Gustavo Yarroch / La Capital
Después de las históricas goleadas de la séptima y octava fecha ante Colón (7-1) y Chacarita (6-2), se pensó que Independiente iba camino a ser un campeón digno de su rica historia y de su prosapia de club emparentado con el buen fútbol. Pero no. La caída sufrida en el clásico de la 9ª fecha ante River marcó una bisagra en el nivel de juego del Rojo, que de aquel equipo avasallador de las primeras jornadas pasó a ser un conjunto terrenal que dejó al descubierto las fallas propias de quien se quedó sin gas para sostener sus aspiraciones. La redención futbolera llegó en la última fecha, justo cuando más lo necesitaba: el inapelable 3 a 0 frente a San Lorenzo contribuyó para devolverle buena parte de la estatura futbolística perdida en las cuatro jornadas anteriores, en las que había cosechado apenas cinco de los doce puntos en disputa. En el balance, Independiente fue el conjunto que ofreció los mejores momentos de fútbol del torneo. Un campeón justo, pero no brillante. Su tándem creativo, compuesto por Federico Insúa (genial ante San Lorenzo) y Daniel Montenegro, resultó un problema indisoluble para la mayoría de las defensas rivales y alimentó constantemente la voracidad de Andrés Silvera, un goleador exquisito que se desinfló en las últimas fechas, en paralelo con el bajón del equipo, y volvió a decir presente en el día de la consagración para llegar a los dieciséis gritos. El principal sostén de la defensa y gran estandarte del equipo fue Gabriel Milito, a quien el medio local le queda definitivamente chico. Hernán Franco aprobó el examen como improvisado primer marcador central y se convirtió en un confiable ladero de Milito. Los laterales, Juan José Serrizuela y Federico Domínguez, resultaron más útiles para la búsqueda ofensiva que para la marca, aspecto en el que otorgaron ciertas ventajas. Aún así, sus aportes jerarquizaron a la última línea, que se resintió claramente cuando Domínguez sufrió la lesión que lo dejó afuera del torneo. El rendimiento de Leonardo Díaz fue inversamente proporcional a las actuaciones del equipo. Cuando Independiente ganaba y gustaba, el arquero exhibía inseguridades y despertaba murmullos de desconfianza entre los hinchas. Y cuando el conjunto comenzó a sentir la presión de la punta, el ex Colón surgió en toda su dimensión para tapar esas pelotas decisivas que tapa todo arquero de equipo campeón. El costado derecho del mediocampo tuvo en Leonel Ríos primero y en Lucas Pusineri después a dos volantes rendidores. Ríos aportó despliegue, llegada y hasta dos goles mientras jugó como titular, condición que perdió después del clásico con River. Y Pusineri le agregó a esas virtudes un total de seis goles (¿el que le hizo a Boca no vale por dos?) y la experiencia que supo recoger en San Lorenzo, donde ganó un torneo local y la Copa Mercosur. Diego Castagno Suárez se ganó el respeto de todos desde su posición de volante central y, por el andarivel izquierdo, Pablo Guiñazú terminó constituyéndose en otro jugador fundamental con su incansable dinámica. Independiente es campeón argentino después de ocho años. Sufrió bastante para lograrlo. El desahogo de sus jugadores e hinchas resultó la mejor síntesis del miedo a quedarse sin nada que llegó a invadirlos antes del rotundo 3 a 0 en el Nuevo Gasómetro. (DyN)
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