| sábado, 20 de diciembre de 2003 | Una celebración que hizo vibrar a todo Perú La ilusión de los casi 45 mil simpatizantes presentes en el estadio de la Universidad Nacional de San Agustín de la ciudad de Arequipa era una sola: ver por primera vez a un equipo peruano, en este caso el Cienciano de Cusco, campeón en una competencia continental. Y el sueño se hizo realidad.
Por eso, tal como se advirtió en los días previos, la premisa consular identificó a la escuadra roja con la afición futbolera del país, sin importar que el color de la camiseta fuese otra.
Así, hasta simpatizantes de Alianza Lima, Universitario o Sporting Cristal (los tres limeños y los más poderosos del Perú) se alegraron con la victoria de los dirigidos por Freddy Ternero.
No así los hinchas del Melgar de Arequipa (con colores en su camiseta similares a los de Newell's Old Boys o Colón), quienes desde temprano expresaron su apoyo a la reducida legión de simpatizantes millonarios presentes en el hotel Libertador.
De acuerdo a lo que revelaron los medios locales, el triunfo del Cienciano representa el éxito basado en la humildad, la solidaridad y el esfuerzo colectivo.
Por eso, los peruanos (tan faltos de esos atributos en su vida cotidiana, como el resto de los pueblos latinoamericanos) se identifican con lo hecho por los cusqueños y se aventuraron a pronosticar la victoria que finalmente se dio.
Algunos, es cierto, pecaron de un desmedido optimismo y ni se les pasaba por la cabeza en las horas previas perder y no jugar la final de la Recopa Sudamericana en la ciudad de Los Angeles, en los Estados Unidos, nada menos que ante el campeón de la Libertadores y del mundo, Boca Juniors.
Pero la invitación a creer no pudo quitársela nadie a esas miles y miles de almas rojas que invadieron el estadio desde temprano y que originaron un caos vehicular en toda la ciudad.
Es que el trayecto que habitual se hace en quince minutos, el que va de la Plaza de Armas al estadio de la Unsa, se hizo en esta oportunidad en casi cincuenta.
Y los aficionados que no exhibieran sus correspondientes boletos no pudieron acercarse a un radio de cuatro cuadras de la cancha, a pesar de que los revendedores (ellos sí gozaban de la impunidad suficiente) buscaban concretar sus pingües diferencias casi en los mismos accesos del campo de juego.
A todo esto, los parciales de River Plate (no más de 250) se ubicaron en un codo de la cabecera Norte, protegidos en cada movimiento por los casi 1.500 efectivos policiales destinados a tal efecto.
Y se fueron en silencio, no sólo por una nueva frustración, sino porque sepultados por el ensordecedor festejo, que no sólo fue de Cienciano, sino del fútbol peruano todo. (Télam) enviar nota por e-mail | | Fotos | | |