"Mi hijo estuvo al borde de la muerte y hoy está muy bien, pero tenemos que empezar de nuevo", dice la mamá de Hernán Riquelme en su casa de barrio Alvear. Aferrada a sus convicciones cristianas, Marcela Suárez, de 43 años, asegura no guardarle rencor a su ex vecino: "El cumplirá su condena. Y si puede, se reinsertará en la sociedad". Desde que los médicos decidieron no extraerle la bala a Hernán y apostar a su recuperación, los Riquelme se radicaron en Villa Constitución, la ciudad donde el papá de Hernán trabaja como operario de Acíndar. Se fueron por consejo del terapeuta que los acompañó en la rehabilitación para alejarse del lugar que todos los días reavivaba fantasmas. "Después de estar un año en el campo pensamos que todo había vuelto a la normalidad y volvimos a nuestra casa. Pero a mi hijo las circunstancias siguieron golpeándolo: le robaron las zapatillas y la bicicleta con un arma. Nosotros luchamos para insertarlo y esto nos juega en contra", reflexionó Marcela. El único trastorno físico que tiene hoy el joven es una dificultad en el habla que le genera un gran desborde emocional y está medicado para evitar convulsiones: "Sus principales secuelas son psicológicas. No va a un quiosco porque tiene miedo de que no le entiendan y no está en condiciones de entrar a la escuela".
| |