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 domingo, 06 de julio de 2003

[Nota de tapa]
Los veteranos de la gran batalla del Río de la Plata
Pablo Bauch, Peter Endres y Gerardo Block son los tres únicos sobrevivientes de los tripulantes del Graf Spee que se radicaron en Rosario

Marcelo Castaños / La Capital

Pablo Bauch guarda consigo en su casa de la calle José Hernández esa hoja amarilla donde alguna vez Emil Braun anotó a golpes de Remington los nombres, direcciones, teléfonos y hasta las fechas de nacimiento de los 17 marinos del Graf Spee que vivían en Rosario y sus alrededores. Sobre el borde superior izquierdo de la hoja, y en letra cursiva, se ven tres nombres más escritos con birome: "Son los que ya habían fallecido cuando se armó la lista -cuenta-. Después se fueron yendo los otros". Pero no todos.

Bauch es un as en el Es Scart, un juego de mesa alemán muy difícil de aprender, que se practica con cartas de poker y requiere de por lo menos tres contrincantes. Para su suerte, todavía puede detenerse en dos de los nombres de su lista amarilla: Peter Endres y Gerardo Block.

Pero la partida de Es Scart es sólo una de las muchas cosas que tienen en común Endres, Block y Bauch. Los tres nacieron en Alemania, se alistaron en la marina, zarparon aquel 21 de agosto en el barco corsario y formaron parte de la tripulación que entorpeció durante tres meses la navegación mercante inglesa. Los tres protagonizaron aquella batalla frente a las costas uruguayas, vieron hundirse su buque por voluntad de su propio comandante, lamentaron la muerte del capitán, llegaron a Buenos Aires, después a Santa Fe y por último a Rosario. Son los únicos, en esta ciudad, que están vivos para contar la historia.

Pablo Bauch (84 años); Peter Endres (82) y Gerardo Block (85) son testigos y protagonistas vivientes de una parte de la historia del mundo: estuvieron en la Batalla del Río de la Plata, el primer combate marítimo de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar frente a Punta del Este entre el acorazado alemán Admiral Graf Spee y los cruceros británicos Exeter, Achilles y Ajax. Pero también son parte de la historia argentina, que como inmigrantes contribuyeron a escribir.


Un corsario en el Atlántico
Mil ciento veinticuatro tripulantes tenía el Admiral Graf Spee cuando zarpó de la base de Wilhelmshaven, sobre el Mar del Norte. Era uno de los llamados acorazados de bolsillo que Alemania había confeccionado respetando las condiciones impuestas por el Tratado de Versalles a la construcción de naves de guerra, pero que al mismo tiempo las burlaba: si bien respetaba el tonelaje prescripto, tenía una gran autonomía de navegación sin abastecimiento de combustible, podía viajar a 26 nudos y contaba con armamento suficiente para convertirse en un enemigo temible (los cañones de 28 centímetros del Graf Spee superaban ampliamente a los de 15, el máximo que hasta el momento toleraban las naves de su peso). Veloz como crucero y potente como un acorazado, el Graf Spee recibió el mote de "acorazado de bolsillo". Entre otros avances, había cambiado el sistema de remaches por el de soldadura, tenía ocho motores diesel de 7 mil caballos de potencia, y era el primero en contar con un radar.

El Graf Spee zarpó por última vez de Alemania el 21 de agosto de 1939 bajo las órdenes del capitán Hans Langsdorff, con rumbo desconocido para su tripulación, pero completamente pertrechado. A los pocos días, el capitán convocó a la tripulación y dio la noticia que Bauch no va a olvidar nunca: al día siguiente empezaba la guerra.

La misión del Spee era hostigar a la flota mercante enemiga en el atlántico sur y perderse en el océano sin enfrentarse con buques de guerra. Entre los tripulantes estaban Gerard Block, entonces con 22 años, un carpintero de oficio que terminó en la artillería antiaérea de 3,6 centímetros; Paul Bauch, tipógrafo de oficio y telegrafista en la Marina, y Peter Endres, el más joven (apenas 18 años), que cargaba los cañones de 28 centímetros, aunque su primer oficio había sido el de panadero.


