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 miércoles, 10 de septiembre de 2003

La violencia nace en los escritorios

Sergio Faletto / La Capital

El fútbol en la Argentina se suspendió por los hechos de violencia que se registraron en los estadios. Una decisión tan repetida como absurda. Una demostración más de la inoperancia de quienes tienen la responsabilidad de conducir. Porque si para que desaparezcan los violentos es necesario eliminar el deporte más popular, entonces que suspendan la vida para que termine el delito.

Esta determinación no hace más que dejar otra vez en la superficie la incapacidad dirigencial, una de las principales causas de la devaluación social en la que está inmerso este país, ya que lejos de resolver los problemas de la gente los profundizaron por acción y omisión.

La implementación de políticas funcionales a los grandes poderes económicos vació de justicia social a una nación que a duras penas sobrevive, y no hay mayor violencia que la falta de dignidad. Y el fútbol no es una abstracción en este contexto. Todo lo contrario. Convive cotidianamente. Quizás la única diferencia esté en que los estadios de fútbol el marco de impunidad es más amplio como difuso.

Javier Castrilli, otrora integrante de ese ambiente futbolístico, asoma hoy con el mismo afán de protagonismo como el creador de una estructura que solucionará todos los males. Pero esa comisión está integrada por los representantes de los organismos que hasta ahora exhibieron obscenamente la típica hipocresía que proclama cambios y actúa para mantener el orden establecido.

Si los veinte o treinta barras de Chacarita o de cualquier otro club fueran los culpables de la violencia sería todo mucho más sencillo de solucionar. Pero Castrilli y todos los que componen el amplio espectro futbolístico saben que no es así.

La violencia no es del fútbol. La violencia no tiene su origen en la cancha. Tampoco en la tribuna. La violencia nace y se reproduce en los escritorios donde está el poder de decisión. Aunque una vez más queda en evidencia que la decisión que menos importa y que nunca se adopta es la que persigue el bien común.

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