Año CXXXVI
 Nº 49.831
Rosario,
domingo  04 de
mayo de 2003
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En España, el Papa condenó la guerra y el nacionalismo exasperado
Unas 700 mil personas lo recibieron en su quinta visita a la península. Llamado a la unidad europea

Jorge Vogelsanger

El Papa Juan Pablo II hizo ayer en Madrid un llamamiento a favor de la paz y el entendimiento entre los pueblos, al tiempo que condenó la guerra, el terrorismo, "el nacionalismo exasperado", el racismo y la intolerancia.
El Sumo Pontífice inició ayer al mediodía su quinta visita a España, donde, sin mencionar explícitamente la guerra de Irak, que el Vaticano ya había condenado duramente, lamentó que aún haya conflictos bélicos que provocan "odio y muerte", según manifestó en un encuentro con la juventud celebrado en el aeródromo de Cuatro Vientos, al sur de la capital española.
Durante ese encuentro, el cantante argentino Diego Torres interpretó la canción "Color esperanza", que se convirtió en el himno de esta quinta visita del Papa a España y que fue coreada por los asistentes.
Aclamado por unas 700 mil personas, según los organizadores, entre ellas el príncipe heredero Felipe de Borbón y las infantas Cristina y Elena con sus esposos así como todos los obispos del País Vasco, el Pontífice exhortó a los jóvenes a responder "a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor" y a comprometerse a ser "operadores y artífices de la paz".
"La espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte", dijo. "La paz es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior", agregó.
Asimismo, urgió a los jóvenes: "Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen".
Abogó también por que se cumpla el "gran sueño" del nacimiento de una nueva Europa del espíritu, "una Europa fiel a sus raíces cristianas, no encerrada en sí misma sino abierta al diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la Tierra".
Esta Europa, continuó, está llamada a ser el "faro de la civilización y estímulo de progreso para el mundo, decidida a aunar esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos".
Pero el Pontífice también se refirió al declive del número de curas y monjas que vive actualmente la Iglesia Católica y llamó a los jóvenes a tomar los hábitos: "La evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Si sientes la llamada de Dios que te dice: ¡Sígueme!, no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida".
En ese contexto, Juan Pablo II habló de su propia experiencia y recordó que fue ordenado sacerdote hace 56 años, a la edad de 26. Improvisando, preguntó: "¿Entonces, cuántos años tiene Juan Pablo?". Interrumpido por los vítores de la multitud, contestó: "¡Tengo 83 años!". Acto seguido, dijo: "Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a él, consagrarse al servicio del hombre".
"¡Se nota, se siente, el Papa está presente!". La algarabía estalló a las 12.25 de España. A esa hora, Juan Pablo II descendía en un elevador del Airbus 321 de Alitalia que lo trajo a Madrid. El nombre del Sumo Pontífice fue coreado por los 2.000 peregrinos que lo esperaban en la pista del aeropuerto de Barajas.
En un gesto de deferencia, el Santo Padre fue recibido a pie del avión no sólo por el presidente de la Conferencia Episcopal y cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, sino también por el rey Juan Carlos y la reina Sofía, que normalmente esperan a los dignatarios frente al pabellón de Estado del aeródromo.
Bajo un sol a plomo, y mientras los fieles allí reunidos, acompañados por la música de las tunas de varias universidades madrileñas, entonaban un "Juan Pablo II, te quiere todo el mundo", el Papa recorrió en una plataforma rodante con pasamanos dorados los cien metros de alfombra roja hasta el edificio, siempre flanqueado por Juan Carlos y Sofía.

"¡Qué invento tan ingenioso!"
El rey, fiel al estilo campechano que le hace tan popular, al parecer no pudo evitar un comentario sobre el singular vehículo del Pontífice. Sus palabras no se podían oír, pero sus ademanes hicieron pensar que le decía algo así como "¡qué invento tan ingenioso!".
Luego, durante su discurso de bienvenida, el soberano español agradeció al Pontífice "vuestras reiteradas condenas del terrorismo que los españoles padecemos muy en particular, y que es intrínsecamente perverso y nunca justificable. Nos confortan siempre, Santidad, vuestras palabras de repulsa al terrorismo y vuestro aliento y solidaridad hacia las personas que sufren el dolor que genera".
Los peregrinos allí reunidos, jóvenes, ancianos y niños, seguían emocionados cada metro del recorrido. Llevaban horas esperando, y mientras avanzaba la mañana, habían empezado a usar sus banderas con los colores de España y del Vaticano para protegerse del inclemente sol, al tiempo que los organizadores repartían bolsas con agua.

Un "baño de multitudes"
Pero el calor no impidió que el ambiente fuera de fiesta. Las tunas estudiantiles incluso entonaron un "Que viva España", pero con la letra modificada para la ocasión: "Que viva el Papa", cantaron, mientras los integrantes de un grupo folklórico polaco, con la bandera de su país, que es también la del Pontífice, y claveles rojos y blancos en las manos, bailaban al son de la música.
En medio de las notas de los himnos del Vaticano y de España, interpretados por una banda marcial, y del olor a combustible quemado por los aviones, el Papa llegó hasta su sillón, colocado frente al pabellón de Estado. Allí le aguardaban el presidente del gobierno, José María Aznar, y varios de sus ministros, los cardenales y obispos, así como altos representantes de las Fuerzas Armadas, entre otras autoridades. Sin olvidar a 20 niños, uno de ellos en silla de ruedas, vestidos como los guardias suizos que custodian el Vaticano.
Sin duda Juan Pablo II ya no es aquel "atleta de Dios" que era cuando visitó por primera vez España en 1982. Pero pese a sus casi 83 años y sus múltiples dolencias, pronunció su discurso a pleno sol, y con voz firme.
El Pontífice fue interrumpido por aplausos y vítores varias veces, la primera de ellas cuando exclamó: "La paz sea con vosotros".
Paz. Esa fue la palabra más citada por el Papa en su alocución. Nada menos que seis veces la pronunció en sus primeras tres frases. Paz para España, para el mundo, con una referencia, si bien no explícita, al País Vasco: "Imploro del Señor una paz que sea fecunda, estable y duradera, así como una convivencia en la unidad, dentro de la maravillosa y variada diversidad de sus pueblos y ciudades".
Pero el momento más emocionante, y que incluso hizo saltar las lágrimas a más de uno de los presentes, llegó al final de su intervención. "¡Que por la intercesión de la Virgen Inmaculada y del apóstol Santiago Dios bendiga a España!", exclamó.
En ese instante, los peregrinos comenzaron a corear de nuevo aquel "Juan Pablo II, te quiere todo el mundo" y el Papa, emocionado, les interrumpió para comentar: "Puede ser". Pero de inmediato se corrigió: "¡Es cierto para España!", dijo.
Con todo, la bienvenida al Pontífice en Madrid tuvo también algo de despedida. Que los reyes lo recibieran al pie de ese avión no fue casual. Ya lo había dicho Antonio María Rouco Varela: "Debemos vivir este viaje como una especie de palabra final del Papa a España". Y así lo sintieron muchos de los que acudieron al aeropuerto.
Hoy, el Papa canonizará a cinco santos españoles durante la celebración de una liturgia especial. (DPA)



Juan Pablo II es saludado por miles de fieles en Madrid.
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