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 domingo, 10 de agosto de 2003

Manso volvió con aplausos y silbidos
El Piojo jugó muy poco y hasta lo resistieron

Alejandro Cachari / La Capital

Un ingreso en hilera, como todos. Un aplauso respetuoso, un par de minutos antes, cuando la voz del estadio mencionó su apellido. El saludo con Silvani, un abrazo prolongado con Mauro Rosales, cariños con Ruiz, Bermúdez, Rosada, Ré y Palos.

Damián Manso llegó al parque Independencia por primera vez con la camiseta de otro club y recibió el apoyo de la popular: "Olé, olé, olé, olé, Manso, Manso..." Hasta allí llegaron los mimos de unos y otros.

Ah, un dato casi obvio, pero revelador por si hacía falta. El ahora número 10 de Independiente saludó al banco de suplentes desde lejos. Levantó tímidamente la mano a unos 30 metros de distancia. Toda una señal. Es que Damián se excedió en la semana y dijo que no jugaba porque Veira no lo ponía. No existía margen para andar enmendando las declaraciones con un saludo apócrifo. Fue mejor así: sin eufemismos, sin hipocresías.

Ahora es el tiempo del análisis futbolístico. El mismo que antes del partido hacía transpirar a los rojinegros pensando que el Piojo les daría más que un dolor de cabeza con su zurda. Hasta en el interior del Bambino debe haber existido cierto temor al respecto. ¿Por qué no suponer que todo Newell's se jugaba una carta fuerte teniendo enfrente, y a préstamo, al ídolo de la mayoría de sus hinchas?

Pero Damián fue Mansito. Apenas un par de toques en velocidad. Otras tantas asistencias poco remunerativas. Y lo que es más importante visto desde el lado del fútbol leproso: perdió claramente la pulseada con Rosada. Una buena carta de presentación para Ariel, un alivio para el banco de suplentes.

Los defensores a ultranza explicarán que no quiso jugar, que su amor por la camiseta le torció el brazo al profesionalismo y a Damián le costó ubicarse en un partido contra natura. Al revés de su historia.

Los detractores, o los poco afectos a sufrir el engaño de las filigranas aptas para los ojos, pero ineficaces para el fútbol, podrán sentenciar, con tranquilidad, que fue ni más ni menos que una demostración de la lógica. Que ya se lo había visto perdido contra Central, que su cuarto de hora ya pasó.

La sorpresa estuvo en los silbidos, que se fueron incrementando con el paso de los minutos.

Sí, aunque parezca increíble, un sector de la platea rojinegra abucheó por momentos al mismo jugador al que aplaudió a rabiar en otros tiempos.

Sólo Damián sabe la verdad. La procesión va por dentro. Y el análisis también.

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Ariel Rosada le ganó la pulseada a Damián Manso.

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