La gran batalla
Pero la suerte llegó a su fin el 13 de diciembre. Cuatro días antes, el Spee estaba por retornar a Alemania, con ocho barcos hundidos (50 mil toneladas en total) en su haber, cuando les llegó la información de que de Montevideo zarparía un convoy británico con 4 vapores y 30 mil toneladas. El capitán Langsdorff decidió ir en su búsqueda. El 10 de diciembre les anunciaron que estaban cerca del Higland Monarch, de 12 mil toneladas. No lo encontraron.

Navegaron sin divisar naves enemigas. El 13 se acercaron al Río de la Plata. A las 6 sonó la alarma, había una formación. El Graf Spee fue hacia ella, pero no era un convoy mercante. Frente a las costas de Punta del Este, justo en el ingreso al gran río, el Graf Spee debió presentar batalla a los cruceros Exeter, Ajax y Achilles.

"Cuando vio que se trataba de tres barcos de guerra ingleses, ya no había tiempo de volver atrás", recuerda Endres. "Los barcos enemigos pidieron identificación, entonces el capitán bajó la bandera francesa, izó la del Reich y ordenó fuego", abunda Block.

El combate fue al todo o nada. Desde su puesto de artillero antiaéreo, Gerard vio la batalla completa, pero no intervino. Tuvo más suerte que sus compañeros de la antiaérea de 10 centímetros, que fueron alcanzados por un proyectil enemigo. "¡Ay! ¡Eso fue todo carne picada!", comenta.

Dentro del acorazado, y en un lugar más resguardado, Paul ocupaba su lugar de telegrafista. "Cada vez que sentíamos un sacudón, no sabíamos si era un proyectil enemigo o nuestros propios cañones de 28 centímetros", dice. El Spee tenía seis de esos poderosos cañones, que hacían retroceder un metro al barco cada vez que detonaban.

Y tras cada disparo, Peter volvía a cargarlos. Era su función, él participó activamente de la batalla, aunque no la vio. Hoy se vuelve a emocionar por enésima vez cuando en su casa de San Lorenzo vuelve a ver ese documental donde los cañones hacen fuego.

Si bien el Spee logró dejar fuera de combate al Exeter, sufrió el acoso del fuego abierto desde los tres cruceros. Con 36 bajas, 50 heridos, más de la mitad de la munición gastada, averiado por los proyectiles enemigos y con la amenaza del ingreso a la pelea de un crucero pesado inglés, Langsdorff puso rumbo a Montevideo.

Su intención era permanecer entre diez y quince días en la capital uruguaya con el fin de reparar su buque y atender a sus heridos, aunque se especulaba con que el comandante esperaba la llegada de submarinos alemanes que contribuyeran al combate.

Pero la diplomacia británica presionó al gobierno uruguayo, que finalmente otorgó 72 horas. Acorralado, imposibilitado de cumplir su objetivo en tan poco tiempo, y hostigado por la armada real que aparentemente sumaba buques de guerra a las costas orientales esperando al Spee para darle el tiro de gracia, Langsdorff decidió hundirlo él mismo. No quería exponer a la inteligencia enemiga el sofisticado instrumental del Spee ni prestarse a una carnicería que terminara con su gente. "Nos salvó la vida a todos", recuerda Endres.

La tripulación fue traspasada al buque mercante alemán Tacoma, llevada a mar abierto y embarcada en unidades pequeñas que la llevaron a Buenos Aires. Todo el mundo esperaba ese 17 de diciembre de 1939 el espectáculo del combate. Dicen que se juntaron frente a las costas de Montevideo unas 300 mil personas. Pero apenas salió del puerto, el Graf Spee estalló. Dicen que ardió durante una semana.

El 19 de diciembre, el comandante Langsdorff se suicidó en la dársena norte del puerto de Buenos Aires.


La diáspora
El 22 de diciembre de 1939, 1.055 marinos del Graf Spee llegaron al puerto de Buenos Aires. El destino de estos hombres despertó no pocos mitos y fue obsesión de investigadores y curiosos. Las fugas permanentes, el retorno de muchos de ellos al frente de combate y la participación en actividades de espionaje rodearon a la historia de misterios. Pero fueron muchos los que hicieron una vida normal, y volvieron a la Argentina después de haber sido repatriados a Alemania.

