Rodolfo Bella / La Capital
Joan Manuel Serrat dio una respuesta como mínimo curiosa cuando contestó sobre las razones por las cuales no actuaría en Rosario y sugirió que le pregunten al intendente Hermes Binner. Es al menos difícil imaginar que si hubiera esquivado un recital, por ejemplo en Nueva York, mandara a dar cuenta sobre su ausencia al alcalde Michael Bloomberg, o que Aníbal Ibarra hubiese hecho lo propio si el plantón hubiese ocurrido en Buenos Aires. ¿Es posible suponer que un mandatario pueda ocuparse personalmente de la presencia de un cantante, por más célebre y respetable que sea? ¿Alguien puede imaginarse a Bloomberg en esa situación, o a Ibarra, o a Binner trajinando teléfonos para lograr que Serrat cante en la ciudad? Independientemente del genuino deseo de sus admiradores, o de si cualquiera de ellos se complace o no al escuchar sus canciones, o del significado objetivo y real que puede tener para la cultura popular, es un tema ajeno por definición a la órbita del poder ejecutivo de una ciudad. Es posible suponer que en la ausencia haya pesado algún motivo de orden artístico en el caso, por ejemplo, que las condiciones acústicas o de infraestructura del Anfiteatro o del Hipódromo -los espacios alternativos que ofreció la Secretaría de Cultura al requerido y negado Monumento a la Bandera- no hubiesen sido las más más adecuadas para el recital. El Anfiteatro, no obstante, fue el escenario popular elegido para otros shows internacionales. Fue el caso del francés Manu Chao cuando dio en Rosario su primer y único recital, o del español Joaquín Sabina cuando trajo su espectáculo "Nos sobran los motivos", en octubre del 2000. También pasaron estrellas criollas como Charly García, Alberto Spinetta, y otras de proyección internacional como Mercedes Sosa. En el Hipódromo estuvieron García, Fito Páez y Juan Carlos Baglietto, entre otros. En esas oportunidades no hubo objeciones sobre la funcionalidad de las graderías de los parques Urquiza o Independencia. Sería más razonable, y no por eso dejaría de ser comprensible, pensar en unas muy atendibles razones vinculadas al riesgo económico que significa montar un show internacional en medio de la crisis. De hecho muchos artistas cancelaron su aterrizaje en Ezeiza a la espera de mejores condiciones. Rosario no tenía porqué ser la excepción.
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