Año CXXXVI
 Nº 49.665
Rosario,
domingo  17 de
noviembre de 2002
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El sentido de la estadística

Osvaldo Aguirre / La Capital

La estadística sobre víctimas de la violencia policial en Santa Fe es mucho más significativa de lo que indican las cifras. En primer lugar, la persistencia del fenómeno y su incremento con el transcurso del tiempo muestran que no se trata de episodios aislados sino del resultado de una serie de criterios que involucran a la dirección de la fuerza.
En segundo lugar, la estadística revela que hay un tipo particular de víctima, que aparece en la mayoría de los casos: son los jóvenes que proceden de los estamentos más pobres de la población. Ese es el sector social donde se suele concentrar la acción policial. Por eso, la piratería del asfalto, el contrabando, los asaltantes de bancos y grandes empresas, las cadenas montadas en torno al robo de cereal, es decir, las organizaciones más peligrosas de delincuentes, no afrontan mayores inconvenientes en la provincia.
En tercer lugar, el registro de casos permite establecer una distinción entre hechos de violencia ilegal y hechos de violencia como resultado de la incompetencia policial.
El fenómeno de la violencia ilegal aparece como una práctica reiterada y altamente codificada de la policía: de acuerdo a denuncias reiteradas, se complementa con la destrucción o invención de pruebas, las amenazas a testigos o familiares de las víctimas, la manipulación de los sumarios, etcétera. Esta es una práctica de una policía que parece saber que no se ejercerán controles sobre su accionar y que no deberá responder a la sociedad por los delitos que comete.
En otros procedimientos, la violencia aparece como resultado de la incompetencia policial. La muerte de Francisca Calafat, el 9 de octubre del año pasado, en un supermercado de Milán y Pasaje Trento, es quizá el ejemplo más elocuente al respecto.
Calafat tenía 81 años y estaba haciendo compras en el supermercado cuando ingresaron dos jóvenes ladrones. Poco después llegaron agentes del Comando Radioeléctrico, rodearon al lugar y de manera incomprensible intentó desalojar a los tiros a los asaltantes. Calafat murió baleada por un disparo policial.
El caso mostró a una policía torpe, incapaz de resolver situaciones sin utilizar el recurso de la fuerza en forma innecesaria y apresurada, casi como un comportamiento mecanizado. Esa impericia es además uno de los principales factores de inseguridad: al mismo tiempo que no resuelve el caso concreto que pretendió conjurar crea otro problema, por lo general irreparable y de mayor proyección en el tiempo.
Por último, la ausencia o la pobreza de las investigaciones judiciales termina por avalar situaciones que aparecen como dudosas o anormales. En definitiva no ha pasado nada y entonces el circuito recomienza. No puede sorprender que un policía sospechado de fusilar a dos menores -se dijo que hubo un enfrentamiento aunque las víctimas fueron acribilladas- haya baleado recientemente a otro joven en la zona sur. El agente bajó de un patrullero y sin decir palabra disparó su arma: perseguía a un ladrón pero casi mata a un inocente.


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