Gustavo Conti / La Capital
Duras horas vivirá Julio Alberto Zamora esta semana. No sólo porque su continuidad ahora sí se puso en duda tras la derrota de anoche en el sur bonaerense, sino porque si pasa el partido con Boca y cumple su extraño compromiso expresado públicamente el jueves último, deberá explicarle a un selecto grupo de hinchas los por qué de tan mediocre rendimiento. Todo ello en una compleja trama con no menos extrañas visitas de barrabravas. Llamativas presencias la de los hinchas caracterizados (como alguna vez los describió el juez Perrota) rojinegros en la semana después del clásico y, sobre todo, luego de la derrota frente a Unión, enmarcaron un ambiente pesado y, sobre todo, pletórico de interrogantes sobre quién los manda y con qué fin. Por ahora no hay respuestas claras en un contexto donde todo parece tener que ver con todo. Por eso, extrañamente, luego del clásico apareció en Mataderos una bandera en la hinchada en la que apoyaban al cuerpo técnico y al plantel en ese orden. ¿Eran esos mismos adeptos a Zamora los que aparecieron por Bella Vista y entraron al vestuario y a la cancha de entrenamiento con total libertad? ¿O se trató de manejos independientes o respondiendo a otros intereses? Eso sí, discutir sobre si los barras apoyaron durante la semana o no a los jugadores carece de todo sentido. Su presencia, moviéndose como panchos por su casa y con la anuencia de Zamora en Bella Vista, habla de una apretada, lisa y llanamente. No se puede tapar el sol con las manos como lo intentó el mismo técnico, diciendo en otras palabras que es normal hablar así con esa clase de hinchas, o convocando a una charla semanal a un número selecto de leprosos para después de que Newell's juegue con Boca. Pero si pasa esa prueba, ni ese ardid para disimular la visita permanente de los muchachos con derechos especiales parece ayudarlo a revertir la confusa imagen que deja. Y que, amén de lo que pase el domingo, compromete su futuro como técnico de Ñuls, sin dudas.
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