 |  | Editorial Tras los pasos del asesino
 | La muerte de una nena de doce años parece haber convertido la búsqueda del psicópata tirador en un tema prioritario. Hasta ahora, ha dado la impresión de que las investigaciones adquirían impulso cuando los ataques del llamado Loco de la Escopeta tenían una especial resonancia pública. Y que después, con el transcurrir del tiempo, el peligro latente que significa un criminal suelto en las calles y que actúa impunemente desde hace once años, se diluía. Acaso el trabajo de los detectives no haya sido espasmódico como podría inferirse, pero lo cierto es que cuando hubo detenciones, siempre sin éxito, tuvieron lugar después de episodios de gran repercusión. En su interminable secuencia de ataques armados a colectivos, el tirador serial causó solamente lesionados, aunque en 1994 una mujer pereció en un hecho atribuido al insano criminal. Ahora parece haber modificado su conducta. Golpeó en una zona diferente de la ciudad y empleó munición gruesa. Y en su exacerbado deseo de causar daño, se piensa que debía estar consciente de que la consecuencia directa de su accionar resultaría, como ocurrió, mortal. En esta difícil cacería, de poco ha servido el identikit que lograron configurar testigos de gran credibilidad. El supuesto atacante solitario, al parecer un hombre de no más de 40 años, cutis blanco y alrededor de 1,75 metro de estatura, sigue confundiéndose, mezclándose con la gente en distintos escenarios para desatar su locura en el momento preciso, es decir cuando no parece ser tenido en cuenta por posibles testigos. Cuesta creer que después de más de setenta ataques sean tan pocos los testimonios aportados. De ahí que es imprescindible que las autoridades ofrezcan todas las garantías a quienes estén dispuestos a aportar datos que contribuyan a poner fin a su criminal carrera. Aunque no sólo se trata de mantener la reserva suficiente que los preserve. Los ciudadanos que estén en condiciones de ser útiles deberán sobreponerse a lógicos temores y apelar a su sentido social y responsabilidad, ya que lo que está en juego es la seguridad de toda la comunidad. Hoy, tras ciento treinta y dos meses de irracional violencia, la policía finalmente parece haber reaccionado adecuadamente. Y al asignarle al psicópata -probablemente un hombre sin importancia corroído por el odio a la sociedad- la importancia que, según los especialistas, el criminal anhela, la institución parece dispuesta a llevar adelante una investigación sin concesiones. Para tal fin ha creado un gabinete especial del que participan reconocidos técnicos. Su misión será la de poner fin a las prolongadas e impunes andanzas de un asesino. Sus víctimas, sus familiares y la comunidad lo esperan ansiosamente.
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