Año CXXXV
 Nº 49.595
Rosario,
domingo  08 de
septiembre de 2002
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Intrigas por los atentados del 11 de septiembre en EEUU
Ciudad del Este rebosa de sospechosos, pero no hay culpables
La localidad paraguaya pasó a ser uno de los puntos rojos del planeta

Jorge Salum / La Capital

Ciudad del Este (enviado especial). - Apenas habían pasado diez días desde los ataques terroristas a los Estados Unidos cuando los organismos de seguridad de Paraguay y Brasil arrestaron a 23 ciudadanos sospechados de colaborar con Al Qaeda desde Ciudad del Este y Foz de Iguazú, dos enclaves habitados por decenas de ciudadanos extranjeros y ubicados a pocos kilómetros de la ciudad argentina de Puerto Iguazú. Todos los detenidos eran de origen árabe y varios de ellos tenían documentos e identidades falsas.
Había otro dato que para los urgidos agentes de inteligencia paraguayos y brasileños, obedientes a la cruzada antiterrorista mundial de George W. Bush, los metía en la categoría de sospechosos: algunos de ellos estaban transfiriendo regularmente miles de dólares a bancos extranjeros a través de cuentas cuya ruta solía perderse misteriosamente en algún punto del Medio Oriente.
Un año después, aquellas conjeturas no han sido probadas. Algunos sospechosos, como el comerciante de origen libanés Assad Barakat y varios de los empleados en sus tiendas de Ciudad del Este, continúan detenidos pero no han sido condenados. La razón es simple: no hay modo de demostrar sus supuestas conexiones con los ataques del 11 de septiembre ni con organizaciones terroristas con base operativa en Palestina, Irak o donde sea.
Sin embargo, Washington no se rinde. En abril de este año, el jefe de la DEA norteamericana, Asa Hutchinson, repitió ante la comisión de Relaciones Internacionales del Congreso estadounidense que la región es refugio de terroristas islámicos. Fieles a esa idea, prácticamente todos los servicios de inteligencia que pululan en la zona siguen sosteniendo que hay células terroristas operando en algún lugar de Paraguay cercano a la Triple Frontera, y que desde allí también se asiste financieramente a organizaciones terroristas internacionales.
Casi todos, pero no todos. Según un informe reservado de un organismo de seguridad argentino que custodia las fronteras al que tuvo acceso a este diario, es muy probable que muchos ciudadanos de origen árabe estén enviando fondos que, acaso al final de un largo recorrido, terminen financiando a organizaciones terroristas. Los servicios de este organismo afirman en cambio que no hay constancias sobre la presencia de células activas de terroristas, y mucho menos de campos de entrenamiento y preparación de atentados, como les gusta sugerir a los servicios de inteligencia alineados con Washington, incluidos algunos argentinos.
La financiación de actividades terroristas podría estar encubierta bajo la fachada de una suerte de diezmo u ofrenda que los comerciantes árabes instalados en la zona envían a través de sus mezquitas a Medio Oriente. Pero también en este caso se trata apenas de especulaciones que jamás alcanzan la categoría de una verdad probada. Especulaciones hay muchas pero pruebas ninguna o muy débiles.

Un sitio donde todo parece posible
Ciudad del Este es una ciudad extraña. Recostada sobre el río Paraná y rodeada de un monte muchas veces impenetrable, hipotético paraíso como campo de entrenamiento para organizaciones como las Farc colombianas (otro argumento de Hutchinson), conviven aquí 250.000 almas. La mayoría vive bajo los límites de pobreza y la mayor parte de la riqueza está en manos de ciudadanos de origen extranjero: comerciantes chinos, árabes, coreanos y brasileños que según organismos oficiales con sede en Asunción facturan unos 15.000 millones de dólares anuales en blanco y que de acuerdo a estimaciones extraoficiales llegaría a los 30.000 millones si se incluyen las operaciones en negro.
El dinero proviene en su mayor parte de actividades ilícitas como el contrabando, el narcotráfico y la venta ilegal de armas, además de una cantidad impensable de actividades ilícitas sólo imaginables en un país donde la seguridad jurídica no es más que un enunciado teórico.
A Ciudad del Este llegan 20.000 contenedores por año, provenientes en su mayoría de Hong Kong, Taiwán y Miami. Ingresan libremente al Paraguay a través del puerto de Paranaguá, en Brasil, o de Iquique, en Chile, porque las leyes paraguayas no gravan la importación y los controles aduaneros prácticamente no existen.
Pero esta ciudad donde todo parece posible, desde comprar un arma en la calle por unos pocos dólares hasta blanquear un auto robado en el Gran Buenos Aires, con patente y papeles oficiales de la República del Paraguay, no retiene prácticamente nada de esa mercadería. Esa es la materia prima del contrabando: un 80 por ciento termina en el mercado brasileño y el resto sale a la Argentina o Bolivia a través de Santa Cruz de la Sierra, una ciudad a la que los organismos de inteligencia auguran en el corto plazo un perfil similar al de este enclave paraguayo.

