José M. Petunchi / La Capital
Los silencios y la indiferencia nunca son buenos. Mucho más cuando provienen de una hinchada, la de Newell's, que en numerosas ocasiones fue el sostén anímico del equipo. Denotan un estado de ánimo decorado por la frustración y el desencanto. Pero además cuando se entremezclan con los primeros silbidos, esos que aparecieron una vez que el árbitro Angel Sánchez marcó el final y se consumó la segunda derrota como local de Newell's, resultó el mejor termómetro para medir la temperatura emocional con la que se retiró el simpatizante leproso del Parque. Como es tradicional en los últimos tiempos, el hincha volvió a poblar el Coloso para dar su apoyo mayoritario, pero esperó en vano una respuesta que desde la cancha nunca llegó. Porque los leprosos no supieron cómo ganarlo. Les faltó inteligencia y volvieron a repetir algunos defectos, como confundir avanzar con atacar; como el traslado excesivo de Ponzio, agregando más vértigo que claridad; como armar un mediocampo más pensando en contener que en construir, cuando el equipo viene demostrando que lo que le faltan son ideas, una carencia que repitió sistemática y peligrosamente en los últimos tres partidos, al margen del triunfo ante Chicago. Por eso la indiferencia, matizada con bronca, del final. Porque los hinchas entendían que habían dejado pasar una oportunidad inmejorable para cerrar la herida abierta del clásico y construir un presente más ligado a su pasado histórico que al inmediato. Pero no supo cómo ganarlo y dio un paso atrás.
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