Apenas llegados al país en diciembre de 1939, los marinos recalaron en distintos puntos del país. La isla Martín García fue el destino de unos 300 oficiales y suboficiales, que después serían trasladados a otros destinos. A Mendoza fueron cien marinos, primero a casas particulares y después a un viñedo en Carrodilla. Córdoba fue uno de los destinos más importantes. Allí fueron unos 250, que recayeron en distintas localidades, aunque la mayoría quedó al principio en una casona de la calle Santa Rosa, en la capital provincial. San Juan y Buenos Aires fueron otros destinos.

A Santa Fe capital fueron trasladados 200 tripulantes, que primero recayeron en la ya demolida Casa de las Palmeras, ubicada en Necochea y bulevar Gálvez. Después los dividieron. Una parte quedó en esa casa, otros fueron al Regimiento 12 de Infantería, otros a Córdoba, presumiblemente a Villa General Belgrano, La Cumbrecita y otros pueblos de las sierras, y algunos vinieron a Rosario.

Según dice Ricardo Laurence en su libro "Tripulantes del Graf Spee en tres atrapantes historias", la ciudad recibió a 92 hombres. Allí estaban Paul y Gerard, ya convertidos en Pablo y Gerardo por las autoridades argentinas, y Peter, el único que conservó su nombre de pila original.

El 13 de abril de 1940, el Club Alemán de Corrientes 672 organizó una fiesta para dar la bienvenida a aquellos marinos. Allí estuvieron Pablo, Gerardo y Peter. Ninguno de los tres fue a parar a casas de familias alemanas. Vivieron en pensiones hasta que recalaron, junto con el resto, en un campamento de la calle José C. Paz 2054. Allí, donde hoy se agolpan las casas y chalets de Alberdi, había una construcción que albergaba a los marinos del Spee, y tenía campo suficiente para practicar deportes.

Caminando un día por la bajada Puccio, Peter cruzó miradas con una piba. Cuando volvió a verla la llamó y le habló en un castellano enrevesado. La chica se llamaba Matea Vicenta. Peter y Matea van a cumplir 60 años de casados, tienen cuatro hijos, 13 nietos y 14 bisnietos. Pero por el momento, él vivía en el campamento de Alberdi y todavía iban a pasar muchas cosas.

En 1945 Block se casó con María Nieves Gigena. Para ese momento el control sobre el campamento era mayor: había pasado de la Policía a las Fuerzas Armadas. Gerardo tenía que reportarse todas las mañanas al campamento, pero por suerte la casa donde lo esperaba su mujer estaba a sólo cuatro cuadras.

Pablo Bauch tenía 21 años cuando el 13 de abril de 1940 se hizo en Rosario la fiesta de bienvenida a los marinos del Graf Spee. En aquella fiesta se conocieron su ex camarada Alfred Niemen y Erika, una hija de alemanes con quien tuvo dos hijos, seis nietos y cuatro bisnietos (el último por venir). "De hecho, muchos muchachos, como Alfred, fueron alojados en casas de familia y terminaron casándose con las hijas de esas familias", cuenta Bauch. No fue su caso, pero tampoco lo angustió. "Novias no faltaban", cuenta este veterano de 84 años que admite haberse casado "varias veces".


La odisea del retorno
Cuando el país declaró el 27 de marzo de 1945 la guerra a Alemania, el statu quo de los ex tripulantes del Spee en el país cambió. Ya no eran más internados sino prisioneros de guerra. Terminada la conflagración, el país los repatrió en 1946.

Pablo, Peter y Gerardo fueron embarcados, junto con los tripulantes del Spee que quedaban en el país, en el Higland Monarch. Ironía del destino, era el mismo barco que creían perseguir en el Río de la Plata.

Llegaron a Hamburgo y fueron trasladados al Munterlager (Campamento de Munter), donde permanecieron dos meses. Liberados, quedaron a su suerte en la Alemania de posguerra.