Libaneses, los dueños de la plata
El 30 por ciento de este fabuloso movimiento comercial de 30.000 millones de dólares anuales está en manos de ciudadanos de origen libanés, que comenzaron a instalarse en Ciudad del Este a partir de la ocupación de Israel al Líbano en 1982. La mayor parte de ellos conserva las costumbres de su país, incluidas sus prácticas religiosas. Y muchos envían su dinero al exterior, casi siempre a Medio Oriente. Por eso, desde la CIA hasta la Side y la Policía Federal Argentina, sin excluir a los servicios secretos brasileños, los convierten en sospechosos de financiar operaciones terroristas.
Apretadas en unas cuantas manzanas de una ciudad caótica, llena de indescifrables laberintos urbanos y atestada de guardias privados armados con fusiles livianos que meten miedo, hay tres mezquitas cuyas actividades los servicios de inteligencia occidentales tratan de controlar enfermizamente como si se tratara de usinas de pensamiento terrorista. Una de ellas es la mezquita chiíta “Profeta Mohammed”, a la que se atribuye cierto alineamiento con Hezbollah. Otra es “Al Sader”, también chiíta, que funciona bajo la fachada de un centro cultural y una escuela para niños de origen libanés. Y la tercera es la mezquita sunnita “Del Tauba”, a la que los servicios secretos vinculan con Hammas.
Los organismos de seguridad que operan en la zona de la Triple Frontera están convencidos de que allí está la clave para descifrar la ruta del dinero que financiaría las actividades terroristas no sólo de Hezbollah y Hammas sino incluso de Al-Qaeda y otras organizaciones.

La sombra de las conjeturas
También en Foz de Iguazú, unida a esta ciudad por el Puente de la Amistad que cruza el Paraná y habitada por 300.000 almas, hay ciudadanos musulmanes que están bajo la lupa de Washington, Brasilia y Buenos Aires, sin excluir a agentes del Mossad israelí. En abril de 1994, cuando Israel bombardeó el sur de Líbano, 15.000 personas marcharon por las sinuosas avenidas de Foz para protestar contra esos ataques y desde entonces existen conjeturas, siempre conjeturas, de que algunos de esos ciudadanos, podrían estar financiando a Hezbollah. Y Barakat, que tiene sus negocios en Ciudad del Este pero reside en el lado brasileño, es uno de los principales sospechosos.
Desde el derrumbe de las Torres Gemelas, el interés de Washington sobre la región se intensificó. Sin embargo, hasta los americanos reconocen que no tienen pruebas sobre operaciones terroristas en la zona, y menos sobre la conexión de ciudadanos árabes residentes en la Triple Frontera con aquellos ataques.
La ilegalidad más absoluta, la sensación de que aquí todo es posible, los fantásticos niveles de corrupción, la ausencia de controles y el escandaloso lavado de dinero alimentan desde las teorías y conspiraciones más racionales hasta las más disparatadas, incluso aquellas que vinculan a la región con los atentados a la Embajada de Israel en Buenos Aires y a la sede de la Amia. Pero si tales conexiones existen, jamás fueron debidamente probadas. Y eso resulta cuanto menos llamativo si se tiene en cuenta que la zona está infectada de agentes supuestamente expertos en detectar terroristas.



Los dólares abren todas las puertas del centro comercial. (Foto: El Territorio)
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