Año CXXXV
 Nº 49.595
Rosario,
domingo  08 de
septiembre de 2002
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Desde cigarrillos importados a profilácticos musicales

Ciudad del Este (enviado especial).- El calor agobia y la humedad aplasta. Frente a la mezquita "Profeta Mohammed", en la esquina de Boquerón y Adrián Jara, un guardia privado armado con un fusil automático va y viene sin quitar la mirada de la camioneta que acaba de estacionar en el frente. Diez metros más allá, un chico de unos 15 años corre al encuentro del periodista y ofrece cualquier cosa: dólares, profilácticos musicales, cigarrillos importados. "Lo que quieras, te lo conseguimos en un sapoité (rápido, en guaraní)", dice y espera el pedido. El cronista ya sabe que "lo que quieras" es literal y puede incluir billetes falsos, armas de cualquier tipo y calibre, prostitutas adolescentes, teléfonos celulares e incluso drogas. El único requisito es que hay que estar dispuesto a pagar. Y no hacer preguntas.
Desde el centro de Puerto Iguazú, o desde las cataratas, no se necesitan más de 30 minutos para llegar hasta Ciudad del Este, que nació como Ciudad Presidente Stroessner. Hay que cruzar el puente "Tancredo Neves", sobre el río Iguazú, e internarse en la bella Foz do Iguazú. Los contrastes entre una orilla y la otra aparecen brutalmente en cuestión de segundos: mientras en la frontera argentina viven 30.000 personas y el casco de la ciudad es casi el mismo que 20 años atrás, Foz es hoy 10 veces más grande que hace una década y parece una ciudad de otro continente.
Por la avenida das Cataratas primero, y por la avenida Paraná después, se llega hasta el Puente de la Amistad. El paisaje vuelve a cambiar abruptamente y ahora hay que andar con mucho más cuidado. La cola de vehículos llega a los 2.000 metros y mientras se espera podría pasar cualquier cosa. Hace apenas una hora, cuenta un testigo, la Policía Civil ha asesinado allí mismo, a 30 metros, a un chico de 15 años que asaltó a un turista mientras éste esperaba el momento de pasar por la Aduana.
Cientos de vehículos van hacia Ciudad del Este y cientos vuelven hacia Foz. Los que vuelven nunca van vacíos. Los controles casi no existen. Los aduaneros brasileños detienen a un auto cada 20 y revisan uno cada 100. Los que conocen la zona dicen que el contrabando y el narcotráfico dan de comer a tanta gente y enriquecen las cuentas de tantos funcionarios corruptos que cualquier intento serio por combatirlo provocaría una crisis social difícil de controlar.

El imperio de las armas
En la ciudad paraguaya la sensación de inseguridad crece hasta la asfixia. Hay tantos guardias civiles armados que es aterrador pensar qué ocurriría si a alguien se le ocurre robar algo. Atendiendo los negocios sólo hay extranjeros: chinos (sólo en Ciudad del Este hay 9.000, la comunidad de foráneos más grande), coreanos, japoneses y árabes. Estos últimos conforman la comunidad más importante: según algunas fuentes llegaron a ser 30.000, aunque muchos habrían emigrado a ciudades como Curitiba y San Pablo y hoy no quedarían más que unos 12.000.
Los paraguayos, sumidos en la miseria, son sólo la mano de obra del contrabando. Hay una escena que se repite todo el tiempo y se parece demasiado a lo que se ve en Buenos Aires o Rosario, aunque aquí ocurre desde hace mucho: decenas de niños y mujeres, que no tienen los ojos rasgados y hablan una mezcla de castellano y guaraní, revisan la basura para separar el cartón y buscar restos de comida.
Como un gran anillo que rodea a la ciudad 10 kilómetros hacia las afueras, los countries donde viven los dueños del dinero, casi todos extranjeros, se muestran como fortalezas inexpugnables, custodiadas por expertos, infectadas de cámaras y sobrevoladas por helicópteros. Allí viven, dicen los lugareños, no sólo los propietarios de las tiendas sino también los jefes de supuestas mafias cuyo negocio es el tráfico de cocaína desde Pedro Juan Caballero, en el corazón de Paraguay, hacia Europa, y de marihuana hacia Brasil y la Argentina. Y también residen en esa zona los dueños del contrabando, especialmente de cigarrillos, artículos electrónicos, de computación y de telecomunicaciones que van a parar a Foz de Iguazú y a muchas ciudades argentinas.
Volver de Ciudad del Este a Foz de Iguazú es tan fácil como ingresar al Paraguay. Los controles son más simbólicos que reales y basta con detenerse 10 minutos y fijar la mirada en los agentes aduaneros para ver en vivo y en directo, sin cámaras ocultas, cómo se paga una coima para asegurar el tránsito tranquilo de bultos cerrados.
En el reingreso a Puerto Iguazú están los controles más rigurosos. Un retén de Gendarmería Nacional exige documentos, requisa vehículos y abre hasta la agenda del cronista. Claro que desde la devaluación del peso los bichos verdes, los controles aduaneros y los agentes de migraciones tienen mucho menos trabajo.


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