| sábado, 09 de agosto de 2003 | Por la ciudad Una campaña sucia por donde se la mire Adrián Gerber / La Capital En una de las ochavas del Hospital Provincial, sobre 1º de Mayo y 9 de Julio, hay un enorme cartel que dice: "Amigo. Yo respeto tu idea política, tu conjunto musical, tu equipo de fútbol, tu romance. Por favor, respetá mis paredes. Gracias: tu amigo el hospital". Claro que esa leyenda se convierte en letra muerta cuando se observa cómo los paredones de esa manzana están tapados de pintadas y graffitis.
La propaganda callejera indiscriminada e ilegal no sólo ensucia la ciudad, sino que es una verdadera agresión al paisaje urbano y al espacio público. Es el gran causante de la contaminación visual.
Salvo los afiches que se pegan en los espacios permitidos, los carteles de publicidad autorizados y los volantes, el resto de la propaganda en la vía pública está prohibido por las ordenanzas. Y no importa que la misma sea de una productora de espectáculos, un comercio, un partido, un gremio o un club de fútbol.
Ahora, en plena campaña electoral, como ocurre siempre, la ciudad deberá soportar hasta la saturación una encarnizada guerra de afiches, pasacalles y pintadas profesionales.
Y es paradójico que la ciudad sea víctima de quienes justamente se postulan (a gobernador o intendente) para desarrollarla, cuidarla y embellecerla.
Semáforos, columnas de alumbrado, cestos, arbolado, frentes de viviendas particulares, escuelas, hospitales, cementerios, espacios públicos, farolas, locales desocupados, maceteros, el pavimento y cualquier superficie plana. Cuando la campaña electoral viene avanzando no respeta nada a su paso.
Los candidatos tienen derecho a expresar sus ideas, pero deben actuar con responsabilidad social, resguardando el patrimonio urbanístico de la ciudad. Y es curioso que quienes menos respetan las normas que regulan la publicidad callejera sean precisamente quienes más recursos económicos tienen para darse a conocer a través de los distintos medios (¿cuándo se transparentará el origen de esos fondos?) y quienes incluso utilizan sin ningún prurito el aparato del Estado en favor de su fuerza política (¿quién controla el manejo de los dineros públicos?).
Este es un tema recurrente, y lo es porque nadie parece tener la firme voluntad política de enfrentarlo. ¿Por qué no se convoca a todos los candidatos para que suscriban de puño y letra un compromiso público para cuidar y mantener limpio el espacio público de la ciudad? ¿Por qué no se sanciona y se labran actas de infracción a los partidos que trasgreden las normas? ¿Por qué no se aplica un control sistemático en la materia que abarque también a las empresas, comercios y agrupaciones varias que muestran un total desprecio por el aspecto de la ciudad?
La proliferación de este tipo de publicidad ni siquiera respeta mínimas condiciones de seguridad. El martes pasado, en Sarmiento y Pasco, un pasacalle en el que se promocionaba la candidatura a gobernador del reutemista Alberto Hammerly se cayó con poste y todo, y aplastó un auto estacionado. De casualidad no había nadie adentro, por lo cual los daños sólo fueron materiales. Pero, ¿quién le pagará a este automovilista la cuenta del chapista?
Desde ya que si en este accidente hubiera habido una víctima hoy toda la ciudad estaría reclamando a los gritos la regulación y limitación de la propaganda callejera. Es como si la sociedad siempre tuviera que llegar a una situación límite para reaccionar. Pasó recientemente con el incendio de Derecho: recién cuando las llamas estaban consumiendo parte del edificio comenzaron los reclamos públicos para que se prohíba efectivamente el uso de bombas de estruendo.
Por eso no sólo es un problema de que el Estado no ejerce el control, sino también de cultura ciudadana. Seguramente el tema comenzará a encontrar la solución cuando se descalifique socialmente a aquellos que no cuidan la ciudad.
Reutemann se quejó días atrás de que se estaba ensuciando la campaña electoral. Binner le contestó con precisa puntería que "aquí la única campaña sucia es la ley de lemas, sucia es la supersábana, lo sucio es confundir a la población y al elector".
Pero a Binner le faltó añadir que sucia también está quedando la ciudad. Este no es un tema central, no es un asunto de la gran política, pero la limpieza por algún lado tiene que empezar. Al menos ya podría quedar establecido que cada candidato se haga cargo de lo suyo: el que rompe, paga; el que ensucia, limpia.
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