La zona donde había vivido Bauch estaba por entonces bajo dominio polaco. No podía volver. Intentó escapar a Italia y de allí embarcarse a Argentina, pero lo detuvieron en Austria y estuvo un mes preso por "cruzar sin permiso la frontera". En 1948 intentó venirse nuevamente, pero tuvo que pegar la vuelta en Francia, donde se quedó sin dinero. Finalmente, su amigo Rogelio Sandhagen, por entonces gerente de la sucursal Arroyito de La Capital, le ofreció pagarle el pasaje para que emigrara definitivamente. En la Navidad de 1948, cuando el control sobre los ex prisioneros ya no era tan estricto, consiguió tomar el barco Entre Ríos, que lo trajo a Argentina.

Dos de los cuatro hijos de Peter, Nicolás y Ana María, ya habían nacido cuando fue repatriado. No pudo volver a Argentina sino tres años y tres meses después. Antes intentó volver, lo que le valió un mes de prisión por su intento de emigrar. Trabajó de panadero en la ciudad de Hagen. Fue su mujer quien hizo los trámites para que retornara, juntó el dinero y le pagó el pasaje. Tuvieron que hacerse muchos trámites consulares, pero finalmente, en junio de 1949, Peter volvió a la Argentina en el Copacabana.

En ese mismo barco retornó Gerardo. Su odisea fue mayor: cuando lo repatriaron, ya había nacido una de sus dos hijas. Pero tuvo que permanecer más de dos años en Alemania antes de volver a verla. Al no poder volver a su casa natal, se fue con Ernst Stegmannn y Horst Eifler a Bomsbüttel Kog, donde vivía la familia del primero, que los alojó.

Gerard intentó escapar tres veces de Alemania para volver a Argentina. Las tres veces resultó detenido y vuelto a deportar; la última permaneció preso diez semanas en Bélgica por cruzar la frontera sin autorización. Fue entonces que escribió a la reina Isabel de Inglaterra pidiéndole clemencia y permiso para reencontrarse con su familia en la Argentina.

Deportado nuevamente a Alemania, recibió a los 14 días la comunicación de la reina Isabel que accedía a su pedido, y acompañaba su permiso con la documentación que le serviría de salvoconducto. Consiguió dinero, tomó el tren de Hamburgo a Bélgica, cruzó la frontera, y volvió con el Copacabana a Montevideo.


Haciendo la Argentina
El resto de la historia es la de los millones de inmigrantes que tuvo la Argentina. Gerardo Block vio crecer a sus hijas María Cristina y Liliana Margarita, que le dieron cuatro nietos y tres bisnietos. Enviudó y volvió a formar pareja con Isabel Colazo, con quien vive en una casita de Arroyito. Este hombre de 85 años, que cumplió los 22 arriba del Graf Spee, no se cansó de levantar estructuras. Trabajó para John Deere, Massey Ferguson, Celulosa, Electroclor, YPF y Petroquímica, siempre como carpintero en el montaje de obra. Jubilado, sigue haciendo cosas con madera.

Muy poco después de volver a Argentina, Pablo Bauch trabajó como peón metalúrgico durante cuatro meses, hasta que la imprenta Gómez (Tucumán 1658) necesitó un tipógrafo y allí trabajó hasta que se jubiló.

Peter Endres trabajó un año de panadero hasta que se empleó en Electroclor, de donde se jubiló en 1981. Vive en la misma casa de San Lorenzo desde 1952. Pero no se queda quieto. Desde hace más de 20 años preside la Cooperativa de Aguas de Barrio Bouchard. "Hicimos cuatro tanques de agua de 25 mil litros y siete pozos, sin quedar debiendo un solo peso", dice este hombre de perfil bajo, que todavía recuerda una frase de su madre: "En el agua no hay de dónde agarrarse", le decía como forma de reprobar su decisión de ser marino. "Yo llegué a los 82 años. Mi hermano fue destinado al frente ruso, y quizás no haya llegado a los 30. Es el destino".

Pablo Bauch, Gerardo Block y Peter Endres volvieron a encontrarse esta semana en el Club Alemán. Fue para el fotógrafo de La Capital. Después, por supuesto, aprovecharon y jugaron una partida de Es Scart.



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