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 domingo, 19 de octubre de 2003

El clásico Newell's-Central y la pelea bien arriba

Sergio Faletto / La Capital

El partido aún no comenzó pero la imaginación ya hace días que lo está jugando. No es para menos. Se trata del clásico de la ciudad. Y la pasión origina en la mente el gol más hermoso y el mejor de los festejos. Pero cuando el tiempo pasa y la realidad se instala en toda su dimensión, los nervios desalojan a la quimera y la ansiedad busca con desesperación el inicio del trascendental encuentro. La tensión va en aumento, los ojos y los oídos apuntan al silbato de Horacio Elizondo, el árbitro que a las 15.30 marcará el punto de partida de otro capítulo de la atrapante historia entre leprosos y canallas.

Todos los pronósticos quedarán jaqueados por el devenir del imprevisible juego llamado fútbol. Las estrategias de Veira y Russo dependerán exclusivamente de los intérpretes. Y ellos tendrán la enorme responsabilidad de elaborar el veredicto. Ese veredicto llamado resultado, tan implacable como irreversible. El que maneja a su antojo el estado de ánimo de los hinchas, sin importarle la duración de la alegría y de la tristeza que origina.

Este clásico tiene una significación extra a la habitual, porque ambos equipos llegan a la décima fecha ocupando lugares preponderantes en las posiciones, lo que convierte a los puntos en disputa en casi decisivos para seguir ocupando un lugar en la marquesina del torneo.

En la previa se construyó una imagen distinta de Newell's y Central. El conjunto del Bambino fue destacado por la jerarquía de sus hombres. El de Russo por la eficacia del juego en equipo. Un simplismo tan relativo como mismo trámite de los noventa minutos. Porque cuando la pelota comienza a girar las individualidades y el funcionamiento colectivo se fusionan en pos de un objetivo en común. Donde nada es perfecto y el error está latente en cada movimiento.

En este contexto el jugador menos pensado puede sorprender por su acierto, como así el de mayor jerarquía asombrar por un yerro inesperado.

Llegó el domingo del clásico. Todo está dispuesto. Sólo se trata de empezar el viaje por el camino fijado. Un trayecto que demandará dos horas de recorrido. Durante el cual la angustia y la euforia no se darán tregua. Porque jugarán un partido tan intenso y vibrante como el que disputarán los jugadores. Todos tratando de llegar a la estación de la victoria.

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Silvani y Carbonari en el último clásico rosarino.

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