Oscar Lehrer / La Capital
A pesar del paso de los días, la sensación de impotencia quedó flotando en el ambiente. La selección argentina de básquetbol debió ganar la final del Mundial de Indianápolis y traerse la medalla de oro, algo que ya había logrado en 1950, por todo lo que había exhibido a lo largo del torneo. Los dirigidos por Rubén Magnano resultaron lejos el mejor equipo, aún en el juego final contra Yugoslavia. Sin embargo, para quedarse con el título faltó una cuota de suerte ya que en la cancha fue mejor que su adversario. De todos modos, a la fortuna habría que sumarle que los árbitros no cobraron esa bendita y fatídica falta del final, la que podría haber cambiado el curso de la historia. Ese grupo de argentinos que hizo historia en la cuna del básquetbol, que conmovió al mundo con la primera victoria sobre un Dream Team, no se fue feliz de Indianápolis. Este equipo nacional vio, tras 50 años, cómo se elevaba bien alto la celeste y blanca entre otras dos potencias de Europa como Yugoslavia y Alemania y recibió la muy merecida medalla de plata con el corazón partido y con el llanto a flor de piel. Sólo cuando concluyó la ceremonia hubo un intento de festejo, aunque tibio. Querían disfrutar pero no podían. La indignación era mayor. Quizás esta resulte la imagen más valiosa que pueda rescatarse del Mundial para este equipo. ¿Quién se habría imaginado que la Argentina treparía al podio con dolor por no haber conseguido el oro? Nadie. Esa es la lectura que hay que hacer. No debe reclamársele nada a este brillante grupo que hizo más de lo esperado. Es difícil hablar de amargura después de todo lo que hizo. Dejaron bien arriba al básquetbol argentino. Hay que agradecerle todo el esfuerzo que hicieron. Además, le mostraron al mundo que en la Argentina se juega un buen básquetbol y que este éxito le abre las puertas al deporte a muchísimos jóvenes. Esto le hace muy bien al básquetbol de nuestro país y le da un oxígeno muy grande a la Liga Nacional y a todos los que quieren a este deporte. Es muy difícil nombrar a jugadores destacados después de todo lo que dio el equipo. No quedan dudas de que hay que festejar, aplaudir y sentirse muy orgulloso de este plantel. Los pibes jugaron un Mundial brillante y lograron la admiración de todos. La selección no sólo ganó la plata sino que se llevó como premio extra la aprobación del público. Será muy difícil que una selección argentina de cualquier otro deporte supere a esta en unión y espíritu de lucha. No es necesario proclamar campeón moral a la selección. Antes merece un título evidente y plenamente justificado: el de campeón del juego colectivo, que es el que define al básquetbol y al que este equipo está muy cerca de llegar. Todo lo que se pueda decir es poco. Cualquier adjetivo que se utilice para calificar a esta selección nacional quedará chico. Lo que produjeron estos 12 titanes en el Mundial fue una cosa de gigantes.
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