La escuela pública argentina, que históricamente integró a todas las clases sociales, desde hace más de una década rompió esa tradición y comenzó a cerrarse sobre grupos determinados, por el que ahora los colegios estatales atienden mayormente a alumnos de hogares pobres y la privadas a sectores medios y altos, según el Instituto de Investigaciones y Planeamiento Educativo (Iipe) de la Unesco en nuestro país. Esta integración e intercambio social y cultural que fue el sello de la escuela argentina en los 50, 60 y 70, al reunir por igual a los hijos de profesionales, funcionarios y obreros, y su ausencia derivó en que en los últimos años se "empobrezca la educación y el aprendizaje", según el estudio. La directora de la facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la pedagoga Guillermina Tiramonti, opinó que "en general, la escuela tuvo una función de integración de distintos grupos diferentes social y culturalmente". "En Argentina, este aporte fue muy importante de principios del siglo pasado hasta los años 60,70. En los 90, claramente eso se rompió y se dibujó un escenario de escuela pública para pobres y de privadas para sectores medios y altos, más allá que hay escuelas públicas que atienden a ricos y privadas, como las parroquiales, que atienden a chicos pobres", destacó. Para Tiramonti, la diferenciación "no pasa por el género sino por una selección socioeconómica de hecho, que tiene su efecto sobre los aprendizajes", y agregó que "los chicos que van a escuelas para pobres están mucho más empobrecidos". La escuela como el ámbito donde se pueden todavía compensar las desigualdades sociales fue trabajado en el programa de evaluación de la calidad por la socióloga María del Carmen Feijóo en la provincia de Buenos Aires. El proyecto empezó en 1999 en escuelas de Tigre y se extendió a 50 distritos bonaerenses, a un total de 83 mil alumnos. Graciela Gil, a cargo de la evaluación, explicó que "la investigación vinculó a las variables socioeconómicas y los resultados para identificar qué diferencias producían las escuelas, tomando como punto de partida el nivel académico y social". Gil dijo que se comprobó "que las diferencias en términos de aprendizaje no son tan grandes, como las sociales, lo cual permite suponer que la escuela hace más con los alumnos que están en una situación más desfavorable". Graciela Morgade, investigadora en términos de género y desigualdad, se mostró partidaria de que "la escuela tiene que integrar a todos pero en un proyecto integrador tampoco se puede tratar a todos sin reconocer ciertas diferencias". Señaló que luego de ello "hay dos caminos: estigmatizarlo y decir este chico no aprende porque los padres son pobres o tienen otra cultura, o dedicarse a conocer cómo es esa otra cultura y a partir de ahí acercarlo a estándares comunes", ya que sostuvo que "la escuela integradora, ve las diferencias y trabaja con ellas". (DyN)
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