Año CXXXVI
 Nº 49.720
Rosario,
domingo  12 de
enero de 2003
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Historia del crimen. A diez años del asesinato de Rosa y Herminio Dominicci
Dos hermanos que compraron el cielo
Ocurrió en la zona rural de Maciel. Lo que parecía un hecho natural ocultaba una trama macabra

Daniel Abba / La Capital

El día que los encontraron muertos, diez años atrás, los hermanos Rosa y Herminio Dominicci iban a descubrir que de sus cuentas bancarias faltaban unos 66 mil pesos. El dinero que tenían pensado sacar no era tanto, sólo el necesario para pagar un trámite de sucesión, pero el saldo les iba a demostrar que no tenían lo que pensaban. Su administrador y hombre de confianza, Clever Damiani, fue condenado por la Justicia a prisión perpetua acusado de haberlos asesinado con estricnina para ocultar ese manejo del dinero y hoy transcurre sus días en una cárcel de Rosario. Pasado el tiempo, nadie cree que lo hizo solo y menos que no había otras personas que conocían lo que iba a pasar esa noche de enero en el medio del campo.
"¿Usted cree en Dios?" La pregunta era la salida preferida del juez que investigó el caso, Daniel Acosta, cada vez que alguien le manifestaba dudas acerca de la posibilidad de llegar a alguna conclusión sobre tan extrañas muertes. Y tuvo razón, algo de misterioso azar influyó para que pudiera cumplir con su tarea a partir del día en que un molesto rumor invadió Maciel.
"Parece que los mataron" fue el comentario que, como ocurre en los pueblos, circuló de boca en boca hasta instalarse de tal manera que logró revertir un caso que estaba cerrado en una investigación judicial sin precedentes. Gente poco acostumbrada a convivir con tantas dudas, no terminaba de tolerar que la muerte simultánea de dos ancianos hermanos, sin problemas serios de salud, ocurriera de repente.
La opinión generalizada contrastaba así con la explicación médica que había asentado en el formulario de defunciones el más común de los argumentos: "muerte natural". La fuerza de esa presión de la gente fue decisiva para la investigación del caso, que tuvo su primera repercusión pública en una pequeña nota de La Capital que el 29 de enero de 1995 dio cuenta de las dudas que los vecinos tenían sobre las muertes. Un segundo artículo publicado el 28 de febrero, con el título "Muertes poco naturales", logró la primera respuesta: al día siguiente el juez hizo exhumar los cadáveres que estaban sepultados en el cementerio de Maciel y ordenó las autopsias.
"Pobrecitos, ojalá no los toqueteen" habían deseado varios familiares de las víctimas cuando esa posibilidad ni siquiera era considerada por el médico de policía que revisó los cuerpos y no encontró nada raro. El deseo, según se encargaron de explicar más tarde en el expediente judicial, era evitar que en aras de averiguar la verdad lastimaran a quienes habían padecido una de las muertes más horrendas. En aquel momento esos dichos resultaron sospechosos.

"Si hasta tomaron una sidra"
La sala velatoria donde fueron inhumados los Dominicci fue un desfile de gente. A los familiares directos, que también hicieron constar su dolor en dos avisos fúnebres de este diario, se sumaron las relaciones y la gente del pueblo que en estas ocasiones no suele faltar a dar el pésame aunque su relación sea sólo de mero conocimiento. De una de estas personas se conoció un comentario que después tuvo significativa importancia. "Qué barbaridad, anoche estaban tan bien. Si hasta destapamos una sidra". El autor de la frase no habría sido otro que el hoy condenado por la autoría de las muertes y sirvió para identificar uno de los líquidos que se utilizó para que la estricnina ingresara a los cuerpos.
El día que desde Rosario confirmaron que del examen de las vísceras se había comprobado que las muertes fueron por envenenamiento, al juez le temblaron las piernas y el pueblo se conmovió.
El veterinario del pueblo nunca había sospechado que los insistentes pedidos por una buena cantidad de estricnina que el propio Damiani le había hecho, y finalmente la compra que quedó asentada en una factura con su firma, iba a tener relación con estas muertes. La justificación de la compra fue para matar unos caranchos. Por eso cuando escuchó por la FM del pueblo que los Dominicci habían muerto envenenados con estricnina no dudó en declarar lo que sabía.
La detención de varios familiares, herederos directos de las víctimas, se realizó después de un minucioso seguimiento que incluyó escuchas telefónicas en las que varios de ellos se manifestaban demasiado preocupados porque la investigación los incriminara. La curiosidad del caso fue que para no despertar sospechas se instaló en una calle de tierra del pueblo una vieja ambulancia, desde donde se intervenían los teléfonos. En un lugar donde todos se conocen y saben al detalle de quién es cada auto, el vehículo de emergencias llamó más la atención de lo que todos imaginaron.

Un asesinato sin confesión
A Damiani, un hombre sin antecedentes, lo condenaron por todos los delitos que pidió la instrucción, pero nunca confesó el crimen, del que tampoco se obtuvo ninguna prueba directa. El caso Dominicci se convirtió así en un proceso sin precedentes, ya que no hubo denuncia y la instrucción se hizo de oficio, un sistema que hoy está más cuestionado e incluso fue derogado del Código nacional.
Pocos años después, en el asesinato de la maestra jardinera María Rosa Di Leo, la fiscalía invocó la jurisprudencia del caso Dominicci, por las similitudes que tenía la presunta homicida con el condenado Damiani. Pero esta vez no prosperó, a pesar de tratarse de la misma Cámara.
A diez años del caso, en Maciel persisten algunas dudas, ya sin la intensidad de las que llevaron a la apertura del caso. Nunca convenció del todo la idea de que un hombre solo hubiera urdido y ejecutado el plan para eliminar a los dos últimos hermanos de una familia. Tampoco a la Justicia le resultó del todo claro, pero no pudo probar que hubo una segunda persona en el momento y el lugar del doble crimen.
Sí pudo establecerse que además del tractor en el que se movilizó esa noche Damiani también un Jeep ingresó al campo. "Este se va a comer el garrón para encubrir a alguien" era el comentario que se escuchaba por aquellos días en que lo condenaron. La otra certeza que no figura en el expediente es que muchas más personas conocían lo que iba a ocurrir esa noche.
Uno de los que pareció tener todo claro fue el cura del pueblo en ese entonces, quien desde el primer momento desalentó la investigación. Llamado a brindar testimonio por tratarse los muertos de dos personas de profunda fe cristiana, el padre prefirió seguir en un retiro espiritual y adujo que no iba a poder aportar nada. Cuando supo quién podría ser el acusado negó que eso pudiera ser incluso una posibilidad. Años después lo visitaría en la cárcel.
Una leyenda de la que nadie puede dar fe, pero que recorre Maciel, puede servir para entender la ingenuidad que caracterizaba el carácter de los hermanos Dominicci. Cuentan que años antes de su muerte, su creencia religiosa se cruzó con alguna mala junta y, a pesar de estar convencidos de que en su vida ya se habían ganado un lugar junto a Dios, se decidieron a hacer una inversión trascendente: alguien logró que pagaran 50 mil pesos para asegurarse un lugar en el Cielo.



El panteón de las víctimas, en el cementerio de Maciel. (Foto: Gustavo de los Ríos)
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