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 sábado, 09 de agosto de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-Desde el martes hasta ayer mismo, mi querido Candi, algunas circunstancias determinaron que me arrebatara cierto escepticismo y que me inundaran cientos de preguntas de carácter existencial. Como una hoja otoñal, arrebatada mi alma por la ventisca de la duda y desprendida del árbol de la "vida", entendiéndose vida como "sentido" y "esperanza", me dejé llevar por las tinieblas hasta pronunciar la (¿insensata?) pregunta: ¿Qué significa todo esto?

-Hoy yo lo escucharé a usted, así que prosiga amigo.

-El cenit de mi estado lo alcancé el jueves cuando me crucé con una mujer a la que conozco desde hace años y a la que hacía bastante tiempo que no veía por cuanto se ausentó del ambiente que nos reunía a raíz de una tremenda enfermedad. No voy a narrarle detalles de la historia, ni mucho menos nombres (baste decir que ella y su esposo son profesionales reconocidos en Rosario y personas extraordinarias). Es muy curioso, pero unos días antes yo había pensado en ella y me había preguntado cómo estaría. Exactamente un día antes (y por esas casualidades en las que usted no cree) me crucé con su esposo al que consulté por un problema mío. Bien, al verme esta mujer me pidió que la ayudara a subir una escalera y al advertir quien era yo se puso a llorar, seguramente porque recordó nuestros días de plenitud, de entrega profunda a nuestras profesiones y trabajos y porque yo asistí a la realidad de verla "así". Yo estuve a punto de decirle que mi alma también estaba "así" de mal, porque temía una mala noticia, pero la fisioterapeuta no nos dio tiempo. La besé y siguió su camino. Interrumpo el relato para decirle a esta mujer (si me está leyendo) que me alegro de todo corazón que pueda ver, que pueda hablar, que pueda caminar y que pueda incluso hasta llorar. Me alegro que aún esté y me alegro mucho más de saber que no se dará por vencida.

-Siga.

-Cuando salí, después de recibir una buena noticia, me fui pensando en una amiga mía, muy creyente y muy entregada a hacer el bien, quien una vez me había dicho algo así como que había que mirar las cosas con mayor optimismo y con mayor fe. Me fui directamente a ella, un ser reflexivo y ejecutor de buenas obras, con un pedido en mi boca: "Dame un motivo para decir que la vida tiene un sentido". Y otra vez la "casualidad", esa en la que usted no cree se presentó en mi camino: Ella me esperaba con un libro de Juan Pablo Segundo ("Cruzando el umbral de la esperanza"). "Te lo manda una lectora tuya -me dijo- alguien que todas las mañanas lee tus escritos". Quiero agradecer a esta mujer el envío de la obra y asegurarle que ya comencé su lectura y decirle que esa casualidad en la que Candi no cree ha querido que llegara esta obra en circunstancias tan especiales. Bien, dicho esto necesito que me exprese una vez más, Candi, ¿qué sentido tiene la vida cuando hay tanto sufrimiento?

-Sólo puedo darle mi opinión, pero para ello deberá aguardar hasta mañana, porque antes quiero leerle una noticia. Escuche: Brooke Ellison, norteamericana, de 21 años, hace poco presentó su tesis doctoral: "El factor esperanza en adolescentes con gran capacidad de recuperación". Ellison se licenció en psicología y biología en la Universidad de Harvard con media de sobresaliente y es la primera tetrapléjica que obtiene un título en Harvard. Ellison fue atropellada cuando tenía doce años, el día que comenzaba séptimo curso y se fracturó el cráneo, la columna vertebral y casi todos los huesos grandes del cuerpo. Tenía pocas esperanzas de sobrevivir, pero después de 36 horas en coma se despertó tetrapléjica. La crónica sigue y dice: maneja su silla de ruedas y el cursor de la pantalla de su ordenador tocando con la lengua un teclado numérico colocado en el paladar. Ha hecho los trabajos de la universidad al dictado -en un ordenador que se activa por la voz- y consiguiendo toda la información que podía a través de Internet. La chica afirma que esto no tiene nada de extraordinario. "Simplemente así es mi vida. Siempre he pensado que, sean cuales sean las circunstancias a las que me enfrento, es cuestión de seguir viviendo y no dejar que lo que no puedo hacer defina lo que puedo hacer". La noticia sigue con las palabras del psicólogo Rick Snyder, de la Universidad de Kansas, quien expresa: "Esta es una característica común en las personas con esperanza ¿Pero qué es eso? La esperanza no es sólo optimismo y tampoco es cuestión de inteligencia. Es la manera de pensar sobre lo que uno quiere conseguir en la vida, es decir, la capacidad para definir metas, la selección de la ruta para alcanzarlas y la motivación necesaria para caminar por ese trayecto. Una persona con esperanza enseguida planifica cómo superar los obstáculos". Y esto concuerda con lo que hemos dichos días atrás cuando afirmamos que la cultura del amor supone tener un propósito, una camino para llegar a él y las herramientas para andarlo. Mañana la seguimos, Inocencio.



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