre pareciera venir con orgasmo de fábrica. Más que nada porque el masculino no se hace preguntas al respecto en tanto participa plenamente de una suerte de lógica cartesiana que indica: "si eyacula, entonces orgasma", lo que viene a instalar una sólida superposición o confusión entre eyaculación y orgasmo.

Mientras los hombres suelen preguntarse por su virilidad, las mujeres suelen interrogarse por el orgasmo, al punto que podrían ordenarse con relación a dos extremos: las anorgásmicas y las multiorgásmicas.

Salvo para estas últimas, el artefacto pergeñado por el doctor Meloy está pensado fundamentalmente para el resto de las mujeres y consiste en el implante de unos electrodos en la espina dorsal. Estos van conectados a una especie de marcapasos que se coloca bajo la piel. A la mujer implantada se le entrega sin cargo un control remoto para poder accionar y manejar, eso que jamás pudo manejar en su vida. En rigor ni ella, ni nadie, de forma tal que a partir de la maquinita del placer, puede acceder a un orgasmo, o a multiorgasmos, sin intervención de la mano del hombre, como dirían los Luthiers. De la mano, o de todo aquello de lo que se pueda prescindir de un hombre.

El origen de la maquinita del placer es bastante interesante y también casual, al menos a primera vista. Resulta que el padre del engendro es un médico especialista del dolor que estaba implantando un aparato similar para el alivio del dolor en una paciente, cuando la susodicha lanzó un gemido no precisamente de dolor, a la vez que le dijo a su médico: "Doctor usted tendría que enseñarle a mi marido".

El doctor organizó el invento, lo patentó y en lugar de enseñarle al marido en cuestión inventó un dispositivo para cualquier marido que lo solicite con los verdes correspondientes. Claro está que el invento va mucho más lejos ya que permite, si así se lo quiere, suprimir marido o símil, al menos a los efectos del placer top, en el momento top, en el encuentro top entre los cuerpos.

La implementación de aparatos para el placer en realidad no constituye ninguna novedad, pues basta recorrer cualquier porno shop para ver en vidrieras y escaparates los múltiples objetos dedicados a las vicisitudes eróticas. Lo que sorprende es la simplificación radical que se propone para el momento cumbre de la pasión, y que al menos hasta el momento ha requerido de una serie de mediaciones, es decir de pasos previos que encuentran su culminación cuando el encadenamiento de placeres se desata en el placer extremo y final, que por lo general los amantes sueñan como simultáneos. Que de buenas a primeras una mujer (y se supone que también un hombre) pueda lograr semejante premio sin ningún esfuerzo y cuando está en medio, por caso, de cualquier cola pagando algún impuesto, pone a los hombres (y tal vez a las mujeres) en la larga fila de objetos descartables tan típica de nuestro tiempo. Con lo que cada vez es más evidente que el problema contemporáneo, no es ser objeto, sino ser descartable.

No deja de ser interesante que el origen de este invento esté vinculado con el dolor ya que el juguetito surgió de una suerte de experiencia conjunta entre un especialista del dolor y de una paciente con dolor, experiencia en la que de un modo inesperado se produce un pasaje del dolor al placer. Más allá de esta casualidad hay un cierto parentesco entre el dolor y el placer, cuyo ejemplo más impresionante es el del masoquismo, donde ambos componentes configuran una salsa con sabores e intensidades inalcanzables para los normales. Pero de todas maneras la capacidad de disfrutar y de sufrir tienen cierta relación, como se puede comprobar en aquellos individuos a-térmicos, que nunca levantan temperatura, ni en la angustia, ni en el placer.

Pero la posibilidad de implantar orgasmos tiene quizás otra consecuencia muy propia también de nuestro mundo, pues en cierto modo le quita incertidumbre al encuentro de los sexos y por lo tanto, elimina uno de los condimentos esenciales de una danza que, en definitiva, nunca tiene garantizado un final a toda orquesta, más que nada porque lo sexual suele ser un terreno muy apto para que a la gente le brote todo el egoísmo, cuestión que con semejante aparatito todavía podría incrementarse. Curioso destino que le da nuestra sociedad a la tecnología humana: pretende asegurarse de certeza en lo sexual, mientras aumenta con el progreso la incertidumbre laboral. Es que nos estamos volviendo descartables a partir de una lógica social que es una lógica de la reposición: siempre hay en la góndola un objeto para reemplazar un sujeto.

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados