Jorge Salum / La Capital
Todo el tiempo tiene ganas de llorar, Flora Lacave, pero aguanta. No se sabe cómo pero se contiene. Está a punto de quebrarse cuando dice que quizás no murió como su esposo, asesinado por las balas de la policía, porque Dios -y ella cree mucho en Dios- quería que alguien saliera vivo de ese infierno para contar aquella pesadilla, pero resiste. Casi se le escapan las lágrimas cuando admite que durante mucho tiempo guardó secretos por miedo a que le ocurriera algo a ella, a sus hijos o a sus nietos, pero una vez más se las arregla para reprimir los sollozos. Aguanta hasta que se acuerda de la fecha: hoy es 14 de agosto y se cumplen 33 años desde el día que se casó con Carlos Chaves. Entonces calla y ahora sí llora, doblada de dolor por esa ausencia. "A veces me pregunto por qué no me habrán matado a mi también aquel día", dice mientras repasa una vez más los retazos de una tragedia que cambió su vida para siempre. Un día después de la declaración ante el tribunal oral, evoca con más precisión algunas cosas y olvida o confunde otras. Acepta el diálogo sólo por consideración al cronista. "Sé que usted tiene que hacer su trabajo y por eso lo recibo", aclara en una explicación que recuerda a sus reiterados pedidos de disculpas ante el tribunal por las lagunas de su memoria y por el relato entrecortado por la emoción, hace apenas horas. "Aquel día pasaron muchas más cosas pero es como si mi mente estuviera bloqueada y no puedo recordarlas". Algo que sí recuerda con nitidez es cuando ella expresó temor de que los asaltantes mataran a su esposo. "Cómo vamos a hacer eso si usted puede ser nuestra mamá", cuenta que dijo Carlos Martínez. Casi al mismo tiempo, Saldaña se acercó y le dio un beso. Flora dice que durante las 20 horas que duró el copamiento del banco hubo momentos de máxima tensión y otros más tranquilos. Sostiene que Martín Saldaña era "muy cambiante" y que odiaba al negociador del grupo Halcón, Pablo Bressi. Hacia la tardecita quiso herir o matar a un rehén para torcer la voluntad del policía y la eligió a ella porque pensó que impresionaría más que si optara por un hombre. Pero Javier Hernández se interpuso con una orden categórica: "Dejáte de joder que acá vinimos a buscar la guita del banco, no a matar gente". Ella quería calmarlos y les hablaba todo el tiempo. Recuerda con claridad la expresión de terror de su esposo cuando Saldaña dijo que lo acompañara al dormitorio del matrimonio. "Quédese tranquilo que no somos violadores", lo tranquilizó entonces Hernández. No mentía porque Saldaña buscaba dinero o alhajas. Jura que no sintió dolor cuando cinco proyectiles impactaron en su cuerpo en el momento en que la policía impidió la fuga de los delincuentes con una absurda descarga de balas. "Lo único que quería era proteger a Carlos, que tenía el collar con explosivos, para que no le pasara nada". Son los recuerdos de esos instantes finales los que evoca con más claridad. Y es algo que ocurrió en ese momento, también, lo que calló durante mucho tiempo por miedo a lo que pudiera pasarle. Ella escuchó cuando un policía le gritó al otro: "Rematálo a ese hijo de puta". Oyó, también, la frase que la salvaría. "No, es la mujer", fue la respuesta que todavía da vueltas en su cabeza. -¿Por qué no lo contó antes? -Porque tenía miedo. Ellos (los delincuentes) dijeron que afuera tenían a alguien esperándolos y yo temía que le hicieran algo a mis hijos o nietos. Y también tenía miedo a la policía. Quizás alguien quisiera acallarme y por eso no lo declaré hasta estar ante los jueces. Flora recién vio las imágenes que la TV transmitió en directo sobre el corto recorrido del Polo en una fuga imposible un año después. Le pareció estar viendo una película. "Sé que a todos les impresionó mucho pero nadie se da una idea de lo que es haber estado ahí adentro", reflexiona. ¿Los delincuentes dispararon sus armas contra la policía? Flora asegura que no se dio cuenta. "Si lo supiera, se lo habría dicho a los jueces", apunta. Tres veces volvió a Villa Ramallo. La primera vez fue a los tres meses. Aunque su psicóloga se lo desaconsejaba y sus hijos querían impedirlo, juntó coraje y fue a buscar sus cosas. "Quería oler la ropa de mi esposo porque lo extrañaba". Fue, asegura, como "revivir la pesadilla" aunque desde afuera, como si en realidad le hubiera ocurrido a otra persona. Ahora vive en Lincoln, con una de sus hijas. No deja de pensar en Carlos ni un solo día. Se nota en sus ojos que todavía lo ama. Que lo extraña y lo necesita. A Martínez, el único de los asaltantes que sobrevivió, le tiene lástima. "¿Cree que algún día le pedirá disculpas?", pregunta el cronista. No lo sabe ni piensa en eso. "Sólo recuerdo a Carlos y trato de disfrutar a mis hijos y mis nietos", dice. Y contiene una vez más las lágrimas.
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