| | Editorial La economía condicionada
| El panorama que enfrentará el candidato que resulte vencedor en las próximas elecciones presidenciales incluye serios escollos cuya superación distará de ser sencilla. Es que la administración de Eduardo Duhalde, cuya evaluación histórica no podrá omitir el hecho de que durante su transcurso el país eludió el estallido que lo amenazaba, firmó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional cuyas severas pautas condicionan fuertemente el futuro. La transición que se está transitando en la actualidad hasta que asuma el nuevo primer mandatario incluye noticias positivas, si bien de perfil bajo, como el proyecto de rescate de cuasimonedas anunciado por el ministro Roberto Lavagna y el descenso del 72,3% del déficit de las provincias en el pasado año 2002. En este último caso, la relativización del elogio se debe a que las causas de la caída no son estructurales -es decir, las reclamadas reformas- sino coyunturales y por ende excepcionales, como la inflación, que favoreció a las arcas provinciales. Otros elementos importantes en el control del déficit fueron el congelamiento salarial y la casi nula inversión en obras públicas, imposibles de mantener en el tiempo. El acuerdo firmado en enero con el FMI establece una meta para el superávit primario del 2003 del 2,5 % del producto bruto interno (PBI) y de 1.047 millones de dólares hasta fines de mayo. Sin dudas, y como ya lo han afirmado respetados economistas, el objetivo del 2,5 por ciento del PBI es difícil y demanda una sustancial mejora de la situación fiscal que dista de haberse registrado, sobre todo si se considera la incertidumbre predominante en el horizonte político. Debe recordarse que el país postergó el pago de deudas por la suma de 6.600 millones de dólares, que tenían que ser abonados al organismo internacional hasta fines de agosto próximo. Y pese a que las metas de enero fueron superadas con holgura —tal como lo reconoció el propio Fondo—, las duras exigencias del acuerdo podrían poner en riesgo los planes sociales en momentos que más de la mitad de los argentinos vive en la pobreza. El equilibrio, entonces, se erige como pieza clave en este juego. Y las inminentes elecciones no parecen ayudar en ese sentido, por el lógico crecimiento del gasto político. Las tendencias que se vislumbran en torno del gasto público también preocupan; se verifica, en efecto, la tradicional predisposición al aumento, que podría convertirse en una bomba de tiempo. No gastar más de lo que se recauda, verdad de Perogrullo, vuelve a convertirse en la única receta válida para emerger del pozo. Lo crítico de la hora no admite la continuidad de las liviandades.
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