Río de Janeiro. - Cinco décadas después de haber abandonado su poblado natal de Caetés, en Pernambuco, huyendo con su madre y sus hermanos del destino de hambre y miseria a que había nacido condenado, Luiz Inacio Lula da Silva asumió la presidencia del Brasil como un símbolo de movilidad social en un país marcado por desigualdades abismales.
El nuevo mandatario había llegado con su familia a la ciudad portuaria de Santos, en el Estado de San Pablo, cuando contaba con siete años de edad y muy pronto salió a la calle para ayudar a su familia vendiendo golosinas en los autobuses o como lustrabotas en las calles, pero nunca dejó de asistir a la escuela primaria, que su madre consideraba fundamental para aspirar a un destino mejor.
A los 12 años, el pequeño inmigrante ingresó como limpiador en Industrias Villares, uno de los mayores complejos siderúrgicos del Brasil, y pronto nació en él un sueño poco menos que inalcanzable: el de convertirse en mecánico tornero en la empresa, sueño que concretó seis años después, tras un curso en una escuela industrial. Sus compañeros de entonces lo recuerdan hoy como un joven común, sin ambiciones desmesuradas y sin el menor interés en la política. Lula se interesaba, por entonces, preferentemente por las noches en el bar con sus amigos, por algunas aventuras galantes y, sobre todo, por la trayectoria del Corinthians, una pasión que lo acompaña hasta estos días.
Su hermano Frei Chico era comunista y lo estimulaba a participar en el sindicato y a interesarse en política, pero el joven tornero sentía que aquello no era para él. Hasta que un día, siempre a instancias de su hermano, Lula se inscribió en el poderoso Sindicato de Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo y un año después ya formaba parte del directorio. Su trayectoria todavía era breve, pero fue tan intensa que nadie se sorprendió cuando en 1975 fue elegido presidente del sindicato.
Tres años más tarde, Lula fue reelegido con el voto de más del 98 por ciento de los trabajadores. La dictadura militar daba señales de agotamiento y ya se vislumbraba una salida institucional a mediano plazo, mientras el movimiento sindical entraba en ebullición presionando por una salida democrática. El descontento de los trabajadores estalló en 1978, cuando Lula encabezó una gigantesca huelga que sacudió el cinturón industrial de San Pablo y cuyos ecos repercutieron en toda América latina. Era el nacimiento del nuevo sindicalismo brasileño y, aunque nadie lo percibió por entonces, el embrión de una nueva fuerza política. Terminada la huelga, Lula sintió que los trabajadores no podrían esperar mucho de los políticos tradicionales y empezó a acariciar tímidamente la idea de crear un nuevo partido, propio, de los trabajadores.
La creación del partido
Fue madurando la idea con otros sindicalistas, con intelectuales, líderes religiosos, dirigentes estudiantiles y con los numerosos exiliados que empezaban a volver al Brasil dispuestos a buscar nuevas formas de participación política. En 1980, Lula anunció la creación del Partido de los Trabajadores, que desde su nacimiento se proponía implantar en Brasil una sociedad socialista y, dos años más tarde, se abocó a una tarea partidaria: presentar su candidatura a la gobernación provincial de San Pablo para fortalecer al naciente partido. En 1982, Lula quedó en cuarto lugar, pero cuatro años más tarde fue elegido como el diputado constituyente más votado del país, con 650.000 sufragios. En 1989, ya como un respetado líder político, el ex tornero disputó por primera vez la presidencia ante el conservador Fernando Collor de Mello, que resultó elegido en una segunda ronda de votación y acabó destituido por el Senado dos años más tarde bajo una avalancha de cargos de corrupción.
Lula volvió a participar en elecciones presidenciales en 1994 y 1998, pero fue derrotado por el saliente presidente, Fernando Henrique Cardoso, su amigo personal y aliado de los tiempos de la lucha antidictatorial. Tras ocho años de gobierno de Cardoso, quien se adjudicó el crédito de haber vencido la tenaz hiperinflación, el país se resintió por la falta de crecimiento económico y un clamor unánime de cambio, surgido de todos los sectores de la sociedad. Así llegó Lula a la primera magistratura cuando, como Salvador Allende, se presentó su candidatura por cuarta vez.
Lula será el primer brasileño de su origen social que alcanza tan alto cargo, por lo que llega al Palacio del Planalto convertido en un símbolo de la plena democratización de la sociedad brasileña y en una esperanza para los 54 millones de brasileños que viven en la pobreza. Lula cargará con una tarea ardua y pesada: atender el descontento de la abrumadora mayoría de los brasileños ante la situación actual, contando con el presupuesto más ajustado de la historia y el lastre de una deuda pública que se acerca al 60% del producto bruto interno. (DPA)